Imperio Valeriano - Capítulo 113
113: Capítulo 113 – Bruja Oscura (Parte 3) 113: Capítulo 113 – Bruja Oscura (Parte 3) Editor: Nyoi-Bo Studio Al escuchar los pasos apresurados al otro lado de la puerta, Cati intentó alejarse rápidamente, pero al impulsar la silla, se cayó hacia atrás con un fuerte estruendo.
La silla se rompió, liberando una de sus manos y ambos pies.
Sin embargo, el estruendo alertó a los guardias, que entraron y encontraron a Cati en el suelo.
—¿Cómo llegó ahí?
—preguntó uno de ellos.
—¡Vuelve a atarla a la silla!
¡Busca la que está afuera antes de que venga la Señora Ester o el Señor Norman!
El primero que había hablado levantó a Cati, pero ella logró golpearlo con un pedazo de la madera rota.
Al ver su expresión tras el ataque, Cati se preocupó.
En pánico, lo golpeó de nuevo pues el hombre sujetaba su mano con fuerza.
Desafortunadamente, el guardia que había salido regresó a tiempo para detenerla.
De pronto, la puerta de la celda se cerró con un ruido seco.
—Abre la puerta —ordenó el hombre que sujetaba a Cati.
Cuando el otro guardia lo intentó, la puerta permaneció inmóvil.
Parecía cerrada.
—¿Qué demonios haces?
¿Por qué no abres la puerta?
—Lo intento, pero por alguna razón no abre —replicó el hombre intentando mover el pestillo.
En ese instante escucharon a alguien riendo.
Los guardias intercambiaron una mirada antes de dirigir su atención al hombre.
Era el Señor de Valeria quien reía, con la cabeza gacha y aún amarrado a la silla.
El sonido de su risa resultaba siniestro, tanto que preocupó a Cati.
Los guardias se preguntaban si el Señor finalmente había perdido la cabeza por la falta de sangre.
—Si quieren que sus muertes sean más piadosas, les recomiendo que le quiten las manos de encima —amenazó cuando su risa acabó.
—Deja de fingir poder.
¡Un asesino debería callarse!
—replicó un guardia.
—Oye, no creo que —intentó el otro.
—Míralo, está sujeto con clavos.
Lo último que necesitamos es preocuparnos por él.
¿Crees que tendremos miedo?
—concluyó el guardia halando el cabello de Cati para hacerla gritar.
Cuando el Señor Alejandro finalmente miró hacia arriba, su expresión era calma y tranquila.
Escucharon un golpe en la pared y Cati vio que era uno de los clavos del pecho del Señor.
Salieron uno tras otro hasta que todos los clavos de su cuerpo quedaron en el suelo, con pequeños rastros de sangre.
Las heridas en sus brazos y piernas sanaron en instantes y se levantó, generando horror en los guardias.
En un parpadeo, el guardia que había intentado abrir la puerta ahora yacía en el suelo, inmóvil.
Su cabeza fue arrancada de su cuerpo.
—¿Sí, decías?
—preguntó Alejandro con un tono amable.
—Yo… yo, perdone —intentó el guardia restante.
—¿Sabes dónde puedo encontrar a la Señora Ester?
—preguntó el Señor con una sonrisa.
—En el bosque.
Por favor… —Vamos, te lo advertí, ¿no es cierto?
—le dijo al guardia, que había tomado una pieza de madera perteneciente a la silla.
—¡No te acerques!
Repentinamente la mano de Alejandro rodeó el cuello del guardia.
Disfrutaba el terror que le causaba.
Sabiendo que Cati miraba, dijo: —Cariño, si pudieras desviar la mirada.
Cati no tuvo que escucharlo dos veces, pues la escena del hombre asesinado en el suelo le daba náuseas.
Se deshizo de los clavos completamente sin ayuda, como si fueran plumas sobre sus brazos.
Sintió una mano en su espalda y, al voltear,vio que la ropa de Alejandro estaba cubierta de sangre.
