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32: Capítulo 32 – Los Santos (Parte 1) 32: Capítulo 32 – Los Santos (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio Después de quitarse la ropa, Cati se metió en la tina y dejo correr agua caliente de un solo lado.

Luego tomó la barra de jabón y enjabonó su piel antes de refregarla vigorosamente, mientras se repetía a sí misma que nada había pasado y que ella estaba segura.

Cati quería olvidar lo de anoche como si hubiera sido un mal sueño.

En vez de salir cuando terminó su baño, Cati se sentó en la tina y tocó la superficie del agua con la punta de sus dedos, dibujando patrones irregulares.

El agua cálida la calmaba como una capa protectora a un capullo.

Ahora, ser una sirvienta no parecía tan malo como acabar con una persona equivocada, pensó ella, acercando las rodillas a su pecho.

Unos días más y ella podría saber del paradero de Rafa.

Una vez ahí, ella decidiría que hacer.

Al tener una buena educación, ella podría llegar a ser la asistente de un erudito en el Imperio del Sur con los otros humanos.

El día de los Santos se acercaba y quedaba solo una semana.

Los Santos era el día en que todo el Imperio celebraba la Noche de Todos los Santos.

Era una tradición que había sido implementada por el Concejo para aceptar a los vampiros y otras criaturas que acosaban a los humanos al comienzo, cuando los primeros vampiros pura sangre emergieron de la oscuridad.

Cati no sabía cuánto tiempo llevaba sentada allí y se sentía poco mareada cuando escuchó a alguien entrar al baño, ―Te traje…¡Dios mío!

¿¡Por qué hay tanto vapor!?

―escucho decir a la alarmada voz de Margarita, quien caminó hacia la bañera a cortar la llave que seguía dando agua caliente.

El baño se había vuelto neblinoso―.

El Señor dijo que estabas enferma.

Entonces dime, ¿por qué te metes al agua cuando solo harás que te suba la temperatura?

Cati miro a Margarita con una sonrisa avergonzada.

―Lo siento ―dijo al salir de la tina y se cubrió con una toalla que había dejado en la estantería.

―Deberías estarlo ―dijo ella, regañándola con ternura como a una niña.

Ella colocó su palma en su frente―.

Y ahora tienes fiebre.

―Sí, Margarita.

―Ahora vístete y acuéstate.

Le pediré a alguien que te suba la cena ―dijo y dejó a Cati en su habitación.

Cati se las arregló para meterse dentro de su camisón y vestir un par de calcetines cuando sintió que sus pies se enfriaban.

Una vez que se arrastró sobre la cama, ella tiró de las frazadas y se acostó.

Pasaron los minutos y pronto se aburrió de no hacer nada más que estar sentada en la cama.

Sacó del velador el libro que había pedido prestado de librería en la ciudad.

Luego de leer una página, cerró el libro y lo colocó de vuelta sobre el velador.

Ella ya no podía saber qué hora era porque el reloj de la pared había dejado de funcionar.

La aguja mayor y la menor apuntaba a las tres y doce, respectivamente.

Cuando alguien tocó a su puerta, pensó que Margarita había enviado a Dorothy, y se alegró por un instante.

Pero al ver la altura moderada y la delgada figura de Martín, el mayordomo de la mansión, ella sintió como sus hombros decaían.

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­―Señorita Catalina, su cena está aquí―anuncióél al cruzar la habitación con su caminar macabro.

Martín no era un conversador muy sociable.

Él hablaba solo si era necesario, algo entendible al tener que hablar con docenas de personas en la mansión.

Y si no tenía nada de qué hablar, él seguía su camino como un fantasma invisible.

Cuando Cati había llegado a la mansión por primera vez, al ver esa piel pálida, figura demacrada y sus ojos ligeramente oblicuos, Martín se veía espeluznante.

Al abrir el contenedor que él había colocado en la mesa, Cati vio un caldo viscoso más como liquido de color café.

―¿Esto es comestible?

―preguntó con una mirada cautelosa.

Al ver el caldo, el pequeño apetito que tenía desapareció.

―Está hecho de hierbas, pasta de jengibre con verduras picadas y un poco de sal para el gusto.

Será fácil de digerir y la proveerá a su cuerpo de la energía necesaria.

Cómaselo mientras esta caliente ―aconsejó.

Ella tomo la cuchara, la hundió en el caldo y se llevó pequeños sorbos a la boca, intercalando beber el agua de su vaso que ya estaba lleno.

―¿Qué hora es?

―preguntó, mirando la ventana.

Estaba oscuro, por lo que debía ser de noche.

―Pasado las once.

―¿Cuánto tiempo has trabajado para el Señor?

―preguntó Cati después de un tiempo y tomó otra cucharada del caldo.

