Imperio Valeriano - Capítulo 118
118: Capítulo 118 – Epílogo 118: Capítulo 118 – Epílogo Editor: Nyoi-Bo Studio —Ahí, creo que está listo —dijo Margarita, la mujer mayor.
Peinaba a la joven, y acababa de sujetar un mechón frontal de su cabello hacia un costado.
—¿Qué le parece, Señora Sylvia?
Sylvia, que había estado mirando por la ventana, volteó sonriendo a ver a Cati.
—Está perfecto.
Exactamente como debería lucir una hermosa novia.
¡No estés nerviosa!
—dijo al notar la sonrisa tensa de Cati.
—Tengo mariposas en el estómago —confesó Cati mirando su reflejo en el espejo de la pared.
Al girar, veía las rosas blancas en su peinado.
Unas semanas después de su regreso a Valeria, un día regresaban de las tumbas de la familia de Cati cuando Alejandro le pidió su mano en matrimonio; Cati, sin dudarlo, aceptó.
Se consideraba afortunada por poder casarse con el hombre del que se había enamorado.
Cuando le propuso matrimonio, Cati estaba emocionada, pero a la vez incómoda ante el hecho de que su tiempo era limitado en comparación con el de Alejandro.
Era humana, a diferencia de él, que era una criatura inmortal, por lo que el tiempo no le afectaba.
Al percibir su preocupación, sólo sonrió.
Le explicó: —Los matrimonios son muy complicados cuando se trata de humanos y vampiros.
Un vampiro puede convertir al humano en semi vampiro, pero usualmente no sale de acuerdo a lo planeado.
Hay riesgo de que el semi vampiro contraiga rabia, por lo que muchos no eligen esta ruta; por ende, hay pocos casos exitosos, pero también fracasados.
—No me convertirías, entonces —murmuró Cati con la mirada baja.
—Así es.
Prefiero tenerte conmigo mientras envejeces que arriesgar tu vida y perderte en un instante.
Cati no se sentía conforme, pero lo aceptó.
—Sin embargo, no tienes de qué preocuparte —dijo, por lo que Cati lo miró—.
Tonta, ¿realmente crees que dejaré que tu vida pase tan rápidamente?
Soy un brujo oscuro, por lo que tengo poderes especiales: puedo congelar tu vida.
—¿Eso significa… —Vivirás tanto como yo.
No envejecerás, no como vampira, sino como humana —concluyó con un beso.
Ahora estaba sentada frente a su peinadora, mirando su reflejo con el vestido blanco que Elliot intentó comprarle cuando fueron a la tienda de Weaver.
Aunque el señor Weaver había sido controlado por la brujería, incluso en esos tiempos su amor por los vestidos resultaba evidente.
La calidad de las telas y los intricados detalles eran deslumbrantes.
Fue hecho con mucha precisión y cuidado,cada puntada era perfecta.
Debía haber hecho los vestidos en honor a su hija, pensó Cati tocando su regazo y sintiendo la tela con sus dedos.
El asunto de las brujas eventualmente se solucionó, después de muchos años y, por ahora, sabían que no habría problemas en el imperio.
De regreso a casa, Alejandro le dijo que el director del Concejo, Rubén, también era parte del plan: ayudó a culpar a Alejandro del asesinato cometido por el Seño y la Señora Norman para que Alejandro pudiera terminar con el asunto.
Incluso los documentos que se perdieron cuando Malfo abandonó Mythweald, antes de su muerte, llegaron a las manos de Alejandro la noche de la masacre, hacía cerca de trece años, por lo que le resultó más fácil rastrear a las brujas que no aparecieron esa noche.
Al final, las cosas salieron bien y la mayoría de las brujas murió en la hoguera, aunque algunas habían escapado.
Ya que el Señor y la Señora del Sur habían muerto, el Concejo decidió pasar el cargo al hijo mayor, Malfo Crook.
Al pensarlo, Cati sonrió.
También era triste que ya no pudiera ver a su amigo fantasma tan seguido, pues estaba a cargo de un imperio.
—Estar nerviosa antes de la boda es completamente normal.
Anabella interrumpió sus pensamientos cuando se acercó a tomar el velo.
—Yo estaba tan nerviosa que casi escapé de mi boda.
—No casi, escapaste.
Anabella no quería casarse —señaló Cati.
Su amiga sonrió ante el recuerdo.
—¿Y qué sucedió?
—preguntó la Señora Margarita.
—Cati me convenció de regresar, diciendo que las cosas mejorarían y, quién sabe, Donovan podría ser el indicado.
Y me alegra que me convenciera, porque sí resultó ser el indicado.
Anabella sonrió plácidamente, y Margarita se conmovió.
Cuando Cati estuvo lista, todas salieron de la habitación para que pudiera pasar un tiempo sola.
Se levantó de su asiento y se observó en el reflejo.
El velo transparente estaba sujeto detrás de su cabeza.
Se acercó a la ventana y se inclinó para ver que los invitados habían desaparecido desde la última vez que se asomó.
Un llamado insistente a la puerta la sacó de sus pensamientos y volteó para encontrar a Elliot con su traje blanco.
