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36: Capítulo 36 – Casa de muñecas (Parte 2) 36: Capítulo 36 – Casa de muñecas (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Cati aparto la vista avergonzada que él la haya visto.
En alguna parte de su mente, ella sabía que en algún momento la pregunta inevitable sería hecha.
―No debieras dejar que los hombres te besen con frivolidad.
Sus palabras la ofendieron.
Alejandro no pretendía decirlo de esa forma, pero su enfado se filtró antes de poder prevenir lo que dijo.
―Perdóname, no quise decirlo así―dijo tratando de reducir el daño mientras ella asentía sin mirarlo.
―No era mi intención que pasara.
Fue la primera vez ―susurró suavemente.
Era la primera vez que un hombre, además de su familia, le mostrara tal afecto.
―Lo sé, querida ―la cara de Alejandro se suavizo y descanso su mano en su cintura con ternura―.
Dejar que un hombre te bese sin reprenderlo hace pensar a uno que lo apruebas porque eso es lo que la sociedad cree.
¿O acaso te gusta el Señor Nicolás?
―¡No me gusta!
―dijo con rapidez a los ojos y añadió―, yo creo que el Señor Nicolás estaba siendo amable conmigo.
Quizá demasiado amistoso.
―Aléjate de él ―dijo sin rodeos haciendo pestañear a Cati.
―¿Qué?
¿Por qué?
―pregunto molesta.
―Porque yo lo digo.
Él es un adulador con intenciones que desconoces.
―Pero él es un buen hombre ―discutió y vio los ojos de él entrecerrarse.
―Y yo puedo ser un hombre malo ―ella sintió el tono de advertencia―.
Mientras estés bajo mi protección, yo espero que te comportes y escuches lo que digo.
No dejes que ningún hombre te bese, Catalina.
No queremos que caigas en las manos equivocadas como antes así que obedece.
El Señor Nicolás había sido bueno con ella y estaba segura él no tenía ninguna mala intención con ella.
Incluso si estaba cuidando de ella, El Señor Alejandro no tenía ningún derecho a controlar a quién podía ella hablar o no.
―No soy tuya para obedecerte ―espetó y sintió por segunda vez en la noche como se ruborizaba de vergüenza―.
Quiero decir, no puede… ―Qué desobediente ―murmuró, antes de mover la mano de su cintura a la espalda de ella y acercarla a él y susurrarle―, ¿desearías ser mía?
―¿Q-Qué?
No, no quise d-decir eso ―tartamudeó, sintiéndose de pronto mareada y con los ojos borrosos.
¿Acaso escuchó mal?
¿O su cabeza comenzó a alucinar sobre cosas que ella no se atrevía a imaginar?
―Relájate.
Solo estaba bromeando ―dijo él con suavidad, intentando calmarla.
A él le pareció adorable como ella había reaccionado, como un animal aturdido.
Cuando la canción termino, Alejandro soltó la mano de ella.
Después del baile, Cati fue a cambiarse ropa, vistiendo un abrigo sobre una camisa y pantalones que había pedido prestada de su primo hace mucho tiempo.
Caminaba ahora con sus amigas a la ciudad humana y vio como la alegría llenaba la atmosfera.
Le recordó aquella ocasión que pasó con su familia el día de Los Santos.
La aldea en la que vivió no se celebraba con extravagancia, pero era una celebración de todas formas.
Un grupo de niños corrió a través de ellos con unos trajes fascinantes y una pareja de ancianos les desearon un “Feliz Los Santos”.
Corey empujo a Cati dentro de la multitud que se reunía delante de ellos, donde hombres, mujeres y niños bailaban alegremente.
Ella reía con Corey tratando de hacerla girar con su mala coordinación.
Dorothy y las otras se unieron a perder el tiempo tomando turnos para hacer girar al otro.
―Estoy bien ―le señaló Cati a Corey, cuando una niñita se acercó queriendo bailar también.
La mayoría de la gente se reunió en esa parte de la ciudad, otros miraban los conciertos en las calles pequeñas y resto desperdigados por aquí y allá.
Cati aplaudió junto a los otros a un costado animando a sus amigas.
Una vez que acabaron de pasear por las calles, después de comer y bailar en la casa de un amigo, comenzaron a caminar de vuelta a la mansión.
Era una caminata de veinte minutos por el bosque o de 40 minutos por la carretera.
Entonces tomaron el camino por el bosque cada uno con una linterna en la mano.
―Si no prácticas, te vas a romper el brazo ―aseguró Corey, provocando que Dorothy girara los ojos.
―Estaré bien ―bramó.
―Corey tiene razón.
El torneo de campo no es algo que se toma a la ligera ―Fay dijo volteándose―.
¿Por qué inscribirte si no sabes nada del torneo?
