Imperio Valeriano - Capítulo 42
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42: Capítulo 42 – Otoño (Parte 3) 42: Capítulo 42 – Otoño (Parte 3) Editor: Nyoi-Bo Studio Al terminar el trabajo en los establos, Cati se fue a visitar a sus padres.
El cementerio solía estar vacío a esas horas de la noche.
Entre más de cien tumbas, Cati, que llevaba flores, caminó hasta alcanzar la de sus padres.
El sol se había puesto cuando Cati terminó de compartir este tiempo con ellos, expresando sus pensamientos en silencio.
Extrañaba a su familia.
Cuando lo pensaba demasiado, le resultaba agonizante pensar que estaba totalmente sola.
Su familia estaba muerta, y ella también lo estaría si no hubiera ido a la celebración de invierno.
Algunas veces deseaba no haber ido, pues el tumulto en su corazón, y el miedo en su mente, no le dejaba dormir en la noche.
Solía despertarse a mitad de la noche y sentir que su almohada estaba empapada de sudor o lágrimas, pues el pasado que no recordaba solía acosarla.
Aunque los recuerdos eran dolorosos, no quería deshacerse de ellos.
No quería olvidarlos, pues eran buenas personas que merecían ser recordadas, incluso después de su muerte.
Agradecía que el Señor Alejandro le permitiera usar la habitación junto a la suya.
Su gato, Aero, a veces la acompañaba en las noches, acostado al pie de la cama, y le daba una sensación de seguridad.
Tras rezar por las almas de los fallecidos, Cati se dispuso a salir del cementerio cuando notó que un hombre estaba sentado en el suelo con la cabeza apoyada sobre una tumba.
Pareciendo haberla notado, el hombre giró repentinamente, mostrando un rostro perturbado.
Era el Señor Weaver.
Sus ojos estaban húmedos y dos líneas en sus mejillas indicaban que había estado llorando.
—Veo que también perdiste a tus seres queridos —comentó el hombre, aclarando su garganta antes de ponerte de pie.
En la tumba se leía “Recuerdo de Julieta.” Cati supuso que debía ser su hija.
La tumba estaba limpia y arreglada, con flores frescas que no parecían tener más que unos días.
——Su hija tiene un hermoso nombre.
La hermana menor de mi amiga también se llama Julieta —habló Cati incómoda, sin saber qué más decir.
—¿Julieta?
Sí, lo es —respondió el hombre mirando la tumba.
Sus manos parecían sucias, como su hubiera estado sembrando.
Llevándolas a los bolsillos, preguntó: —¿Eres nueva en la aldea?
—Llegué hace unos meses.
¿Tiene personas que decoran los vestidos de su tienda?
Son muy bonitos —preguntó Cati con curiosidad.
—Soy yo —respondió mirando su reloj—.
Me alegra que hayas comprado un vestido.
Ya casi no tenemos clientes.
—Debo agradecerle por un vestido tan bonito —replicó Cati.
No sabía cuándo se le presentaría la oportunidad de usarlo, pues no había boda en su futuro.
Antes de partir, el Señor Weaver le dijo: —Tenga un buen día, señorita.
Y se alejó.
Cati caminó apresurada, pues ya había anochecido.
Frotaba sus manos intentando generar algo de calor para contrarrestar la brisa fría.
Las nubes comenzaban a tronar y le preocupaba verse atrapada en la lluvia.
Cuando casi alcanzaba la mansión, comenzó una ligera llovizna, y Cati arrancó a correr.
Con la respiración agitada, entró en la mansión.
La lluvia había humedecido su ropa y cabello.
Se quitó los zapatos y avanzó con cuidado, intentando no ensuciar el suelo blanco.
—¡Cati!
¡Regresaste!
—exclamó Dorothy entrando a la cocina con la Señora Hicks.
—Regresé—respondió simplemente de pie junto a la hoguera con la cena.
Su estómago rugía.
Había saltado su hora de almuerzo para terminar a tiempo, y ahora sentía un hambre voraz.
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