―El abuelo del Señor Alejandro, Vlad, me contrató como mayordomo de la mansión.

Desde entonces, he estado sirviéndoles por más de dos generaciones ―respondió sin demora.

―Eso es mucho tiempo ―pensó en voz alta―.

¿Eso significa que no eres humano sino un vampiro?

―preguntó, confundida.

Si bien él era pálido, ella siempre había pensado que era humano hasta ahora, porque había visto las fotos de la familia que colgaban en las paredes de algunos rincones de la mansión.

Y en ellas, él se veía un poco más joven.

―Soy Semi-vampiro.

Yo envejezco más rápido comparado con otros vampiros, pero más lento que otros humanos ―le explicó―.

Debes haber escuchado como la mayoría de los Semi-vampiros que se convierten pierden el juicio.

Yo soy uno de los pocos que todavía está cuerdo.

Ella asintió con la cabeza, terminando de comer y limpiando su boca con una servilleta.

Martín no solía traer la comida a menos que el Señor se lo pidiera.

En general, eran las sirvientas quienes llevaban la comida solicitada a los huéspedes.

Cati se preguntó si el Señor de Valeria se lo había pedido a Martín.

Ella se deslizó dentro de la cama y al taparse dejo salir un bostezo.

Martín tomo la bandeja en su mano, y le deseó buenas noches antes de apagar las luces y cerrar la puerta detrás de él.

Con el estómago lleno, Cati se sintió con sueño y en unos minutos cayó profundamente dormida.

Abajo, en el calabozo subterráneo en una celda cerrada, el Señor de Valeria estaba de pie frente a Lancelot, quien estaba encadenado a la pared con cadenas gruesas y oxidadas alrededor de sus manos y piernas.

Con su cara ensangrentada, el hueso roto de su mejilla rompía la simetría del otro lado de su cara.

La mano de Alejandro goteaba con sangre.

Sangre que pertenecía al hombre frente a él.

Aparte de los dos guardias parados frente a la celda, él y el otro hombre eran los únicos en la celda.

―Escuche que te invitaste solo a la fiesta del té.

Debes ser un muchacho poco popular, desesperado por recibir atención.

―¿Por qué estoy aquí?

Pierdes tu tiempo ―preguntó Lancelot, cansado por la cantidad de golpes que había recibido.

―No te preocupes.

La verdad, estoy disfrutando estar aquí―comentó el Señor, riendo sombrío.

Lancelot no pasó por alto el destello de sadismo en los ojos de Alejandro, vacíos y fríos.

―¿Por qué pretendes ser un buen hombre para meterte dentro del vestido de una mujer cuando hay un bario rojo si quieres complacerte?

―preguntó Alejandro―.

Habla.

―No es divertido cuando la mujer es dócil como una muñeca sucia y usada.

No es que todas las mujeres de élite lo sean, pero cuando encuentras alguien como ella entre ellas, simplemente tienes que desplumarla.

Para que ella te llamara hoy, debes haber tenido su bonita boca alrededor de tu verga.

¿Estaba buena?

¿Qué tal su- El hombre recibió un golpe de inmediato, un puño chocando con su cara.

La sangre salpicó de su boca y él tosió.

Alejandro camino con calma hacia el otro lado de la celda para tomar una pequeña botella verde.

―Groot belladona.

Los ojos de Lancelot se agrandaron al ver al Señor con su botella, ―¿Cómo sabes de ella?

―Una poción de groot belladona está hecha de una sustancia venenosa pero que es usada para sanar a cualquier persona en menos de una hora.

Una posesión bastante rara usada por brujas oscuras.

Tú trabajas para una Bruja Oscura ―dijo ignorando la pregunta―.

Si estás dispuesto a colaborar, yo puedo liberarte.

Dime dónde está la Bruja Oscura y puedes irte.

―No pretendo darte ninguna información.

Tus mentiras no funcionarán conmigo.

Odio a los vampiros que piensan que son superiores a nosotros los humanos, y creen que pueden hacer lo que quieran.

Perdí a mi esposa por culpa de uno.

―Lamento oírlo ―murmuró el Señor de Valeria, un poco sorprendido al saber que el hombre estuvo casado.

―Tú no lo entiendes ―Lancelot rio a pesar del dolor―.

Un día, cuando volví del trabajo, encontré a mi esposa con el Duque, quien era un vampiro.

Desnuda y envuelta en sus brazos en el calor de la pasión.

Yo era un buen hombre, que amaba a su esposa y ella decía que me amaba.

Incluso cuando le había levantado la mano a veces.

Yo la amaba.

Por lo tanto, la tomé para siempre en mis manos ―susurró mirando a la pared―.

La maté.

Alejandro no hizo ningún comentario.

Concluyó que el hombre tenía varios tornillos sueltos en la cabeza.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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