Imperio Valeriano - Capítulo 107
- Inicio
- Imperio Valeriano
- Capítulo 107 - 107 Capítulo 107 – Secreto Sin Compartir Parte 2
107: Capítulo 107 – Secreto Sin Compartir (Parte 2) 107: Capítulo 107 – Secreto Sin Compartir (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Se apresuró a su escritorio y comenzó a escribir en un papel.
Cati logró leer: —Sígueme la corriente.
Lo miró con una expresión interrogante, preguntándose qué sucedía.
Silas se dirigió a la puerta con pasos silenciosos, a diferencia de los usuales que retumbaban en la mansión.
En un ágil movimiento, abrió ambas puertas para revelar a la mucama que atendía a Cati.
—Maestro Silas —dijo con una reverencia.
Cati se aseguró de ser discreta cuando caminó a la habitación de Silas.
Cuidó cada paso y se mantuvo atenta ante cualquier ruido.
Parecía que su instinto sobre la mucama era correcto.
Sin importar lo alegre que parecía, la realidad era otra.
—No recuerdo llamar a nadie a esta hora —dijo Silas.
—Disculpe, maestro.
Ninguna de las mucamas recibió orden de traer a la Señorita Welcher a su habitación.
Me pareció sospechoso… Silas la interrumpió: —Le pedí a la Señorita Welcher que viniera a mi habitación cuando nos encontramos en la tarde.
Verás, hemos negociado nuevos términos ahora que vive conmigo.
Cati le siguió la corriente.
La mucama pareció entender algo y se ruborizó, mirando el suelo.
—Y apreciaría que nadie venga a molestarnos.
No me gusta que escuchen los gritos de mi mujer mientras la hago mía.
¿Entendido?
—finalizó con una sonrisa.
—Por supuesto, maestro.
Buenas noches.
Señorita Welcher —se despidió con una reverencia.
Silos que estaba junto a la puerta, miró a la mucama que se alejaba antes de cerrar la puerta de nuevo.
—No es seguro hablar en esta habitación —dijo caminando al armario.
—¿Tienes una puerta en el armario?
—preguntó Cati al ver que movía la ropa.
Haló uno de los percheros y se lo entregó a Cati.
—Los armarios son anticuados.
Era un pasatiempo secreto que compartía con mi hermano mayor.
Hacíamos pequeños escondites y pasadizos en la mansión —explicó poniéndose frente al vestidor con un enorme espejo.
Movió sus manos por el borde antes de patear la gaveta superior con su bota.
El espejo de pronto se abrió como una puerta de vidrio, dando paso a un oscuro túnel que parecía infinito.
—¿Nadie sabe al respecto?
Alguien debe haberlo visto —preguntó Cati siguiéndolo al túnel.
La puerta de vidrio se cerró sola y, por un segundo, todo se hizo negro antes de que una antorcha se encendiera por sí sola a cada lado del pasillo.
—Nos aseguramos de mantener a los sirvientes alejados, y los pasadizos han estado cerrados desde que Malfo se fue de la mansión.
No sólo las paredes tienen oídos.
A veces, el viento lleva los mensajes.
Se hacía un ligero eco en el pasadizo.
Sólo se escucharon sus pasos por un rato.
Cati no supo cómo comenzar a preguntar, así que finalmente se armó de valor: —Parece que quieres a Malfo.
¿Por qué lo dejaste morir?
No obtuvo respuesta.
Primero, Silas dejó que su padre asesinara a Malfo; segundo, era evidente que Silas era el favorito, el hijo obediente que no desafiaba a sus padres.
En tercer lugar, había expresado su interés en ella, que ahora se preguntaba si era una farsa para ayudar al Señor Alejandro con lo que fuera que estuviera sucediendo.
—Malfo no era mi medio hermano.
Era mi hermano de sangre —murmuró Silas.
Cati lo escuchó, pero no interrumpió.
—Compartimos muchas cosas: ojos grises, color de cabello, secretos y… una madre.
—¿La Señora Ester no es tu madre?
—preguntó Cati perpleja.
—No, no es mi madre.
Aunque conozco el papel de una madre gracias a ella.
Creo que hizo un buen trabajo, en especial porque no sabía que yo no era su hijo.
Aún no lo sabe.
Creo que mi hermano ya te dijo bastante sobre nuestra familia —dijo antes de una pausa —.
Aunque mi padre permitió que muchos hombres abusaran de mi madre, la embarazó estando ebrio, y poco después tuvo otro hijo fuera de su matrimonio con Ester.
La familia de mi madre se aseguró de mantener el secreto, pues el niño nunca sería querido por su padre.
Se aseguraron de que nadie lo supiera, ocultándola por meses.
Un niño bastardo.
Cati notó que Silas abandonaba los halagos al hablar de la Señora Ester.
En la sombra se parecía a Malfo, lo que le causaba gran tristeza por su amigo.
Como Malfo, Silas exhibía gran amargura al hablar de su familia.
—Por sorpresa, mi madre y Ester dieron a luz al mismo tiempo.
Ahí es cuando cambiaron las cosas.
Mi madre no vivía en la mansión y, durante su ausencia, la reemplazó con Ester, aunque seguía casado con nuestra madre.
No todos podían acercarse a la nueva madre, pero cuando Malfo era un niño, mi padre lo consentía.
Mi abuelo, el padre de mi madre, logró traerme a la mansión, con apenas algunos minutos de nacido, e intercambió a los bebés.
¿Sabías que el Señor ordenó el asesinato del hijo de su esposa?
—¿Tu madre lo sabía?
—preguntó Cati.
Silas explicó: —No.
Sólo mi abuelo y Malfo lo sabían, y ahora tú y yo.
Algunos secretos merecen ser enterrados porque nunca se sabe qué consecuencia traerán —dijo con un suspiro —.
Mi madre lloró la pérdida de su hijo.
A veces me pregunto, si mi abuelo le hubiera dicho, ¿habría tenido la voluntad de seguir viviendo?
Pero algunas veces me alegra.
Ester es una mujer egoísta.
Ni Malfo ni yo supimos, todos estos años, que era una bruja.
—Pero lo dejaste morir —acusó Cati—.
Si realmente lo amabas, no lo habrías dejado.
—Él lo pidió.
—Entiendo que te afecte, pero no te da el derecho a permitir que lo maten frente a ti —dijo elevando la voz—.
Quiero decir, eres su hermano y… —Habla más fuerte y nos atraparán.
Odio a las mujeres —expresó frustrado.
Con su mano cubrió la boca de Cati.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Novelasya.com