Imperio Valeriano - Capítulo 47
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47: Capítulo 47 – Curando Heridas (Parte 2) 47: Capítulo 47 – Curando Heridas (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Intentó levantarse, pero sólo emitió un gemido debido al fuerte dolor de la herida de su pierna.
Con dificultad, avanzó hacia la puerta, la empujó lentamente y observó con cuidado, viendo que el hombre no estaba.
Salió de la habitación y cruzó el corredor.
Con gran dificultad, llegó al pasillo, donde no pudo evitar un grito ahogado al encontrar a una chica inmóvil sobre una silla, una vibrante sonrisa y su mirada fija hacia el frente.
Cati abrió la boca pero, incapaz de hablar, la cerró de nuevo al notar que la chica no era real.
Era un maniquí.
Su cabello estaba dividido a la mitad, y cada lado terminaba en un gran moño rojo.
Incluso con las marcas y costuras en su pálida piel, tenía cierto atractivo, sus ojos eran como zafiro líquido y, aunque su mirada era fija, Cati notó aterrada que sus ojos se movieron de forma casi imperceptible.
Queriendo salir de la casa tan pronto como fuera posible, se dirigió hacia la puerta principal, pero estaba cerrada con llave.
Las ventanas tenían barras de hierro, y Cati sospechó que intentar romperlas sólo lograría aterrar al hombre.
Además, la casa se ubicaba en el bosque, y no sabía qué tan lejos podría llegar en las condiciones actuales.
Recordó que había una ventana sin barras, y subió las escaleras.
Pronto escuchó al Señor Weaver en la cocina.
Al llegar a la habitación, trancó la puerta y se dirigió a la ventana, abriéndola sin perder tiempo.
Saltar de esta altura parecía absurdo, pero ¿qué alternativa tenía?
Salió de la ventana, y estaba a punto de saltar cuando sintió una mano sobre su hombro, y chilló sorprendida.
Giró intentando liberarse y sus pies se resbalaron, cerró los ojos esperando el impacto, pero un hombre la sostuvo.
—¡Cati, detente!
Soy yo —escuchó Cati que le decía una voz familiar.
—¿Elliot?
—preguntó dudosa.
—Estoy aquí.
¿Estás bien?
—preguntó Elliot, evaluando su aspecto—.
Estás lastimada —agregó señalando su muñeca y la mancha de su vestido.
Elliot intentó ver la herida, pero Cati lo impidió.
Tenía una expresión de completo pánico, y no sabía si temblaba debido al frío o al terror.
Había sido difícil encontrarla, pues parecía que un hechizo protegía la casa.
Aunque la encontraron en menos de un día, ya estaba herida y perturbada.
Elliot la rodeó con su abrigo.
—Elliot, el Señor Weaver —comenzó Cati.
—No te preocupes.
Está muerto —interrumpió Elliot, generando una expresión de alivio en el rostro de la joven.
Elliot se disponía a hacer una pregunta, pero prefirió omitirla por el momento.
Sonrió y llevó a la chica de vuelta a la planta baja, donde encontró a Alejandro, que tenía al Señor Weaver tendido a sus pies.
Sylvia, Oliver, y Matías, que era parte del Concejo, también estaban en la habitación.
Los guardias que los acompañaron sacaron a los maniquíes de la casa, para devolverlos al cementerio y darles un entierro adecuado.
Al ver a Cati con Elliot, ahora segura, Alejandro habló: —Sylvia, lleva a Cati a la mansión y limpia sus heridas.
Cati observó a Alejandro, pero desvió la mirada y se mantuvo en silencio al seguir a Sylvia.
Al salir, Cati notó que el maniquí de la silla ya no estaba.
Los guardias se la habían llevado, supuso.
El cielo estaba claro cuando salieron al carruaje, a diferencia de la oscuridad del interior.
Cuando el carruaje se marchó con Sylvia, Cati y los guardias, Oliver se volteó a mirar a Alejandro, esperando que su Señor, con una expresión oscura y pesada, rompiera el silencio.
—¿Creen que se suicidó?
—sugirió Elliot tocando al hombre con su zapato—.
Era un desquiciado, para haber hecho algo así.
Los guardias derramaban aceite en toda la casa, con intención de hacer que ardiera.
—No fue suicidio, sino asesinato —dijo Alejandro al salir.
—Pro no había nadie en la casa además de él y la Señorita Catalina —señaló Oliver, ajustando sus lentes.
—Un asesinato no sólo es posible en manos de un ser vivo.
Incluso con la piedra de encanto, nos costó encontrar a Cati, y mira esto —dijo el Señor Valeriano mostrando la muñeca de palo.
—Una muñeca de vudú—dijo Matías.
—Así es —confirmó Alejandro—.
Tener una muñeca de vudú sólo significa una de dos cosas: conocía a una bruja, lo cual es poco probable; o alguien lo controlaba.
El Señor Valeriano se dirigió a la silla vacía y la recorrió con sus dedos antes de volverse a ellos y ordenar: —Oliver, que notifiquen a los familiares de los difuntos, y que los entierren hoy mismo.
Lleva a todos los guardias.
Oliver asintió y salió a avisar a los hombres.
—Yo también me voy, Señor —dijo Matías al ver salir a Oliver—.
¿Le gustaría que reporte los eventos de hoy?
—Sí, que quede registro en los libros del concejo.
Sería problemático que se rieguen rumores.
Las malas lenguas no descansan —respondió Alejandro.
—Por supuesto.
Me voy, entonces.
Señor Elliot —se despidió con un gesto del sombrero.
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