―Pensé que sería divertido ―murmuró Dorothy, como si la estuvieran regañando sus padres.
―Es una idiota ―comentó Cintia, mirándose las uñas.
Los torneos de campo eran una batalla para ver quiénes eran los mejores luchadores.
Las elites apostaban por ellos, en quién ganara o perdiera.
Mientras que por un lado era un entretenimiento para las elites, por otro lado, quienes participaban del torneo podían ser heridos de gravedad o peor, perder sus vidas.
―¿No es posible sacar su nombre de la lista?
―preguntó Cati y vio a Matilda sacudir la cabeza.
―Una vez en ella, está hecho.
No hay forma de salir ―suspiró Matilda, mirando a los lados como si hubiese escuchado algo en el bosque.
―Te deseo lo mejor ―dijo Cati, frotando los hombros de su amiga para animarla.
El bosque estaba lleno de ruidos de grillos junto al de sus pasos mientras hablaban.
A lo lejos escucharon el aullar de un lobo, haciendo que se vieran los unos a los otros.
El viento silbaba a través de las hojas, dándoles un frio escalofriante.
Matilda levanto su linterna mirando a la dirección por la que llegaron.
―Debimos haber escogido la carretera ―dijo Fay, corta de aliento.
―Miren, hay una familia que vive allí.
Si algo pasa, podemos pedir su ayuda.
―dijo Corey apuntando a la casa.
―Ellos sí que celebran bien Los Santos sin luces ―dijo Cati, mirando a la casa oscura.
No había ninguna señal de nadie en la casa con un silencio de muerte si no fuera por sus voces.
―¿Podemos pedir agua?
―preguntó Cintia.
Sonaba cansada.
―Yo también tengo sed ―dijo Dorothy, estirando sus brazos con un bostezo.
Al llegar a la casa, Cati avanzó para ver la fisura en la ventana y las telarañas que colgaban alrededor de la entrada.
Tocaron la puerta y se sorprendieron al descubrir que estaba abierta.
―Hola, ¿hay alguien en casa?
Nos preguntábamos si podíamos tomar un vaso de agua ―preguntó Corey, solo para recibir silencio como respuesta―.
¿Hola?
―llamó otra vez.
―No creo que nadie viva aquí―dijo Cati con una mueca.
La curiosidad de las mentes jóvenes los guio hasta la casa.
Cada esquina estaba llena de telarañas y no había nadie a la vista.
―Me pregunto por qué no han demolido la casa si ya nadie vive aquí―dijo Matilda, caminando alrededor de la mesa pequeña y pasando su dedo encima para sentir el polvo en sus dedos.
―¿Crees que es una casa embrujada?
―preguntó Fay a Cintia inspeccionando una barra de metal como una rama en la sala de estar.
―No me asustes más de lo que estoy ―contestó la mujer que estaba de pie cerca de la entrada, rehusándose a cruzar el umbral.
Mientras caminaban alrededor de la casa, Dorothy y Matilda subieron las escaleras.
El resto se quedó abajo.
La casa tenía muchas cosas y no parecía el hogar de alguien pobre.
Cati se preguntaba por qué la casa había sido abandonada.
Ella caminó dentro de otra habitación con la linterna en la mano.
Era una habitación grande con una sola ventana en el otro extremo.
Esta habitación parecía estar en mejor condición que la sala de estar y la cocina.
Cuando movió la linterna, ella se quedó sin aliento al ver a una persona sentada en el piso.
Su corazón se estremeció en su pecho.
Al verla de cerca, se dio cuenta que era una muñeca de gran tamaño, y dio un suspiro de alivio.
Había otras muñecas sentadas en el piso, algunas con los ojos cerrados y otras con los ojos abiertos.
Se veían extrañas por algún motivo, como si la vida de las muñecas hubiera sido extraída.
No es que una muñeca pudiera tener una vida.
Aun así, eran más bellas de lo común.
Escuchó las voces de Dorothy y Corey que se acercaban a la habitación, mientras ella miraba los ojos de las muñecas.
―Vaya, son preciosas.
El dueño debe haber estado encariñado por las muñecas ―escuchó decir a Dorothy detrás de ella.
Corey se inclinó a tocar el cabello de una de las muñecas.
―¿Es esto pelo de caballo?
―preguntó, estrechando sus cejas.
―Supongo que sí―respondió ella.
―¿No creen que ya hayan explorado suficientes, chicos?
―escucharon decir a Cintia de manera impaciente.
Entonces dejaron la casa para reunirse con su amiga.
Mientras se alejaban de la casa, Cati se volteó a darle una última mirada a la casa, y notó que una ventana se abrió sola.
―¿Qué ocurre?
―dijo Matilda, y Cati sacudió la cabeza.
―Nada ―dijo, y abandonaron el bosque.
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