Imperio Valeriano - Capítulo 38
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38: Capítulo 38 – El Diseñador (Parte 2) 38: Capítulo 38 – El Diseñador (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio A la semana siguiente en una tarde, Cati acompañó a la señora Hicks con Elliot a la ciudad.
Elliot solo estaba aburrido y decidió acompañarlas.
Mientras caminaban por la ciudad, Elliot no paraba de hablar a la señora Hicks sobre el plato que comió donde los Boland y quería que ella lo recreara.
Cati caminaba tras ellos con unos pergaminos en la mano, con la lista de lo que hacía falta en la cocina.
Al cruzar la calle, Cati vio una pequeña tienda con un hermoso vestido en un maniquí.
El vestido tenía un encantador matiz, como agua bajo el cielo nocturno.
Miró el precio debajo: “seiscientos sesenta y seis” piezas de plata.
Aunque ella tenía el dinero, no quería gastarlo en el vestido.
No era como si ella tuviera lugares que visitar como las elites.
Por alguna razón, al ver el vestido, ella se acordó de alguien que conoció hace mucho tiempo.
Recordó que esa conocida también tenía un hermoso pelo rubio y labios hinchados.
―¡Cati!
―llamó Elliot, mientras se alejaban cuando ella admiraba el vestido.
Ella caminó con rapidez hasta unírseles, cuando Elliot observó la tienda que ella estaba curioseando.
―¿No es esa la infame tienda del diseñador de modas?
―preguntó la señora Hicks cuando volvieron a caminar juntos.
―¿Infame?
―preguntó Elliot, sorprendido―.
¿Por qué?
¿Qué es lo que hizo?
―El señor Weaver es el ruin diseñador de la ciudad.
―Qué nombre más apropiado ―murmuró Elliot.
―Las vestimentas que él crea son absolutamente encantadoras y exquisitas.
Y sus precios son baratos ―explicó la señora Hicks—.
Pero la historia cuenta que, tras la muerte de su hija, él se volvió extraño y los materiales y telas que usa no son normales.
Son cosas que van contra la naturaleza.
Algunos dicen que el mató a su hija, y otros dicen lo contrario.
―Fascinante.
Me gustaría mucho conocer a este hombre ―declaró Elliot emocionado―.
¿Entonces, ha comprado algo de allí?
―le preguntó a la señora Hicks.
―¡Claro que no!
Debo estar loca para entrar allí―exclamó la señora Hicks―.
La gente de la ciudad lo evita y sus únicos clientes vienen de otros Imperios.
Quién sabe que maldición posea al diseñador.
―El folclore de la ciudad.
A pesar de lo interesante e intrigante que pueda sonar, no debiera creer los rumores compartidos tan vagos ―dijo Elliot cuando entraron a una tienda a comprar cosas.
El carruaje y los carros fueron dejados cerca del centro de la ciudad, ya que sería más fácil cargar las cosas.
La señora Hicks, al estar a cargo de la cocina, visitaba a menudo la ciudad para comprar artículos nuevos.
Con la ayuda del pergamino y preguntando uno por uno, Cati hizo su encargo al dueño de la tienda.
Una vez que terminaron de cargar ambos carros, la señora Hicks se fue el carruaje mientras que Elliot y Cati se quedaron en la ciudad.
―¿Te faltó comprar algo?
―preguntó Cati al ver como tiraban de los caballos.
―Así es.
Ven conmigo ―dijo y ella lo siguió hasta parar fuera de la tienda que la señora Hicks no quería entrar.
Era la tienda del diseñador de modas.
―¿Era este el vestido que mirabas, princesa?
―le preguntó a ella.
―No, no ―protestó, sabiendo que Elliot iba a comprarlo por ella.
Siempre recibía pequeños regalos de él.
Estos regalos iban desde dulces hasta sombreros o una concha de mar de forma particular.
―No te preocupes.
Solo quiero ver cómo te queda ―dijo él, empujándola con gentileza a través de la puerta abierta que hizo sonar la campana avisando al dueño de las visitas―.
Y mi curiosidad ha sido estimulada.
―La curiosidad mato al gato ―dijo con cautela, a lo que Elliot respondió con una ancha sonrisa.
―Y la satisfacción lo revivió.
La tienda no tenía ventanas, excepto por el techo una cumbrera circular con una lámina transparente para cubrir el polvo y la lluvia.
La otra fuente de luz provenía de las lámparas en la pared.
La tienda estaba llena de vestidos ubicados con elegancia una tras otro en línea.
Cati estaba asombrada y se inclinó a verlos más de cerca, Ella había visto mujeres usar vestidos, pero esto era algo que jamás había visto.
La hizo preguntarse sobre las palabras de la señora Hicks si el hombre en verdad hacia vestidos usando telas que iban contra la naturaleza.
Se acercó al maniquí con el vestido azul líquido, y trató de tocarlo.
―Bienvenidos a la tienda.
Detrás de ella, fue recibida por un hombre bajo, con pelo grasiento y gris que hacía juego con sus ojos.
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