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Heidi y el señor - Capítulo 87

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87: Capítulo 87 – Robando la fruta prohibida – Parte 3 87: Capítulo 87 – Robando la fruta prohibida – Parte 3 Editor: Nyoi-Bo Studio Ambas, Heidi y Lettice, fueron al valle Isle con los dos guardias que Rhys había enviado, quienes las seguían desde una buena distancia.

Lettice era una cliente habitual de la tienda en la que se encontraban en ese momento, mientras hurgaba entre varios vestidos.

Heidi, quien había tomado asiento, miró su mano, pasando sus dedos por encima del moretón, que estaba en vías de desaparecer.

Por un lado, su relación con Nicholas se había convertido en un secreto de primavera, y por el otro, su relación con Warren se había vuelto amarga después de la pequeña discusión que tuvieron el día que visitaron la mansión del Duque Wilford.

A diferencia de Nicholas, que había notado el moretón, Warren había hecho la vista gorda.

Al igual que su madre, él esperaba que ella estuviera a su lado.

No lo dijo en voz alta, pero ella había notado la mirada desagradable que tenía cuando el Sr.

Rufus, o el Señor, estaban a su alrededor, o cualquier hombre en general.

Le hacía sospechar si es que sabía de sus sentimientos por el señor, lo cual dudaba hiciera, ya que había sido, desde un principio, extremadamente cautelosa en ocultar sus emociones.

Parecía que Warren y Heidi no tenían, ni compartían los mismos pensamientos que el otro.

Los Lawson consideraban a los esclavos por debajo de ellos; la mayoría de los vampiros y las familias humanas lo consideraban así, por lo que no debería haber sido algo tan impactante.

Sin embargo, ella no hubiera esperado que Warren, quien era un amable caballero, le tomara de la mano con un agarre de tal brusquedad, para así evitar que pronunciara una palabra a favor de los esclavos.

—¿Qué piensas de esto?

Creo que le queda bien a tu piel y a tu figura —dijo Lettice, interrumpiendo sus pensamientos.

—Se ve bien —dijo Heidi mirando el vestido que Lettice sostenía en sus manos.

—¿En serio?

Podemos elegir otra cosa si quieres —dijo la joven, con sus ojos verde musgo mirando a Heidi.

Las dos mujeres habían ido en busca de vestidos para el gran baile que iba a tener lugar en Bonelake.

—No, esto está bien.

¿Qué tan grande es el gran baile?

—preguntó Heidi.

—Yo, personalmente, no he asistido, pero por lo que he oído, no es más que un baile de máscaras donde todos los hombres y mujeres importantes de cada parte del imperio, vienen y se reúnen para celebrar la cultura vampírica.

—¿La cultura vampírica?

Heidi no sabía que algo así existiera.

—Así he oído —entregó de vuelta los dos vestidos a la mujer para que pudieran ser empaquetados.

Lettice quería arreglar el colgante de su collar, por lo que entró a la tienda mientras que Heidi decidió esperarla por fuera.

Ella miró a los vampiros y vampiresas que caminaban hacia arriba y hacia abajo por las calles de la ciudad, con sus costosas ropas.

Había algunos que presumían a sus esclavos como si fueran joyas, arrastrando a los esclavos con gruesas cadenas.

Sin darse cuenta, caminó unos pasos lejos de la tienda donde Lettice aún estaba adentro, golpeando luego a alguien con su espalda.

—Lo siento.

Se apresuró en disculparse.

Por la expresión molesta del hombre, parecía que estaba a punto de decir algo antes de darse cuenta de quién era, a lo que inclinó la cabeza.

—No se preocupe, Señorita Curtis —Heidi levantó las cejas en duda.

¿Acaso ella lo conocía?

Era un hombre fornido, con cicatrices en la cara.

Sus ropas eran refinadas pero sus ojos no daban la misma sensación.

Sí parecía familiar—.

Yo debí haber visto por dónde iba.

