Heidi y el señor - Capítulo 94
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- Capítulo 94 - 94 Capítulo 94 - Mascarada vampírica - Parte 1
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94: Capítulo 94 – Mascarada vampírica – Parte 1 94: Capítulo 94 – Mascarada vampírica – Parte 1 Editor: Nyoi-Bo Studio Heidi estaba parada fuera de su balcón, con una mano en la barandilla, y la otra sosteniendo la carta que había evitado leer durante casi una semana.
Miró al pájaro que se había posado felizmente en el nido que había hecho.
Esperaba que Nicholas no lo encontrara, para que no pudiera matarlo por diversión.
Mirando hacia la carta, leyó el contenido por cuarta vez.
‘A mi querida hija Heidi, Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que visitaste Woville y, como podrás recordar, el cumpleaños de tu hermana Nora se acerca esta semana.
Yo entiendo que es difícil, debido a las reglas que el Consejo ha establecido, pero a todos nos gustaría que pudieras venir aquí, para celebrar el día de tu hermana.
Incluso un día sería suficiente.
Eso la haría feliz a ella, y a todos.
Espero contar con tu presencia.
Con amor, tu padre.’ Una lastimosa sonrisa se formó en sus labios, solo para sí misma.
Quizás, esa era la cantidad de afecto más cercana que su padre, Simeon Curtis, le había mostrado.
Pero ella no era tonta como para no saber de quién era la carta.
Ella había visto la escritura de su padre, y esa no era de él, ni de ninguno de los miembros de su familia.
Como lo había predicho, posiblemente era la escritura de Scathlok, con el sello de su padre en el sobre.
Había estado completamente asustada cuando recibió la carta, demasiado asustada como para leer las palabras escritas en ella, por lo que no se atrevía a abrirla.
Pero ya no lo estaba.
Después de que Heidi había dejado salir de su mente que no quería volver a Woville, al menos no en ese momento, el hombre no la había interrogado.
En vez de eso, le pidió que se quedara, con lo que finalmente sintió su corazón en calma.
El mismo día, le dijeron que el mayordomo escribiría una carta, declarando que no podría ir porque estaba enferma de salud.
Era una simple mentira blanca, pero eso no importaba.
Por ahora, estaba a salvo del Duque Scathlok, y eso es todo en lo que podía pensar.
Se preguntó qué había pasado con la carta que le había pedido a Lettice que enviara la última vez que se habían reunido.
Lettice había prometido enviarla inmediatamente después de llegar a casa, pero no parecía que hubiera ninguna respuesta de su familia sobre el paradero de Howard.
Volviendo hacia adentro, tiró la carta en el armario, parándose frente al gran espejo ovalado que reflejaba su imagen.
Hoy era el gran baile, el cual iba a realizarse en la noche.
La mascarada se estaba llevando a cabo únicamente para los vampiros, y para humanos altamente clasificados, quienes eran cercanos a los vampiros, ya fuera de manera amistosa o lucrativa.
Ella había dormido toda la tarde, para asegurarse de que no se quedara dormida a medianoche.
Su cabello ya estaba arreglado por uno de los peluqueros más populares de Bonelake, Stanley, quien previamente le había cortado el cabello.
A diferencia de las muchas veces en que intentó rizar sus cabellos con rizadores, convirtiéndolo un lío, esa vez había sido peinado para formar un pequeño bulto en la parte superior de su frente.
Se habían utilizado varias horquillas, a medida que el peluquero había tirado de los mechones izquierdos de su cabello, y luego los derechos, superponiéndolos de nuevo con los mechones izquierdos, y repitiendo el proceso, hasta que se agregaron horquillas para mantenerlo quieto.
Los lados de su cabello habían sido tirados por encima de su oreja.
Llevaba el vestido que había comprado con Lettice, cubriéndole toda su espalda, pero dejándole el cuello desnudo.
No había esperado que Nicholas mencionara lo del collar con Warren presente; se mordió el labio, preocupada de que Warren tuviera una sospecha al respecto.
Ella no amaba a Warren, pero eso no significaba que tuviera el derecho de lastimarlo, y tampoco quería hacerlo.
No le sentó bien a su corazón, pero esa noche asistiría al baile como la prometida de Warren Lawson.
Al oír los golpes rápidos en la puerta, se giró para ver cómo se abría la puerta, y el mayordomo entraba.
Stanley, quien previamente había venido a ver si estaba lista, se fijó en su cuello vacío, y entonces decidió buscar un collar que le quedara bien en la habitación donde se guardaba la mayor parte de la ropa, los vestidos, las joyas y otras cosas pequeñas.
—Encontré una muy buena gargantilla, pero no pensé que le quedaría bien a su atuendo, milady —dijo el mayordomo, mirando el vestido de aspecto granate, el cual tenía zarcillos negros que bajaban desde la mitad inferior.
—Gracias por buscar, pero creo que estoy bien sin uno, Stanley —sonrió para ver al mayordomo mover la cabeza en rechazo.
—Se vería demasiado vacío.
No te preocupes, traje algo más en su lugar —dijo él, mostrando una delgada caja en su mano, la que se parecía a una en la que descansaría una pluma de tinta.
La abrió, dejando ver una larga cadena de aspecto delicado, hecha de oro, que además tenía tachuelas de diamantes recorriéndola en intervalos de igual longitud—: Si me permites —pidió su permiso.
—Sí, por favor —contestó ella, sentándose frente a la mesa del tocador, viéndolo sacar la cadena que era lo suficientemente larga como para llegase más abajo de su pecho.
—Todas la vampiresas que conocerás esta noche tendrán una gargantilla en el cuello.
Hagamos algo parecido —dijo el mayordomo al verlo doblar la cadena una y otra vez, antes de ponerla alrededor de su cuello y mirarla en el espejo—.
Tal vez un pequeño ajuste —murmuró para sí mismo.
Al ver que el mayordomo no se había cambiado de ropa para el Gran Baile, Heidi dijo: —¿No vas a asistir al baile con nosotros esta noche?
—No, Señorita Heidi.
Tengo trabajo aquí en la mansión, y si no estuviera aquí cuidando la mansión, no sería un mayordomo —hizo un círculo más alrededor de su esbelto cuello con la cadena—.
He observado que no te has acostumbrado a que la gente se refiera a ti como Señorita Heidi.
¿Tan extraño es?
¿Eran sus expresiones como un libro abierto para todos los que la rodeaban?
se preguntó a sí misma.
El mayordomo vio un gesto de desaprobación aparecer en la frente de la dama.
—No es eso —dio una pequeña sonrisa a través del espejo.
Antes de que llegara a la mansión Rune, nadie le había dado una posición social tan alta.
Era Heidi o la Srta.
Curtis.
En el pasado, cuando su familia y ella salían, sólo se referían a Nora como Señorita, mientras que Heidi era sólo una niña.
Para una niña que no tenía futuro, que había sido recogida de la calle y llevada al hogar de los Curtis, ella nunca había esperado nada, porque creía que no tenía derecho a ello.
—Solo es difícil creer cómo han resultado las cosas —dijo mirando las manos del mayordomo mientras ajustaba las cadenas, las que habían formado tres círculos.
Uno muy apretado, el siguiente más suelto y más bajo que el anterior, y el tercer círculo siguiendo la misma dirección—.
Nunca, en toda mi vida, pensé que algún día estaría sentada aquí, en la mansión de un Señor, preparándome para un baile.
Las cosas habían cambiado.
Mucho más de lo que había pensado, y eso le hizo reflexionar en lo que iba a pasar, desde ese momento, y en adelante.
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