Imperio Valeriano - Capítulo 110
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- Capítulo 110 - 110 Capítulo 110 – Prisionera de Nuevo Parte 2
110: Capítulo 110 – Prisionera de Nuevo (Parte 2) 110: Capítulo 110 – Prisionera de Nuevo (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio La incomodidad comenzó a nublar su mente.
No parecía que el plan saliera de acuerdo a lo previsto; se había desviado.
Continuó leyendo para conocer los detalles de la detención del Señor Alejandro.
El miembro del Concejo murió hacía menos de treinta días, y su cuerpo fue hallado cerca del río que cruzaba el norte, a la media noche.
Cati saltó cuando escuchó un ruido, lanzando el periódico en un contenedor de basura.
—¡Dios mío!
Cati cerró los ojos y llevó una mano a su pecho cuando vio al gato de manchas doradas sobre el tejado, caminando a donde fuera que se dirigía.
Exhaló aliviada, pero percibió algo a sus espaldas.
Sintió un nudo en la garganta cuando vio a la figura cubierta de negro.
Comenzó a caminar, pero cuando giró, no había nadie.
Si de ella dependía, jamás volvería a pisar Mythweald.
Cati no supo cómo, pero parecía haber regresado a la tienda en la que entró la Señora Ester.
Se acercó a la puerta, preguntándose si debería tocar, y fue entonces cuando notó la separación entre las cortinas de la ventana.
Se acercó a husmear y encontró a tres mujeres, una de ellas la Señora Ester, de espaldas a ella.
Cuando una de ellas giró, Cati dio un grito ahogado y cubrió su boca ante la escena: piel oscura y agrietada, cuernos en la cabeza, uñas oscuras y una lengua que serpenteaba fuera de su boca como una víbora cada vez que hablaba.
Con la información que tenían, no debió haberse sorprendido, pero conocer la teoría era muy diferente a la realidad.
Brujas.
Tres brujas justo frente a ella.
—¿Y se puede saber qué estás viendo?
Cati brincó del susto.
Giró y se supo en problemas.
No tres, sino cuatro.
Justo cuando el pensamiento cruzó por su mente, vio que la lengua de la bruja salía de su boca sonriente.
Antes de que Cati pudiera reaccionar, la bruja elevó la mano en la que llevaba una vara con la que la dejó inconsciente.
Cati gruñó cuando abrió los ojos.
Ajustándose a la luz de la habitación, descubrió que estaba en el calabozo, pero era diferente a la última vez que fue capturada.
Su estómago gruñía y se preguntó cuánto tiempo había pasado inconsciente.
Había puertas en vez de barras de hierro oxidadas.
Estaba en una silla, y sus brazos y piernas estaban amarrados con soga.
Luchó por liberarse, lo que causó un chirrido cuando la silla rodó en el suelo.
—Es inútil —dijo Ester, que acababa de entrar en la habitación con Leroy—.
¿No te has dado cuenta de que tu resistencia es fútil?
La mujer sonreía con dulzura.
—¿Esto es todo lo que puede hacer cuando algo no sale como quiere?
—preguntó Cati.
Sus ojos inocentes ahora mostraban una expresión feroz.
Estaba cansada.
Cansada de ser involucrada en asuntos que no le concernían, cansada de ser culpada por cosas de las que no era responsable.
—Mira su lengua —comentó Ester en tono altivo.
—No es tan larga como la de usted —replicó Cati.
La mujer murmuró y la miró con una expresión indiferente antes de retornar a su sonrisa falsa.
—Hace tiempo que no disfrutaba la muerte de una persona.
Me aseguraré de disfrutar la tuya —dijo con una amenaza apenas velada.
Silas pronto apareció en la celda.
—¡Madre!
¿Por qué capturaste a Catalina?
—preguntó confundido.
—Querido hijo.
No sé cómo decirte esto —dijo Ester con el ceño fruncido y una expresión decepcionada.
Lo miró a los ojos y declaró: —Esta chica intentó asesinarme.
—¿Estás segura?