Desafortunadamente, esta pequeña cosa me ha estado dando muchos problemas —dijo él, jalando la cadena de un esclavo, quien no parecía tener más de diez.

—Está…

bien —dijo ella, mirando al esclavo, y al hombre, de un lado hacia el otro.

—Me disculpo por mis modales.

Soy Calos Juves.

Nos conocimos en la mansión del Duque Wilford —dijo él, a lo que Heidi sólo asintió, sin recordar si hablaron en esa ocasión.

Ella había hablado con demasiada gente y era difícil recordar quién era quién—: Por favor, que tenga un buen día —se inclinó y se fue por la calle.

Heidi se quedó ahí parada, mirando al hombre arrastrar bruscamente al esclavo.

Ella no podía asegurarlo, pero sentía que lo conocía, y trató de recordar dónde podría haberlo visto antes.

Eran las cicatrices en su cara las que la molestaban.

—¡Encuéntrenla!

¡Encuéntrenla!

¡No debería haberse ido muy lejos!

Los guardias del edificio se dispersaron, mientras la pequeña niña permanecía escondida en un árbol que había crecido alto y ancho.

Los hombres se dispersaron con la meta de encontrar a la esclava que había escapado de su celda.

—¡¿Cómo diablos se escapó?!

¡¿No pudiste manejar a una niña pequeña?!

—preguntó el alcaide enfurecido.

—¡Lo sentimos, señor!

La puerta estaba cerrada con llave cuando hicimos las rondas —habló un guardia con la cabeza baja.

La niña, que estaba sentada en el árbol con los ojos pálidos, se lanzó hacia abajo cuando no había nadie.

Corrió a través de la tierra, con su cuerpo tan frágil y delgado, que los guardias de la puerta la perdieron de vista al momento de ser alertados.

Pensaba que era libre mientras seguía corriendo, corriendo por su vida y su libertad.

Pero el alcaide la había alcanzado, atrapándola mientras ella luchaba, moviendo sus pequeñas manos hacia él, lo que no hizo nada.

El hombre se rio de su difícil situación: —¿Pensaste que era fácil escapar?

Las muchachas jóvenes valen una fortuna.

Yo no…

¡Argh!

—gritó de dolor, sosteniendo su rostro que rezumaba con sangre.

La niña se cayó, aun sosteniendo el fragmento de vidrio en su mano, y siguió corriendo…

Heidi parpadeó varias veces, respirando profundamente por su boca.

Era el alcaide del que se había escapado cuando era una niña.

El hombre que había matado a la mujer en su celda.

Las palmas de sus manos estaban sudorosas al reconocer quién era.

Se dijo a sí misma que no había nada de qué preocuparse, después de todo, pasó hace mucho tiempo.

Cuando Lettice regresó al lugar donde Heidi la estaba esperando, le preguntó si todo estaba bien, al ver la angustia en la cara de su amiga.

Heidi no conocía a Lettice desde hace mucho tiempo, pero eso no significa que no confiara en la mujer.

Quizás, ella era la única mujer en la que confiaba después de su madre, Helen.

—Lo lamento mucho.

Ni siquiera puedo imaginar por lo que pasaste —Lettice abrazó a Heidi después de que ella le había revelado un poco sobre sí misma, del cómo había llegado a quedarse con la familia Curtis—.

No tienes que preocuparte por Howard.

Arreglaré las cosas para que mi doncella, y otra persona, busquen al hombre.

Al volver a la mansión, Heidi entró para ver que no había nadie en la sala principal.

Puso una mano en la barandilla de las escaleras, escuchó a Stanley llamándola.

—Señorita Heidi —se acercó con pasos rápidos mientras llevaba cartas en la mano—: Esta llegó para ti —dijo el mayordomo, dándole una de ellas y desapareciendo de su vista.

Ella había estado temiendo el recibir una carta, al saber bien de quién venía.

Tenía miedo de abrirla.

Miedo de saber lo que estaba escrito en su interior.

No queriendo abrirla, la llevó a su habitación y la dejó reposando en la parte superior de su escritorio.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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