Imperio Valeriano - Capítulo 105
105: Capítulo 105 – Eventualmente (Parte 3) 105: Capítulo 105 – Eventualmente (Parte 3) Editor: Nyoi-Bo Studio Notó que Leroy miraba a la ventana y luego hacia la chimenea, antes de fijarse en ella.
Aunque la mucama fue asignada por Silas, no parecía que ese fuera el caso del hombre.
El guardia trabajaba directamente para el Señor, siguiendo sus órdenes, una de las cuales era mantener a Cati vigilada.
Al hacer la inspección correspondiente, dejó a la mucama sola con Cati.
—El Señor Norman y la Señora Ester me pidieron que le informe que habrá un baile mañana en la noche.
Tendrá que quedarse aquí, pues su presencia no será requerida —dijo la mucama mientras Cati comía.
—¿Un baile?
¿Qué clase de baile?
—Lo usual: las élites se reúnen con los humanos, los vampiros del concejo, y los Señores.
Todo… —¿Señores?
—interrumpió Cati.
—Sí, Señores, señorita.
Son una gran parte de la clase alta, ¿no?
—preguntó confundida.
—Así es —dijo Cati con una esperanza renovada—.
Lo lamento.
Olvidé que los Señores pertenecen a la clase alta.
Le tomó un largo rato terminar su cena.
La noche siguiente, la mansión estaba hermosamente decorada para recibir a los invitados del baile.
Parecía una fiesta navideña, y los hombres y mujeres conversaban amenamente.
Aunque le pidieron a Cati que no se presentara, quería ver si encontraba al Señor Alejandro.
No sabía cómo reaccionaría si él traía a la Señorita Carolina, pero hacía lo posible por evitar esos pensamientos.
Se escabulló de su habitación, intentando encontrar a alguien conocido en el salón principal, donde sería el baile.
Encontró al Señor Norman hablando con alguien del Concejo que había visitado Valeria.
Silas no estaba presente, pero mientras buscaba a la Señora Ester, sintió una voz a sus espaldas: —Pensé que te había ordenado permanecer en tu habitación.
Al girar, se encontró a la Señora Ester, que venía acompañada de Leroy.
Maldiciendo en silencio por ser descubierta, habló: —Sentí curiosidad por el baile.
—¿Ya pudiste ver?
—preguntó la Señora Ester.
—Sí.
Regresaré—replicó Cati con una sonrisa forzada—.Por supuesto, querida.
Leroy, por favor, acompáñala de vuelta a su habitación.
Gracias —ordenó la Señora con un tono amable.
Leroy sujetó con fuerza el brazo de Cati y la arrastró de vuelta a la habitación.
—¡Oye!
Puedo caminar sola —dijo intentando liberarse, pero el hombre tenía manos fuertes como el acero.
—Leroy, suficiente —ordenó Silas desde el fondo de las escaleras—.
Yo me encargo —concluyó subiendo la escalera.
—Señor Silas, su madre… Silas le interrumpió con un gesto.
—¿No entiendes el idioma?
Dije que yo me encargo —dijo con una escalofriante sonrisa—.
Catalina.
Cati siguió a Silas y notó que Leroy permaneció inmóvil unos segundos antes de bajar las escaleras.
Al pasar frente a su habitación, Cati se preguntó a dónde se dirigían.
La llevó a una habitación sin luces, donde caminó sobre pilas y pilas de libros.
—¿Qué es este lugar?
—Mi hermano y yo solíamos disfrutar jugar trucos en la mansión, caminos que llevaban a diferentes áreas de la mansión, y que más nadie conocía.
Nadie conoce.
Este es uno de ellos —explicó Silas halando una lámpara, lo que hizo que una pared se moviera para dar paso a un puente.
—¿Pero por qué estamos aquí?
—insistió Cati.
Silas suspiró.
—Tenía razón.
Eres un banco de preguntas.
Tendrás que seguir por tu cuenta.
No quiero que nadie se pregunte dónde estoy —dijo Silas saliendo para que Cati continuara sola.
¿Esto quería decir que la dejaría escapar de la mansión?
El medallón se había quedado en su habitación.
—Tengo que buscar algunas cosas.
—Para ser claro, debes regresar en una hora, o te cazaré y te desollaré viva —amenazó Silas antes de cerrar el pasadizo.
—Espera…—Cati intentó decir antes de que la pared se cerrada de nuevo.
Sintió ligeras gotas de agua y una corriente de viento.
Era una noche fría de cielo oscuro, a excepción de los ocasionales relámpagos en las nubes, que resaltaban sus oscuras formas.
Era un puente largo que conectaba ambas torres en el aire.
Ahí arriba, todo era muy callado y tranquilo.
Al girar, se dio cuenta de que probablemente estaba en una de las torres sin ventanas ni puertas.
Cerró los ojos sin saber qué hacer.
Al abrirlos, sintió que el mundo se paralizaba.
El reloj, las gotas de agua, incluso su respiración.
El Señor Alejandro estaba ahí, como ella, en la lluvia.
Sus ropas se mojaron mientras intercambiaban una mirada, consumiéndose uno a otro.
Alejandro avanzó lentamente y, sin saberlo, Cati se abalanzó hacia él, incapaz de soportar la distancia por un segundo más.
Alejandro abrió sus brazos y la recibió en un fuerte abrazo.
La llevó bajo un pilar para evitar la lluvia y besó sus labios mientras sus manos recorrían el cabello de aquella joven.
Cati lo besó con igual fervor, pero sus manos se anclaron a las solapas de la chaqueta negra, temerosa de perderlo si abría los ojos.
Sintió que Alejandro introducía la lengua en su boca para encontrarse con la de ella.
Sus manos recorrían su espalda y la empujaba contra la pared sin interrumpir el contacto.
El beso era desesperado y apasionado, y pronto los labios de Alejandro encontraron el camino hacia el cuello de Cati.
La mejilla de Cati reposó en su pecho mientras intentaba recuperar la respiración.
—Te extrañé—escuchó que el hombre murmuraba sujetándola con fuerza.
—Yo también —respondió Cati aspirando el perfume de su camisa, aquel con el que se sentía en casa.
Se dio cuenta de que no importaba si no tenía una casa, pues este era su hogar.
Él era su hogar.
—Pensé que no vendrías a verme, ya que te comprometiste con Carolina —murmuró cuando Alejandro dio un paso atrás—.
Me hizo pensar que no era más que un peón en tu juego de ajedrez.
Su mirada de desvió del hombre al decirlo, pues le preocupaba que fuera cierto.
—Tonta.
El compromiso no es más que una fachada, así que no te preocupes —dijo con una sonrisa retirando el cabello del rostro de la joven—.
Eres mi reina en el juego de ajedrez.
Y amo demasiado a la reina para sacrificarla.
Cati lo miró.
El Señor Alejandro nunca había dicho nada directamente, pero sus palabras siempre le entregaban el mensaje.
—Tienes una marca —dijo el Señor tocando la mejilla de la joven—.
¿Cuándo te la hiciste?
—preguntó fingiendo un tono casual.
—Hace unos cuatro o cinco días.
Cati se había acostumbrado a la marca en su mejilla y la había olvidado.
Al escuchar la respuesta, Alejandro sonrió, pero sus penetrantes ojos no recibieron el mensaje.
—La lista sigue creciendo —murmuró.
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