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Imperio Valeriano - Capítulo 46

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46: Capítulo 46 – Cuidando Heridas (Parte 1) 46: Capítulo 46 – Cuidando Heridas (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio —Señor Weaver —susurró Cati.

El señor regresaba a la habitación con una linterna.

—¿Cómo estás, Cati?

—preguntó, dejando la linterna en la mesa—.

Temí haberte golpeado demasiado fuerte.

—¿Por qué estoy aquí?

—preguntó Cati asustada.

El Señor Weaver revisaba algunas gavetas.

Cati tenía brazos y piernas atados con cuerda.

—Tienes sangre real —murmuró—.

Serás buena.

—Por favor, desáteme.

Se equivoca.

No tengo sangre real —imploró Cati sin recibir respuesta.

No podía escapar debido a sus ataduras.

—Si quiere dinero, puedo conseguirlo.

Por favor, déjeme ir.

—No necesito dinero —respondió de espaldas.

—¿Qué es entonces?

—exigió Cati.

El señor la ignoró y salió de la habitación, como si Cati nunca hubiera hablado.

Sus condiciones actuales sólo generaban terribles suposiciones acerca de por qué estaba ahí.

El lugar era similar al último que había visitado la última vez, sucio y desierto.

El silencio sólo aceleraba su corazón.

Tras algunos minutos, el Señor Weaver regresó, esta vez arrastrando a una joven, la sentó en una silla.

El señor bloqueaba la vista de Cati, pero cuando se retiró, Cati sintió que le faltaba el aire.

La niña estaba muerta, y la atmósfera se llenaba de su aura.

—Ahora que despertaste, me harás compañía hasta que termine la muñeca nueva.

—¿Usted las hizo?

—preguntó sorprendida.

—Hermosas, ¿cierto?

—replicó el señor mirando las muñecas—.

He trabajado con cuerpo y alma, aunque sus almas ya dejaron sus cuerpos.

Me ayudarán con la venganza —explicó.

Sus palabras causaron confusión, y luego alarma, a Cati.

—No son muñecas —murmuró.

No era una pregunta.

—No lo son —confirmó el señor con una sonrisa.

Sus emociones no llegaban a sus ojos que, al hablar, parecían tan vivos como los de las muñecas que los rodeaban.

Cati notó que tomaba un balde del suelo y lo ubicaba en la mesa.

Sus manos estaban sucias, sus uñas llenas de tierra como si hubiera estado excavando.

Tomó una vara metálica y la sumergió en el balde antes de retroceder para poner un líquido blanco en la piel de la niña.

Pequeños hilos de humo volaban en el aire.

Los ojos, que habían estado cerrados, ahora se abrieron y tenían el mismo aspecto vacío de las otras muñecas.

No costaba demasiado entender que las había momificado, manteniéndolas con vida después de la muerte.

—¿Por qué me trajo aquí?

—preguntó de nuevo.

—Para hacerte mi muñeca final —explicó dejando una espátula en la mesa.

—¿Qué?

—murmuró Cati, incapaz de creer lo que había escuchado—.

¿Por qué?

Usted es un buen hombre, Señor Weaver.

—Ningún hombre es bueno tras experimentar la muerte de sus seres queridos —la interrumpió, girando a ver la expresión aterrada de Cati—.

Después de cierto punto, no queda bondad en el mundo.

Encontraré paz para mi familia al terminar contigo.

Es hora de la redención.

¿Redención?

Cati analizaba sus palabras, ¿significaba esto que los rumores eran ciertos?

—Usted asesinó a su familia —afirmó Cati.

El plato de pintura que estaba en la mesa salió volando a la pared, y el líquido dejó furiosas marcas sobre la clara superficie.

—¡¿Eso dicen?!

—preguntó el hombre enfurecido—.

Podrán engañar a otros, pero no a mí.

Esos bastardos asesinaron a mi familia y ahora quieren culparme para evitar sospechas.