—Tú… los clavos… bruja.
Era incapaz de armar una oración.
—Cuando una bruja blanca y un vampiro se casan, existe la rara posibilidad de que la combinación de la sangre produzca un descendiente con las habilidades de una bruja oscura.
Estos descendientes son llamados brujos mestizos.
Ha habido rumores que dicen que los brujos mestizos serán la causa de destrucción de la tierra, por lo que las brujas blancas fueron eliminadas hace mucho, para salvar a sus hijos, pero pocos lo saben.
Él era un brujo oculto, pensó Cati.
En algún rincón de su mente alguna vez consideró la posibilidad de que fuera un brujo blanco, pero ser algo como un brujo oscuro era una locura.
¿Qué diferenciaba a los brujos mestizos de los brujos oscuros?
Probablemente la apariencia, pensó.
—Toma esto —dijo entregándole una espada que le quitó a un guardia—.
Cati, cuando salgamos de la celda, será difícil mantenernos juntos debido a la seguridad de este lugar.
Quiero que salgas y vayas a la aldea si es posible —instruyó.
—¿Y tú?
—preguntó Cati sintiendo ansiedad.
Por un momento, la mirada de Alejandro se suavizó ante Cati.
Se inclinó a darle un beso.
—Tengo algunas cosas pendientes.
Los distraeré para que puedas escapar.
Estaré bien solo —dijo con una sonrisa ladeada —.
¿Lista?
Cati asintió, sosteniendo la espada con fuerza.
Cuando Alejandro abrió la puerta, como era de esperarse, los guardias que los notaron se acercaron de inmediato, y uno de ellos alertó a los demás del perímetro.
El Señor Alejandro se movía con destreza y rompía sus cuellos sin esfuerzo, dándole a Cati la oportunidad de huir.
Cati corrió como si su vida dependiera de ello, pues ese era el caso.
La ruta que Alejandro le había indicado era clara, hasta que un guardia salió de la nada blandiendo una espada.
Sus espadas chocaron, pero al escuchar pasos que se acercaban, Cati entendió que no tenía tiempo que perder, por lo que pateó la entrepierna del hombre, que cayó al suelo maldiciendo.
—Lo siento —susurró Cati arrancando a correr.
Pronto apareció el guardia que más odiaba: Leroy estaba frente a ella, con una expresión de absoluto hastío y una espada en sus manos.
No le dejaría pasar tan fácilmente.
La desesperación de correr junto a Alejandro era enorme, pero al mismo tiempo quería defenderse.
Incluso si caía, lo haría con la cabeza en alto.
—Baja la espada —dijo Leroy.
Al escuchar esto, Cati la empuñó con más fuerza.
—Bien —dijo Leroy con desdén.
El hombre la atacó al instante.
Sus espadas chocaron.
Los ataques del guardia eran furiosos, pero por mera suerte, o tal vez gracias al entrenamiento, Cati lograba defenderse, bloqueando y esquivando los golpes de cualquier manera posible.
Cuando intentó sujetarla, Cati saltó hacia atrás.
Su corazón rugía en su pecho.
Apenas habían pasado unos dos minutos y ya jadeaba.
Cati no estaba segura de cuánto tiempo podría resistir.
Al instante, el hombre envió la espada de Cati en el aire y esta cayó en el suelo con un ruido seco.
Al ver que lanzaba su espada hacia ella, Cati cerró los ojos, sabiendo que no tenía escapatoria.
Justo cuando se preparaba, escuchó metales que chocaban sobre su cabeza.
Al abrir los ojos, vio dos espadas en el aire.
Una era de Leroy.
Al mirar desde la segunda espada hacia la persona que la empuñaba, esperó encontrar a Alejandro, pero se encontró con alguien más.
Sus ojos se abrieron como platos.
—Señorita, ¿me extrañaste?
—preguntó el hombre de ojos grises con una sonrisa.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Novelasya.com