No creo que Cata… —¿No crees la palabra de tu propia madre, Silas?
¿O prefieres apoyarla a ella que a mí?
—acusó Ester.
Sus ojos brillaban en la luz, atentos a cada expresión de su hijo.
—No, madre.
No es así.
Si lo dices, debe ser cierto —murmuró.
La mujer asintió a modo de aprobación.
Se ubicó frente a su hijo y llevó su mano a la mejilla del joven.
—Sé que tienes una fascinación por esta, pero una mujer así sólo será una amenaza para nuestra familia.
Sus labios se convirtieron en una tensa línea cuando miró a Cati.
—¡Usted es la única amenaza aquí!
¡No… —Y es maleducada, además de decir puras mentiras.
Ven conmigo, Silas.
La Señora Norman sacó a Silas de la celda, pues tenía el ceño fruncido.
Al salir, tomó sus manos y explicó: —Tu madre sólo quiere lo mejor para ti.
Créeme.
—¿Qué quieres decir?
—preguntó Silas alarmado.
—Por supuesto, no crees que dejaría libre a una mujer como ella después de lo que intentó hoy.
Siempre es posible que la amenaza vuelva a aparecer en nuestra puerta; por ende, es mejor atacar el problema de raíz.
—¿Vas a ejecutarla?
—Mucho mejor, pero te daré tiempo para olvidarla.
¿Por qué no vas a descansar en tu habitación?
Te sentirás mucho mejor.
Leroy —llamó—.
Por favor, lleva a Silas de vuelta a la mansión y llama a mi esposo.
Regresó a la celda y le dijo a Cati: —Es una pena que tengas que morir.
No te preocupes, no te asesinaré pronto.
Me aseguraré de que sea lento y terrible.
—Le preocupa que la delate.
Una bruja, la realidad —dijo Cati.
—Cierto, pero… Ya lo sabías.
Es por eso que estabas en la biblioteca —señaló Ester—.
Tenías dudas.
—Pronto se sabrá su secreto.
Cati miraba fijamente a la mujer, que caminaba a su alrededor.
—No he sido descubierta en doscientos años.
¿Qué te hace pensar que este es el momento?
Muchos lo han intentado en el pasado y no llevarlos a la tumba no ha requerido mucho esfuerzo.
Al escuchar lo último, Cati se enfureció.
Se había estado preguntando qué hacía en la casa del Señor Weaver.
—¿Usted era quien lo controlaba?
Al Señor Weaver —preguntó.
—Esa es una fea manera de decirlo.
Definitivamente no lo controlaba, pero sí lo asesiné.
Quiero decir, lo ayudaba con sus pasatiempos y él intentó traicionarme.
¿Estaba loco?
—dijo con una carcajada—.
Al final, resultó inútil.
Los hombres son lo más inútil que existe.
Si sabes qué hacer con ellos, se convierten en marionetas y te traen la cabeza de cualquiera.
Las jóvenes que coleccionaba tenían energía que era útil para recuperar mi fuerza y usarlas en mis pociones.
—Usted es lo más patético que me haya encontrado.Alguien que engaña a su esposo y su hijo es patético —dijo Cati con desprecio.
—Mi familia no es asunto tuyo —dijo—.
Y cómo los manipulo sólo depende de mí.
—Señora Ester, está completo —interrumpió uno de los guardias.
—¿Sabes de ese miembro del Concejo que fue asesinado hace algunos días?
¿Puedes creer quién lo hizo?
Tu adorado Señor Alejandro —afirmó Ester—.
Tan joven y será enviado a juicio antes de ser ejecutado.
Pobre.
El Concejo admira los castigos que hemos dado a los criminales, y nos pondrá a cargo de tu querido Señor.
Con una palmada, Ester pidió a los guardias que llevaran a Cati a la otra celda.
En el camino, vio a alguien del Concejo a quien ya había conocido.
Cuando entró, quedó perpleja al ver a la persona tranquila en la silla de metal con su cuerpo encadenado.
Su expresión era completamente indiferente y sus ojos rojos la miraban fijamente.
El Señor Alejandro.
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