Se levantó de su asiento y llevó la nueva muñeca al suelo.

Se acercó al pasamanos más cercano con una expresión pensativa.

—El mundo que habitamos no tiene piedad.

No tiene piedad —murmuró en un tono casi inaudible—.

Vivimos en un mundo controlado por mentiras y manipulación.

Como cualquier hombre común, tenía una esposa y una hija.

Mi esposa murió enferma, y pronto la siguió mi hija, pero mi hija vivía.

No encontraron cura para su enfermedad, pero los mal llamados líderes se la llevaron y la quemaron con vida, acusándola de ser bruja.

Sólo tenía trece años.

Aún escucho sus gritos.

Retumban en mis oídos cada noche.

Escucha —dijo, señalando el ambiente, en el que sólo se escuchaban grillos.

Sus palabras causaron escalofríos a Cati, que no sabía qué decir.

Sentía lástima por el hombre.

—Pero hacer esto no regresará a su familia —insistió Cati.

—Lo sé, pero prometí pagarle a los líderes uno a uno.

No te preocupes, serás la última.

Me recueras a mi niña —dijo cruzando la habitación en busca de un cuchillo antes de acercarse a Cati.

—Si es así, por favor, suelte mis manos.

Asesinarme no hará que su familia regrese.

Su hija no encontrará paz, y usted tampoco —imploró Cati.

El hombre la ignoró y se agachó frente a ella.

Antes de poder alejarse, el señor la sujetó y liberó sus manos.

Respiró aliviada, pensando que el hombre había cambiado de idea, pero estaba equivocada.

En un instante, el hombre cortó su muñeca, y ella emitió un chillido aterrador, debido al terrible dolor del corte en su piel.

—¡Deténgase, por favor!

—lloró.

Sintió un dolor bajo su rodilla, gritando ahora con más fuerza.

El hombre enterró el cuchillo más profundo, y Cati luchaba por alejarse.

Se le dificultaba ver, pues sus ojos ya estaban llenos de lágrimas.

La sangre caía por su pierna, manchando el vestido.

—Dejaré que te acostumbres al dolor y regresaré mañana para causar el dolor que mi hija sufrió.

Con el tiempo, tu fuerza descenderá, y reemplazarás a mi hija —dijo el hombre alejando el cuchillo.

Sacó de su bolsillo algo que parecía un puñado de varitas.

Al mirar con atención, Cati notó que era una especie de muñeca con brazos y piernas.

Sin decir palabra, el hombre se llevó la lámpara y cerró la puerta tras él al salir.

Nunca había conocido a un hombre capaz de sentir algo semejante.

Cati era inocente, pero había caído en su venganza.

Le resultaba imposible moverse, pues el dolor atravesaba todo su cuerpo.

Al mirar la habitación, encontró a la muñeca sentada frente a ella, le quitó su bufanda y la usó para cubrir su muñeca, atemorizada de qué vendría a continuación.

Cati se sentía exhausta, perdía su fuerza gradualmente.

¿Cómo podía alguien actuar de esta forma?

A pesar de lo terrible de la situación, no lograba digerir el hecho de que estaba encerrada en una habitación repleta de cadáveres convertidos en muñecas.

El pensamiento le daba náuseas y hacía doler su cabeza.

Manipularlos de esta forma era un mal presagio.

Pertenecían a sus tumbas.

Eran parte de los fallecidos y debían estar bajo tierra.

Cayó inconsciente y se despertó algunas horas después.

Sin ventanas, no sabía qué hora era.

Era un hombre viejo, y probablemente podría escapar si lo intentaba.

Después de todo, no había escuchado que pusiera llave a la puerta.

Permanecer aquí sólo significaría muerte, y quería vivir.

Tenía sueños, sueños que quería cumplir en el futuro.

Sueños que involucraban a su familia, y aunque los había perdido, quería encontrar a su primo.

Su madre había sacrificado su vida para protegerla.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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