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Imperio Valeriano - Capítulo 109

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  3. Capítulo 109 - 109 Capítulo 109 – Prisionera de Nuevo Parte 1
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109: Capítulo 109 – Prisionera de Nuevo (Parte 1) 109: Capítulo 109 – Prisionera de Nuevo (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio Catalina estaba en la mesa junto a los Norman durante el desayuno.

Su actitud se había relajado desde la última vez.

El Señor Norman y la Señora Ester se entretenían con una conversación acerca del baile de la noche anterior, y las personas que asistieron.

Aunque Cati no opinaba, sí que prestaba atención a lo comentado.

Bebiendo su té, no escuchó mención alguna acerca de los vampiros, como si no existieran.

¿O no los mencionaban debido a que Cati se encontraba en el comedor?

Pensando que pronto vería al Señor Alejandro, terminó su desayuno y abandonó la mesa.

Decidió caminar en el jardín de la mansión y salió de la mirada atenta del guardia, Leroy, y los sirvientes que habían recibido orden de vigilarla.

En la mañana, cuando despertó, regresó a su habitación, ya menos ansiosa y con la esperanza de ver a su amante.

Como no había salido de la mansión, no había notado que los muros exteriores estaban cubiertos de espesos tallos afilados.

Si alguien intentaba colarse en el territorio del Señor, primero tendría que atravesar la reja y las espesas espinas.

El lugar era como una prisión.

Desde la muerte de Malfo, Cati no había dejado de pensar en cuán solitaria debió ser su vida en este encierro, un lugar erróneamente llamado hogar.

Su corazón se compadecía de él.

Pensó que su vida era cruel, pero la del joven Malfo había sido mucho peor.

Cómo desearía que las cosas pudieran ser diferentes.

La primera vez que lo conoció, se llevó un susto terrible.

De aquel escalofriante fantasma, se convirtió en su amigo más querido.

Sonrió recordando su tiempo juntos.

Entre las flores coloridas, notó algunos dientes de león que se batían suavemente en el aire.

Los alcanzó y tomó uno con cuidado.

—Señorita Welcher —escuchó en la distancia—, la Señora Ester le manda a decir que por favor se vista, pues la acompañará a la aldea el día de hoy.

Una mucama se acercaba con las manos entrelazadas y la mirada dirigida al suelo.

—Gracias por el mensaje —dijo Cati.

La mucama hizo una reverencia y regresó a la mansión.

Finalmente se sentía cómoda en la mansión, pero salir con la Señora Ester le revolvía el estómago.

Era la última persona con la que quería estar, pero, considerando las circunstancias, no se atrevía a rechazarla.

Sabía que Silas no intervendría en pequeños asuntos como este, pues seguía siendo el hijo bueno.

Silas también le había advertido antes del desayuno que, aunque estaban en el mismo bando, él seguiría su camino.

Acercó a su rostro el diente de león e inhaló profundamente antes de soplarlo para ver cómo se dispersaban sus pétalos antes de volver a la mansión.

Catalina ahora se encontraba junto a la Señora Ester en el carruaje dirigido a la aldea.

—No arquees la espalda, Catalina.

No quisiera que mi hijo se case con una mujer sin compostura —comentó la Señora.

Cati se enderezó enseguida.

Realmente no se casaría con él, pero si ella pensaba esto, significaba que no estaba al tanto de la visita del Señor Alejandro.

Cati sintió alivio.

—No creo que el Señor de Valeria te haya enseñado nada útil en cuanto a comportarte como una dama.

No es lo que esperaba —dijo la mujer estudiando su reflejo en la ventana —.

Sólo te usaba, como a tantas otras.

Fue una fortuna que no te asesinara como a esa amiguita tuya.

Cati se sintió alerta.

¿De qué amiga hablaba?

La primera persona que le cruzó por la mente fue Anabella.

—Dios mío, ¿no lo sabes?

Pobrecita —dijo la mujer con un gesto exagerado—.

¿Cuál era su nombre?

¿Courtney?

No, tal vez Cassandra.

—Cintia —murmuró Cati.

Sus manos se sentían heladas.

¿El Señor Alejandro asesinó a… Cintia?

—¡Desde luego!

Su nombre era Cintia.

La edad me está afectando, desafortunadamente —se burló la Señora.

Debió haber sabido que ese sería el caso.

El Señor Alejandro no parecía ser indulgente.

Aún sentía un escalofrío en su cuello cuando recordaba la mirada aterradora que Alejandro mostró cuando la rescató de aquel hombre.

Siendo una persona que valoraba la vida, no sabía a qué conclusión llegar.

Pero pensándolo bien, no había conclusión necesaria.

—Aquí estamos —anunció la Señora Ester cuando se detuvo el carruaje.

El chofer abrió la puerta y otro hombre se acercó, dispuesto a asistir a la Señora Ester y a Cati al bajar del carruaje.