—Te ves hermosa —dijo acercándose con ojos llorosos—.
Sabía que este vestido sería perfecto para ti.
Me combiné contigo para que no te sientas fuera de lugar.
Cati rio.
—Gracias, Elliot, por todo —dijo mirándolo—.
Especialmente por, ya sabes, llevarmeal altar y cuidar de mí.
—Soy afortunado de tener ese lugar.
Has crecido bien, Cati.
Tu forma de ser lo complementa bien —dijo con una sonrisa, esta vez sin chistes.
—Señor Elliot, llegó la hora —dijo una de las mucamas.
La boda se llevó a cabo en la misma propiedad, cerca de la mansión.
Los invitados ya habían llegado y el novio esperaba a la novia en el altar.
Elliot y Catalina llegaron al destino en carruaje.
La música comenzó a tocar de fondo una vez que bajaron.
Tomó la mano de Elliot lista para caminar, sintiendo que su corazón daba vuelcos con cada paso.
Con tantos ojos sobre ella, se aseguró de concentrarse en la vasija de flores tras el altar, entre el novio y el sacerdote, para evitar los nervios.
Cuando finalmente miró a Alejandro, sintió que sus labios se secaban.
Se veía alto junto al sacerdote, con un traje negro y una camisa blanca.
Su cabello negro estaba peinado hacia atrás y sus intimidantes ojos rojos absorbían a Cati, cuya mirada se desvió, incapaz de soportar la intensidad del intercambio, pero mantuvo su sonrisa valiente igual que Elliot, que caminaba junto a ella.
Al llegar a Alejandro, Elliot soltó su mano y se fue al otro lado, pues era el padrino.
Pronto la ceremonia comenzó e intercambiaron sus votos antes de que el sacerdote los declarara marido y mujer.
Elliot fue el primero en bailar con Cati.
Muchos invitados habían venido a la boda.
El Concejo, los Señores de los otros imperios, vampiros de clase alta, pero también humanos.
Felipe Traverse y Carolina Barton estaban presentes.
Felipe, que había estado hablando con uno de los invitados, miró a la novia y sonrió; se veía tan hermosa al sonreír.
Sin embargo, su hermanastra no estaba feliz, y se encargaba de mostrarlo claramente en su expresión, sentada junto a Felipe.
Cuando la canción terminó, Cati escuchó: —¿Puedo bailar con usted, milady?
—dijo Malfo.
Tomando el lugar de Elliot, hizo una reverencia a Cati antes de guiarla de vuelta a la pista.
—¿Cómo estás?
—preguntó Cati.
—Nada mal.
Mi pare dejó el Imperio del Sur hecho un desastre, y organizar todo me llevará algún tiempo.
Mucho trabajo —dijo—.
Te ves muy feliz.
—Lo estoy —confirmó Cati con una sonrisa—.
Silas también está aquí.
No parece feliz —señaló que el hermano estaba sentado en una mesa con el ceño fruncido.
Malfo rio.
—No le prestes atención a sus cambios de humor.
Ha estado así por algún tiempo.
Era muy obstinado como para venir, pero al notar que yo venía, aceptó.
Extrañaré ser tu guardia.
—Yo también —dijo Cati con tristeza.
—Puedes visitarme con el Señor Alejandro.
Al terminar el baile, Malfo hizo otra reverencia y soltó su mano antes de caminar cerca de su hermano.
Silas, al ver a su hermano pasar, se levantó de su silla para seguir a su hermano.
—¿Nos vamos?
—preguntó alcanzando a Malfo—.
¿Está bien?
¿Irnos sin decir nada?
—Sí—respondió Malfo entrando al carruaje, sabiendo a qué se refería Silas—.
Tenemos mucho trabajo y no has completado el papeleo.
Vamos.
En la boda, Alejandro rodeaba la cintura de Cati con su mano mientras la otra sostenía su mano.
Cati reposaba su cabeza sobre el pecho de su nuevo esposo, meciéndose suavemente al ritmo de la música.
Sonrió al sentir que Alejandro la abrazaba con fuerza.
Saber que sería ella quien pasaría el resto de su vida junto a él… Lo miró.
—¿Algo te molesta?
—preguntó Alejandro, alejando tiernamente el cabello del rostro de Cati.
—Siento que todo es un sueño.
Es tan irreal pensar que soy tu esposa ahora, y que tú eres mi esposo.
—No te preocupes acerca de cosas sin sentido —dijo—.
En las noches y días por venir, me aseguraré de grabar en tu mente y en cada parte de ti que me perteneces y yo a ti.
Se inclinó a depositar un amoroso beso en los labios de Cati, que lo devolvió con la misma intensidad.
—Escuché algo de Malfo —dijo al separarse.
Alejandro la miró confundido.
—¿Qué podría ser?
—La piedra que me regalaste, realmente no la compraste en el carnaval.
La hiciste para mí—reveló.
Alejandro sonrió y dijo: —Sabiendo que los problemas te encontraban, tenía que hacer algo.
La acercó a él y murmuró algo que derritió el corazón de Cati: —La araña no podía resistir dejar a su mariposa sola.