Heidi y el señor - Capítulo 67
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- Capítulo 67 - 67 Capítulo 67 - Resistencia - Parte 1
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67: Capítulo 67 – Resistencia – Parte 1 67: Capítulo 67 – Resistencia – Parte 1 Editor: Nyoi-Bo Studio Cuando Heidi bajó a almorzar al comedor, Stanley le dijo que comería sola, ya que el Señor había salido y no regresaría hasta la noche.
Se sintió un poco aliviada al escucharlo, ya que no sabía cómo reaccionar y comportarse con el Señor, después de verlo matar a un hombre con poco o ningún remordimiento.
A medida que se acercaba la cena, visitó el comedor para ver que la cabecera de la mesa estaba vacía, lo que significaba que el Señor tampoco la acompañaría para cenar.
Al mediodía había estado algo agradecida, pero en este momento se sentía un poco vacía y fuera de lugar.
La doncella entró por las puertas dobles con una bandeja para colocarla frente a ella.
Ella removió la comida con su tenedor, perdida en sus propios pensamientos.
—¿Qué es lo que pasa, lady Heidi?
Apenas tocó su comida desde que llegó a la mesa —observó Stanley, quien estaba de pie al otro lado de la mesa.
Al darse cuenta, sopló la comida antes de meterla en su boca.
Después de terminar de masticar y tragar la comida, ella le preguntó desde su asiento:—¿El señor Nicholas está cenando en su habitación?
—Si.
El maestro está atrapado con el papeleo del Consejo debido a las continuas masacres que han estado sucediendo en las ciudades.
Debería poder unirse con usted a la mesa para el desayuno —respondió el mayordomo; ella asintió con la cabeza y dio otro mordisco a su comida.
El clima caluroso del día anterior se había vuelto frío.
La lluvia golpeaba contra la ventana transparente y este zumbido caía sobre todo el Imperio Oriental.
Habían encendido la chimenea en el comedor y las velas de toda la mansión debido a las nubes opacas y oscuras que habían hecho del cielo su hogar.
—El cielo se está oscureciendo —notó Heidi al mirar por la ventana, las ramas y las hojas de los árboles se agitaban con el viento y el aire, sin detenerse por más de dos segundos.
—Debe estar extrañando su ciudad.
Una vez que se haya casado, creo que podrá visitar a su familia con más frecuencia —agregó.
Debido a la tregua que no se había completado, se le pidió a Heidi que se quedara en la mansión Rune.
Una vez que cumplieran la tregua, ella sería libre pero estaría bajo la atenta mirada de los señores y demás personas ajenas a la mansión, que eran los miembros del Consejo.
—Creo que me gusta estar aquí—dijo ella, con una suave sonrisa en sus labios.
—Es una buena noticia —respondió Stanley, mirando a la señorita, que había dejado de comer otra vez.
Recordando algo, dijo:—Gracias por haber salvado a mi amo esa noche —Heidi lo vio inclinar la cabeza con gratitud.
—No tienes que agradecérmelo —ella negó con la cabeza.—Cualquiera lo hubiera hecho.
—Está siendo modesta, milady.
No lo harían —el mayordomo principal miró hacia la ventana, donde el agua se deslizaba por el cristal para desenfocar algunos lados de la superficie.—Antes de convertirme en un medio vampiro, sé lo cauto que debes ser y el desprecio que, la mayoría de nosotros, los humanos, tenemos contra los vampiros.
No digo que esto incluya a todas las personas, pero la mayoría…
Tanto n las familias de los humanos y como de los vampiros, se han inculcado pensamientos sobre su descendencia.
Es difícil de erradicar el odio quese ha originado en la raíz.
Su familia tiene la mentalidad abierta para brindarle un carácter imparcial del que carecen algunos.
Esa también podría ser la razón por la que el Consejo decidió elegirla para ser la esposa del Sr.
Lawson —se volvió hacia ella con una sonrisa.
Heidi optó por sonreír en lugar de hablar de ello.
Su madre era una buena mujer que la había criado sin tratar de diferenciar a las personas por su riqueza o amabilidad.
Pero no era igual para el resto de la familia Curtis.
Su familia había conspirado contra el Señor al unirse con el Duque Scathlok.
Desde que se había ido de Woville, rezó y esperó que el Duque no le enviara una carta como le había prometido.
El hombre le daba miedo y le preocupaba la pequeña botella que él le había dado, la cual ahora se encontraba en el cajón inferior de su armario entre la ropa.
«Tres días más», pensó para sí misma.
Tres días más y se reuniría con su familia, que la había enviado como ofrenda en lugar de enviar a su propia hija.
Tres días más y estaría oficialmente comprometida con Warren.
Podía sentir que su corazón se hundía, cada vez más profundamente, perdida en sus pensamientos hasta que alguien la interrumpiera.
El mayordomo, después de ver a la dama retirarse a su habitación, fue a la habitación de su maestro, para servirle un vaso de sangre recién extraída.
El señor estaba sentado detrás de su escritorio, escribiendo algo en un pergamino.
Cuando el mayordomo estuvo a su lado, sostenía la bandeja frente a él con una mano mientras la otra descansaba en su espalda.
Pasaron unos minutos antes de que el Señor dejara de escribir, para colocar la pluma en su soporte, apoyando la espalda contra la silla.
El mayordomo dio el vaso a su Señor cuando este le alargó la mano.
Tomando el líquido espeso de un solo trago hasta las últimas gotas del vaso de cristal, se relamió los labios en busca de restos de sangre.
—Necesitaré otro vaso —dijo el señor Nicholas, no satisfecho con un vaso.
Estar retirado en su habitación, trabajando en el lío que las brujas negras habían creado, le había costado mucho tiempo.
Gracias a las brujas, la tasa de mortalidad había aumentado tres veces en el promedio en el Imperio.
También tenía su propio problema, cuando descubrió que el comerciante con el que había hecho negocio todos estos años, había sido descubierto como un tonto.
—¿Quieres que llame a alguna de las damas mañana?
—preguntó el mayordomo por si su amo necesitase alimentarse de alguien.
Aunque al Señor Nicholas no le importaba alimentarse de la sangre de un hombre o una mujer, generalmente bebía la sangre a través de sus muñecas.
Bebía sangre del cuello solo de mujeres de familias de la élite.
—Eso no será necesario.
Tengo planes para mañana —dijo, tomando el pergamino y comenzando a enrollarlo con las manos.—¿Dónde coloqué la cinta?
—preguntó Nicholas y tiró de los cajones uno por uno, empezando por el cajón superior para finalmente encontrarlo en el último cajón.
—Quiero que entregues esto cuando hayas terminado de servirme el siguiente vaso.
Asegúrate de que llegue a Dutton y a nadie más —dijo el Señor y le entregó el pergamino atado al mayordomo.
—¿Qué contiene, maestro?
—dijo Stanley, mirándolo con curiosidad.
—El conde Morris fue capturado ayer cerca de la frontera sur cuando intentaba pasar de contrabando los bienes de uno de los poblados de Mythweald.
No abrirá la boca, pero no causará muchas pérdidas.
Tendré que sacarlo para ver qué causó el percance —dijo el Señor y entrecerró los ojos con una ligera irritación.
A Nicholas no le gustaba que las cosas no salieran como él quería; era un hombre persistente que siempre lograba sus objetivos mediante manera directa o indirecta.
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