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Heidi y el señor - Capítulo 66

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66: Capítulo 66 – Manos ensangrentadas – Parte 3 66: Capítulo 66 – Manos ensangrentadas – Parte 3 Editor: Nyoi-Bo Studio Vio al señor Nicholas caminar hacia el que estaba vivo que estab mirando el cuerpo de Issac en shock.

—¿Crees que te saldrás con la tuya?

—Incluso si te entregamos al Consejo, te pudrirías en las celdas o tal vez morirías.

Solo estamos acelerando el proceso —respondió el señor Nicholas directo.—Dime quién te envió y por qué.

¿Qué hizo la chica?

—le preguntó pacientemente.

—¡No era ella sino la otra mujer!

P-por favor, n-no me mates.

Era la otra quien se suponía que tenía que estar en su lugar —repitía la frase incesantemente.

Dijo algo que Heidi no pudo captar desde donde estaba, pero el Señor debió haberlo oído, y también lo hizo el señor Meyers, que giró la cabeza hacia el hombre.

—Hmm —murmuró el señor Nicholas pensativamente.

Levantando la mano, la puso alrededor del cuello del hombre.—Tal vez no deberías haber abierto la boca —miró al hombre con pesar.

Nicholas movió su mano para colocar sus dedos sobre la parte frontal de la garganta del hombre antes de rasgar toda la carne de arriba hacia abajo, abriendo en canal la garganta hasta el pecho del hombre, derramando sangre en el suelo de mármol blanco, en la mano y la vestimenta de Nicholas.

Incapaz de soportar más este panorama, se dio la vuelta y en el mismo momento, una sombra que estaba al otro lado desapareció mientras ella corría hacia su habitación.

—¿Qué haremos con el Consejo?

—preguntó Rhys.

—No te preocupes por ellos —dijo el señor Nicholas y miró a los cadáveres mientras los estaban sacando de la mansión.—El Consejo nunca lo descubrirá.

Mis perros son fieles, nunca los guiarán hasta aquí.

Dejemos que el Consejo haga su trabajo.

Será más fácil conseguir al verdadero culpable detrás de esto.

Al llegar a su habitación, Heidi fue directamente al baño para vomitar la bilis que se le había subido en la garganta.

Solo el volver a pensar en ello, hizo que su estómago se resintiera.

Incluso mientras devolvía todo su desayuno y su estómago estaba vacío, ella seguía sintiéndose enferma.

Se suponía que no debería haberlo visto y no debería meterse en asuntos ajenos, pero ella siguió observando lo sucedido, lo cuál era su culpa.

Ella no debería haberlo presenciado.

Había tanta sangre.

Sangre por todo el suelo blanco, salpicado por el asesinato.

Heidi apenas se podía creer que había visto morir a personas vivas frente a sus ojos.

Todo su cuerpo temblaba, el miedo se apoderaba de su mente, su corazón latía a tal velocidad que podía oírlo en sus oídos.

Ninguno de ellos había confesado ser el asesino de la mujer que había muerto, pero fueron asesinados instantáneamente sin ningún tipo de remordimiento.

«¿Serían culpables realmente?», se preguntó una parte de Heidi.

«Pero estaban involucrados en el asesinato», dijo otra parte de ella.

El hombre llamado Issac fue el amante de Lettice y ella ya no sabía qué pensar.

Él había sido asesinado.

Se dio cuenta de que los humanos y los vampiros no eran tan diferentes entre sí.

Estaban al mismo nivel.

Ninguno de ellos se arrepentía de sus acciones.

Vertiendo agua sobre el suelo, se levantó con un dolor de cabeza que se había comenzado a formar en sus sienes.

Cuando se dio la vuelta, vio al mayordomo principal con un vaso de agua esperándola fuera del baño.

—Por favor, bébase esto.

Se sentirá mejor —dijo Stanley ofreciendo el vaso de agua, que ella tomó sin mediar palabra con una mano temblorosa.

Tragó unos sorbos para calmar su estómago.

—Gracias —murmuró ella, colocando el vaso en la bandeja que él sostenía.

—¿Tiene miedo, lady Heidi?

—le preguntó y ella levantó la cabeza para mirar sus claros ojos rojos.

«¿Miedo?

Estaba asustada y sorprendida, pero ¿cómo se suponía que iba a decir eso?» Cuando se había despertado por la mañana, lo único que tenía en mente era comprometerse con Warren y no ver la muerte de dos hombres.

—Haciéndose cargo de este asunto…

¿no se enterará el Consejo?

—preguntó ella.

—No se preocupe, milady.

No se le echará la culpa al Señor si eso es lo que le preocupa —respondióél con prontitud.

A esta hora mañana, los lobos solo habrán dejado los huesos, pero la dama no necesitaba saber esa información.

Tenía la sensación de que su maestro lo encerraría en una jaula junto con los lobos si decía algo innecesario:—¿Quiere que envíe su comida a la habitación más tarde?

—le dijo y ella sacudió su cabeza.

No quería que la vieran como una cobarde, una humana débil y acobardada cada vez que sucedía algo:—Eso no será necesario.

Estaré en la mesa.

—Muy bien, entonces.

Me despedo —inclinó Stanley la cabeza, cerrando la puerta detrás de él.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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