Imperio Valeriano - Capítulo 101
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101: Capítulo 101 – Soledad (Parte 2) 101: Capítulo 101 – Soledad (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio El hombre siguió la orden y se alejó de Cati mientras el joven Señor se dirigía hacia su padre.
—No creo que entendieras, padre, cuando dije que yo la quiero.
No quiero que nadie la toque o la lastime, a menos que yo lo ordene.
—Te buscaré una mejor esposa, Silas, y no esta plebeya.
Sabes que no apruebo a cualquier gentuza en mi familia.
Siempre ha sido lo mejor, y continuará siendo así—expresó el Señor Norman mirando con desprecio a la mujer de aspecto sucio que yacía en el suelo.
—Por supuesto, padre.
No he olvidado los valores que me enseñaste, pero agradecería que no le hicieras nada sin mi conocimiento.
Malfo no tiene información ni los documentos de los que hablas, así que, ¿por qué no terminamos con el tema?
—dijo Silas con un suspiro—.
Tenemos cosas más importantes que hacer como para perder tiempo aquí.
El Señor del Sur dio una palmada al hombro de Silas y luego se giró hacia su hijo mayor.
—¿Lo ves ahora?
¿Por quéél es mi hijo y tú no?
—Lo veo.
Después de todo, las aves del mismo plumaje suelen volar juntas.
Me alegra no estar en ese grupo —dijo Malfo sin remordimiento—.
Sólo un hombre despiadado recurriría a algo tan bajo.
El Señor Norman entró a la celda de Malfo para enfrentarlo.
—No tuve éxito la vez anterior porque envié alguien por ti, pero esta vez lo haré yo mismo.
Lamento haber desperdiciado mi tiempo intentando criarte.
—No creo que alguien necesite intentar ser un padre, pero viniendo de ti, no me extraña.
Sería pedir demasiado —dijo Malfo con una risa forzada, provocando al hombre.
Cati sintió que los próximos segundos pasaban en cámara lenta.
Malfo hablaba al Señor con una expresión de burla hasta que el Señor desenvainó su espada y atravesó el estómago del joven, provocándole un grito ahogado.
—¡No!
—gritó Cati.
Con sus pies libres, pudo correr hacia la celda, pero Silas la retuvo.
—¡Déjame!
—gritó, empujándolo con fuerza.
Logró entrar en la celda de Malfo, que ahora estaba en el suelo con una expresión de dolor mientras abrazaba su estómago.
Se acercó rápidamente y se sentó junto a él, sin saber qué hacer mientras el hombre gemía de dolor.
—Te prometí que te enviaría junto a tu madre, ¿no?
Desháganse de él al anochecer —indicó el Señor Norman a uno de los hombres.
Silas miró a su hermano, que jadeaba.
Su cuerpo se hacía cada vez más frágil.
Vio a la mujer, que lo miraba con los ojos llenos de lágrimas, pero no hizo nada para aliviar ni empeorar el dolor; en cambio, permaneció inmóvil como una estatua.
La sangre se esparcía por la camisa como un incendio en el bosque seco.
—Silas, ¿dónde estás?
Tonto.
—¡Estoy aquí!
—¿Qué haces en el árbol?
Baja —decía su hermano con una sonrisa.
Silas percibió que pequeños fragmentos de recuerdos se hilaban en su mente, escenas que había olvidado.
Estaba furioso.
Era culpa de Malfo.
Si nunca se hubiera ido, las cosas no serían así, pensó.
Esta vez, cuando lo miró, sus miradas se encontraron, y se sorprendió al ver una sonrisa en el rostro del moribundo.
Su padre salió de la celda y, con una mano en su hombro, lo llevó con él.
—Cati —dijo Malfo con una sonrisa diferente a las anteriores, amable y cálida—, ¿me ayudas a sentarme?
—Por supuesto.
Cati lo ayudó a incorporarse y lo llevó hacia la pared para que pudiera apoyarse.
—¿Qué hago?
¿Cómo te ayudo?
—Siéntate conmigo, señorita.
Eso será más que cualquier ayuda posible —respondió Malfo respirando profundo—.
De tantos lugares, nunca imaginé morir aquí.
Este fue el último lugar que pensé.
Debo ser muy afortunado para haber desafiado a la muerte y regresado.
Eso es lo que sucede si engañas… a la muerte.
—Lamento haberte hecho pasar por esto.
Si Alejandro no te hubiera hecho venir, y si yo no te hubiera enviado a Valeria, esto no habría sucedido.
Mi empeño por enviar un mensaje te ha costado la vida —lamentó Cati.
Malfo lo negó.
—Olvidas que fuiste quien me dio una segunda oportunidad.
Si no fuera porque limpiabas mi tumba… —Y te llevaba flores a las que eres alérgico —interrumpió Cati.
Ambos se rieron.
Cati lloraba.
—Me siento mareado y soñoliento.
Muy soñoliento —murmuró Malfo con los ojos cerrados.
—¿Malfo?
—preguntó Cati.
¿Ya se… —¿Sabes algo, Cati?
—dijo abriendo los ojos—.
Me alegra haberte conocido.
Me alegra que fueras tú quien me despertó de la muerte y me llevó de vuelta.
Qué irónico.
Cati reprimía las ganas de llorar.
—Por alguna extraña razón, es muy perturbador verte llorar, señorita.
Necesito decirte algo.
Acércate.
Cuando Cati se acercó, Malfo se inclinó a decirle: —Quería hacer esto antes de morir.
Depositó un beso ligero como el aire en los labios de la chica antes de volver a reclinarse contra la pared.
Cati estaba perpleja.
Sus ojos se abrieron.
—No necesitas volver a la mansión.
Sé egoísta.
Sálvate… Escapa de ahí…—fueron las últimas palabras que pronunció.
Los labios de Cati temblaban al ver al cuerpo sin vida, su rostro pacífico.
Cati largó a llorar.
Con manos temblorosas, cerró los ojos de Malfo.
Lloró sentada junto a él hasta que se le agotaron las lágrimas y la energía.
Estaba en una tierra en la que no tenía a nadie, no conocía a nadie.
Se sentía totalmente sola, como si la sombra que resultaba de la puesta de sol la cubriera como un capullo.
Ya había pasado el mediodía cuando el hombre llamado Leroy regresó a llevar a Cati a la mansión por órdenes de Norman.
Cati sabía que sería mejor no oponer resistencia, pues sus músculos le dolían.
Despidiéndose de Malfo, siguió al hombre.
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