Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
33: Capítulo 33 – Los Santos (Parte 2) 33: Capítulo 33 – Los Santos (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Lancelot volvió a hablar.
―Tú no eres un buen hombre.
Somos parecidos.
He escuchado la clase de persona que eres.
Has matado mujer tras mujer.
―No me digas ―dijo Alejandro al acercarse a él―.
Seguramente sabrás que fueron mujeres que se acercaron a mí por propia voluntad.
―¿Catalina sabe de la cantidad de muertes que has causado?
Te vi con ella, comportándote como un santo ―dijo, y volvió a reír―.
Quizás estás usando su cuerpo hasta que se marchite para después pasar a uno nuevo.
―Cuidado cómo me hablas ―advirtió el Señor de Valeria.
―¿Por qué?
Si la oportunidad se presenta, terminaré lo que empecé.
La violaré mientras llora.
Abriré sus piernas…―cuando esas palabras salieron de su boca, Alejandro perdió el control y en un instante estaba frente al hombre con su mano alrededor de su cuello.
Con la otra mano, Alejandro presionó el pecho del hombre.
Aplastando su caja torácica mientras se resistía.
―P-p-por-por favor, suéltame ―dijo Lancelot sin aliento―.
L-lo s-siento… Alejandro dejo escapar un suspiro de sus labios.
―Te lo advertí, ¿no?
Un poco más de fuerza y el hombre dejo de resistirse.
Su cuerpo quedó inmóvil.
Él estaba muerto.
El Señor de Valeria limpió la sangre de sus manos con un pañuelo.
Una vez que guardó la botellita en su bolsillo, él dejó la celda antes de que los guardias retiraran el cuerpo y lo enterraran en la profundidad del bosque.
Y de esa forma, eliminaron cualquier evidencia de que ese incidente tuvo lugar.
El día de los Santos llegó y la gente de Valeria estaba tan ocupada como el resto de los imperios.
Era la época más ocupada y alegre del año.
Todos dejaban sus casas tan escalofriantes como podían.
Cati ayudaba a colocar calabazas talladas dentro de la mansión con Dorothy y otros dos hombres.
Aunque el trabajo parecía fácil, no lo era.
La mansión era enorme, y tomaba tiempo para que los cuatro puedan llevar las calabazas en el carro y fijarlas en el lugar correcto.
Algunas en el suelo, otras colgando del cielo.
Dorothy seguía mirando a Cati a ratos y finalmente Cati, que sentía su mirada, preguntó: ―¿Tengo algo en la cara?
―¿Qué?
―preguntó Dorothy.
―Has estado observándome Dorothy.
Cati se inclinó a la ventana para inspeccionar su cara.
―Ah, perdona, pareces estar de mejor humor que hace unos días.
Lamento que no encontraras ningún hombre a tu gusto.
Creo que eres una persona Santa ―dijo Dorothy, mientras tomaba otra calabaza del carro.
―¿Una persona Santa?―preguntó Cati, confundida.
―Tú sabes, como la gente de verano o una persona de Navidad.
Tú eres una persona Santa ―charlaba Dorothy mientras Cati le ayudaba a colgar una calabaza pequeña―.
Los Santos del año pasado fue el mejor.
Salimos en la noche a asustar a la gente.
El Señor Alejandro nos había dado el día siguiente libre a todos.
Y no me olvido del baile.
Su amiga tenía razón.
Ella sí se había sentido triste unos días atrás.
Pero después de recuperarse de su fiebre en un día, Cati se había enfocado de lleno en el trabajo para olvidar lo pasado, como un recuerdo que se desvanece en la memoria.
―¿La gente viste disfraces en el baile?―pregunto Cati.
―No sobre sus atuendos.
Tú sabes como a la elite le gusta verse pulcros.
Yo digo que la opción más segura es vestir un vestido de baile para ahorrar pasar vergüenza ―dijo, colgando la última calabaza.
Ambas suspiraron de alivio.
―No puedo creer que lo hicimos.
Un día y medio de trabajo finalmente completado ―murmuró Cati, preguntándose si iba a ver calabazas en sus sueños.
Como todos, ella estaba emocionada por Los Santos.
Ella recordó a su familia, cuando decoraban la casa con cosas extrañas.
Ella y su tía habían hecho galletitas ese día.
Fue un tiempo hermoso y ella lo atesoraría.
―Veo que has acabado de colgar las temibles calabazas ―dijo Matilda.
Ella tenía su pelo crespo amarrado en un moño desordenado―.
¿Sabes dónde está Cintia?
―No la hemos visto ―respondió Dorothy.
―La señora Hicks pregunto por ella.
La cocina esta corta en personal.
Si la ven, por favor envíenla a la cocina ―dijo a los hombres y continuó―.
Ayúdenme con las cajas ―dijo y saco a ambas sin esperar una respuesta.
Cati había llegado a saber que Matilda era una persona más amable que la impresión que tuvo cuando se conocieron por primera vez.
Mientras pasaban por los grandes salones, Cati vio al Señor de Valeria y a Carolina.
―¿Acaso la señorita Carolina no pasa mucho tiempo en la mansión?
―susurró Dorothy.
―Está tratando de llamar la atención del Señor Alejandro y así poder casarse con él ―dijo Matilda en voz baja.
―Shhh ―las hacía callar Cati.
―Ella actúa muy desesperada ―dijo Dorothy y Matilda asintió de acuerdo.
―¡Cati!
―llamo Elliot, agitando su mano para que ella se acercara.
―Buenas tardes, Elliot ―le saludo con una sonrisa―.
Buenas tardes Señor Alejandro y señorita Carolina―dijo e inclino su cabeza.
Alejandro devolvió la sonrisa mientras Carolina dejo salir un “eh” como respuesta.
―¿Cómo van los preparativos?
Te vi con calabazas y otros criados ―dijo Elliot mirando a Dorothy y Matilda que estaban de pie a unos metros de ellos.
―Terminamos con las calabazas y estábamos ayudando con otros materiales.
―respondió.
―Debe ser agotador ―ponderó Elliot y antes que Cati pudiera decir algo los interrumpió Carolina.
―Las calabazas son ligeras.
Son las más fáciles de mover ―dijo, girando hacia Cati―.
Quiero que cambies mis sabanas ya que se ensuciaron.
―Por supuesto… ―¿Viste los esqueletos que sacamos de las tumbas?
―preguntó Elliot con entusiasmo, y ella asintió―.
Es la única oportunidad que tienen de salir.
Pobrecillos, siempre dentro de sus ataúdes ―dijo Elliot, y sonrió.
Ambos hombres ignoraron a Carolina y hablaron con Cati, haciendo que Carolina mirara con furia a la chica de pie frente a ella.
En los días siguientes, Alejandro vigilaba atentamente a Cati, ya fuera mientras le invitaba a un té por la tarde en su estudio o a una caminata con los demás.
No sabía por qué pero se sentía obligado.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com