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Imperio Valeriano - Capítulo 44

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44: Capítulo 44 – Provocación (Parte 1) 44: Capítulo 44 – Provocación (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio Cati estaba paralizada y Alejandro permanecía de pie frente a ella, con sus ojos oscuros y sus colmillos visibles.

No sabía que hacer y temía el más ligero movimiento bajo la mirada fija del Señor.

Sentía que, si intentaba correr, él la perseguiría como a una presa.

Notó que Alejandro daba un paso al frente y sujetó con fuerza su vestido.

Siguió avanzando hasta quedar frente a ella.

Inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos, y en pocos segundos, Alejandro regresó su mano a la pared junto a ella.

Sentía un nudo en la garganta.

La expresión de Alejandro era calmada y fría.

No sabía por qué, pero le parecía que estaba furioso, ¿o deseaba beber su sangre?

Algunos consideraban un honor dar su sangre a los Señores de clase alta, pero ella no sabía qué pensar al respecto, pues nunca lo había considerado.

—¿Beberás de mí?

—preguntó tímidamente.

Alejandro rio.

Cati se alejó de él a paso de caracol, procurando que no se diera cuenta, pero era el Señor de Valeria.

Ubicó su otra mano en la pared para encerrarla.

—Eso depende de qué me estés ofreciendo —respondió con picardía.

—¿Ofreciendo?

—preguntó Cati confundida.

—Sí—insistió Alejandro acercándose.

—¿Mi cuello?

—sugirió Cati a sabiendas de que esta era la región preferida de los vampiros, pues resultaba sencillo extraer la sangre de una zona suave.

Se preparó mentalmente y cerró los ojos con fuerza anticipando la mordida.

Sentía miedo, pero su cuerpo temblaba a la expectativa.

Era una mezcla de emociones.

Cuando no sucedió nada, abrió los ojos y notó que los de Alejandro habían vuelto a la normalidad.

Alejandro observaba a la joven de expresión atónita.

Su inocencia era preocupante, pensó.

Era bueno controlando su sed, pero casi había perdido el control.

De ser alguien más, habría bebido hasta la última gota de su sangre, pero ella era especial.

—¿No va a morderme?

—preguntó aliviada, pero su rostro revelaba una ligera decepción.

—¿Querías que lo hiciera?

—tanteó Alejandro.

—¡No!

—replicó Cati evitando su vista.

Alejandro sonreía.

Cati temblaba bajo su mirada, y le resultaba encantador.

Sólo quiso tentarla cuando entró a su baño, pero en cambio, la chica había desaparecido por dos días.

Le tomó por sorpresa encontrarla en el cobertizo, y pensar que lo evitaba le resultó frustrante.

Además, había notado a un chico que la veía con deseo, y quería arrancarle los ojos.

Era inocente.

Demasiado inocente, pensó.

No tenía derecho a controlar sus acciones, como solía hacer con los demás.

Decidió que lo correcto sería dejar que Martín se encargara, en lugar de ser él quien le pidiera que regrese a sus funciones.

—¿Te empapaste?

—preguntó.

Su cabello goteaba.

Alejandro retrocedió, se dirigió a uno de sus muebles y sacó una llave de la gaveta, que guardó en su bolsillo.

—Sí, fui al cementerio y comenzó a llover cuando venía de regreso —explicó.

—Puedes llevar el carruaje de ahora en adelante.

No tienes que caminar hasta allá—sugirió el Señor.

Cati respondió asintiendo.

—Necesito hablarte de algo importante.

Vamos al estudio —dijo Alejandro.

Al llegar, Cati notó que Alejandro cerraba la puerta antes de sentarse en la silla de su escritorio, y se sentó preguntándose de qué quería hablar.

—Recibí información de la masacre de tu aldea.

Oliver y los demás encontraron a una bruja en su expedición, y a dos cadáveres de residentes de la aldea —elaboró.

Cati sintió que su corazón se llenaba de pánico.

—La bruja fue asesinada y los cuerpos fueron recuperados —concluyó Alejandro.

—¿Puedo verlos?

—preguntó Cati.

—Los cuerpos están siendo estudiados.

Cuando terminen, podemos ir —respondió.

Un golpe a la puerta interrumpió la conversación.