La Señora Ester no le había dicho a qué vinieron a la aldea; se limitó a entablar conversaciones insignificantes.

Esta parte de Mythweald no parecía decente.

Parecía un área sospechosa, con personas apostadas en las esquinas de los edificios, y algunas que circulaban por la calle.

Los edificios estaban viejos y desgastados, con puertas de madera desgastadas.

Junto a ella había una enorme puerta, y el edificio tenía estatuas de cuervos en la cima.

Justo cuando cruzaban la calle, vio a alguien con una capa negra que las miraba fijamente desde la esquina.Parecía que la Señora Ester no lo había notado, pues caminaba con la vista al frente.

Cuando giraron a la derecha, llegaron a un callejón sin salida, y al girar, Cati notó que la persona de negro venía tras ellas.

¿Coincidencia?

Imposible, pensó.

Una coincidencia era la última opción en el imperio.

—Señora Norman —dijo alguien.

Cuando Cati miró al frente, encontró a una mujer mayor frente a ellas, con piel arrugada y pálidos ojos de un azul grisáceo.

Su cabello canoso, corto, estaba sujeto en un moño, y algunos mechones caían alrededor de su rostro.

—Gracias por visitar en tan corto tiempo.

—Deja las formalidades y dime por qué me citaron.

Más vale que sea importante —dijo la Señora Ester con un tono cortante.

—Lo es, lo es.

Te agradará escuchar lo que hemos descubierto —replicó la mujer con un tono alegre.

—¿Entonces qué esperamos?

Adelante.

La Señora Ester dio un paso al frente, pero la mujer miraba a Cati con una expresión dubitativa.

Al darse cuenta, la Señora Ester dijo: —Catalina, espera aquí, por favor.

Regreso pronto.

Le dirigió una última mirada con sus penetrantes ojos azules antes de entrar al edificio con la mujer.

La Señora, o mejor dicho, la bruja le había ordenado esperar, pero Catalina no se sentía segura porque el callejón estaba desierto.

Si la mujer la había traído para dejarla fuera del edificio, no debía haberla traído en primer lugar.

Suspiró pensando al respecto y notó que había un caracol junto a su pie.

Se inclinó a levantarlo e inspeccionó su superficie con los dedos.

No sabía cuánto tiempo había estado esperando y deseaba haber traído su reloj, aquel que Rafa le regaló tanto tiempo atrás.

Su mirada pasó de su mano a las hojas secas que se movían en el suelo áspero.

Al final miró de nuevo a la persona de negro; esta vez, la persona permanecía inmóvil mirando hacia ella.

Se miraron fijamente y Cati sintió pánico.

No sabía quién era ni qué quería.

Abrió la boca para hablar, pero sintió que su garganta se cerraba cuando la persona comenzó a caminar hacia ella.

Se sentía reacia a entrar a la tienda en la que estaba la Señora Ester y, en cambio, caminó al borde del callejón.

Al mirar atrás, vio que la persona se acercaba cada vez más rápido y comenzó a correr, por lo que la persona de negro también comenzó a correr.

No sabía dónde estaba, pero tras correr como nunca antes, respirando agitada y con las manos sobre su estómago, vio la parte más viva de la ciudad, aquella donde vivían las familias.

Calmó su respiración y avanzó entre los aldeanos.

Miró alrededor y no encontró a la persona que la seguía.

¿Por qué habría una persona con capa en territorio de humanos?

Pensó extrañada.

Cati consideraba que el territorio de humanos era mucho más peligroso que el de vampiros.

Este era un lugar en el que el destino de las personas era incierto; en especial si era una mujer, siempre había riesgo de que alguien la acusara como bruja condenándola a morir en la hoguera.

Mantuvo la mirada al suelo y ocultó su rostro con un pañuelo para evitar problemas, pues hacía sólo días que la habían acusado de ser una bruja oscura responsable de la muerte de su hermano.

Pasaba por un puesto de verduras cuando notó a un chico que vendía periódicos.

—Noticias recientes de los Señores.

¡Noticias del Imperio!

¡Escándalo del Duque, y la versión que no conoces!

—gritaba el joven agitando los diarios en sus manos.

Aquellos interesados en los chismes se reunían rápidamente a su alrededor.

La pila se agotaba rápidamente y Cati consideró la posibilidad de comprar uno.

Buscó un centavo, pero terminó encontrando una plata.

Se la entregó al niño y se fue sin esperar el cambio.

Al encontrar un callejón silencioso, miró alrededor antes de leer el titular que le partió el corazón: El Señor de Valeria, culpable del asesinato de miembro del Concejo.

Pasará el veredicto.

El Señor estará en prisión hasta nuevo aviso.

—¿Qué sucede?

—murmuró Cati.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Novelasya.com

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