Uno de los generales había venido a hablar con el Señor, por lo que Alejandro salió, cerrando la puerta tras él.

Escuchaba la conversación, pero no entendía lo que decían.

Su mente repasaba la información que Alejandro acababa de compartir.

Le atemorizaba ver los cadáveres, pero quería asegurarse de que ninguno de ellos pertenecía a su primo.

Mientras consideraba las posibilidades, un papel en el escritorio llamó su atención.

El nombre Julieta estaba escrito en él.

Al levantarlo, notó que era una lista de nombres, personas que habían fallecido el mes anterior, ya fuera por enfermedades o accidentes.

También incluía personas desaparecidas.

Escuchó que Alejandro se aclaraba la garganta tras ella, por lo que devolvió el papel a su lugar.

—Lo siento —explicó—.

Vi un nombre familiar y me dio curiosidad.

—¿Sí?

—dijo Alejandro, y tomó el papel.

—Sí, la hija del Señor Weaver también se llamaba Julieta.

Parecía triste cuando lo vi hoy en el cementerio —explicó Cati.

Alejandro respondió con un gesto y cambió el tema: —El examen terminó.

¿Te gustaría verlos?

—preguntó.

Cati asintió con la cabeza.

Los cuerpos permanecían en el calabozo, junto a los establos.

Aquí había pasado Cati la tarde.

Era un lugar oscuro con paredes de piedra.

Había guardias en cada espacio con cuatro celdas.

Se sentía incómoda al avanzar, pues había un aura de muerte.

Pero las celdas estaban vacías, sin criminales ni rehenes.

Notó que al final del espacio había un pasillo hacia un piso inferior.

Cati sintió la mano de Alejandro en su espalda cuando llegaron a un lugar recluido donde yacían los cuerpos, dos a un lado y uno en el otro extremo de la celda.

El guardia que los acompañaba abrió el candado para que pudieran entrar.

Cati tuvo que cubrirse para evitar el olor de la sangre y los cuerpos descompuestos.

—Adelante —escuchó que decía Alejandro.

Caminó hacia los cuerpos.

Los rostros estaban destrozados, llenos de cortes y marcas.

Mirando de cerca, se sintió aliviada.

Ninguno de los cadáveres pertenecía a su primo.

Volteó y le hizo una seña a Alejandro.

Sus ojos se posaron en el cuerpo al otro lado, donde estaba el tercer cuerpo.

—Esa es la bruja involucrada en la masacre —explicó Alejandro.

Cati se acercó a la asesina.

Nunca había visto a una bruja, y esta tenía piel blanca de aspecto polvoriento que mostraba las venas como mapas en su rostro.

Los labios agrietados, uñas negras.

Al detallarla, se sintió espantada.

No podía ser quien ella pensaba.

No se atrevía a pensar que esta mujer había estado cerca de su familia, en su aldea como cualquier otro humano.

¿Cómo era posible?

—¿Qué sucede, Cati?

—preguntó Alejandro acercándose.

—La conozco.

Se iba a comprometer con Rafa —murmuró—.

Vilma, ese era su nombre.

—Parece que las brujas oscuras aún se ocultan en aldeas —murmuró Alejandro—.

¿Notaste algo diferente acerca de ella?

¿Hábitos o algo que haya dicho?

—indagó.

—Se había mudado a la aldea hacía unos tres años, y era como cualquiera de nosotros.

Sonreía, reía, se molestaba cuando alguien le jugaba bromas.

Mi primo lo hacía con frecuencia para ganar su atención.

No comía mucho cuando venía a cenar, como si no pudiera —recordó—.

Mi tío una vez la vio regresando a casa al amanecer.

Cuando Rafa le preguntó al respecto, pareció molesta, pero eso era todo.

Debía haber notado, pero ¿cómo podía saber alguien que una bruja oscura vivía entre ellos?

—¿Recuerdas cuándo sucedió?

—preguntó Alejandro.

—Una semana antes de la celebración de invierno.

Recuerdo que Rafa fue a verla la mañana de la masacre —dijo.

—¿Podemos irnos?

—preguntó.

—Por supuesto —respondió Alejandro, pidiendo al guardia que cerrara la puerta tras su salida.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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