Imperio Valeriano - Capítulo 48
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48: Capítulo 48 – Cuidando Heridas (Parte 3) 48: Capítulo 48 – Cuidando Heridas (Parte 3) Editor: Nyoi-Bo Studio Al ver que las figuras se alejaban, Elliot habló: —Te preocupa Norman.
—¿Sería mezquino de mi parte?
—cuestionó Alejandro.
—Desde luego que no.
Ser cuidadoso nunca hace daño —respondió Elliot con una sonrisa.
Inspeccionó un cepillo y luego lo dejó de lado.
—Aunque hace años que Norman dejó su cargo, aún controla las autoridades del sur mediante las conexiones de su sobrino.
—Trama algo, pero todos lo hacemos.
Aunque yo soy el mejor —respondió Alejandro con una sonrisa torcida.
Elliot rio con gusto.
—Cati se ha metido en situaciones problemáticas —comentó Elliot.
—Eso parece —murmuró Alejandro mirando el techo.
Chasqueó sus dedos y los objetos de la habitación se sacudieron como en un terremoto.
Un fuerte viento entró en la casa y Elliot se preguntó por qué no se había ido con Oliver.
Sin importar qué tan fuerte era, los espíritus le aterraban.
Notó que Alejandro permanecía quieto con los ojos cerrados por algunos minutos, como si estuviera meditando, antes de salir.
Una vez afuera, Elliot encendió un cerillo y lo lanzó a la casa, que pronto comenzó a arder hasta convertirse en cenizas.
Cuando Alejandro llegó a la mansión, subió las escaleras y encontró a Margarita y Sylvia, que salían de la habitación de Cati con un vestido manchado de sangre.
—¿Cómo están sus heridas?
—preguntó.
—Bueno…—comenzó la señora—.
No nos deja limpiarlas.
Alejandro frunció el ceño.
Dejarlas sucias causaría una infección.
¿Qué pensaba la chica?
Fue a tocar la puerta cuando Margarita lo interrumpió: —Señor… —¿Qué?
—La Señorita Cati está atravesando un momento difícil —dijo.
Conocía al Señor, y su temperamento fuerte podía ser problemático.
No sabía qué había sucedido, pero la chica llegó a la mansión en terribles condiciones y se sentía perdida.
—Que le preparen la cena y la suban —ordenó Alejandro antes de tocar la puerta y entrar a la habitación.
Sylvia confortó a Margarita con una palmada y una sonrisa al notar su preocupación.
—Estará bien —dijo Sylvia en voz baja al alejarse.
Cati estaba sentada en la cama mirando hacia la ventana cuando escuchó la puerta.
Al girar, vio que el Señor Alejandro había entrado.
Se puso de pie, dejando su peso sobre la pierna sana.
—Señor Ale —comenzó Cati.
Sintió que Alejandro de pronto la abrazaba con fuerza, como si corriera el riesgo de perderla si la soltaba.
Parpadeó sorprendida cuando escuchó una fuerte exhalación, casi como si el Señor hubiera estado conteniendo la respiración todo el tiempo.
Al abrazarlo, sintió que el olor de su cuerpo invadía sus sentidos, haciendo a Cati olvidar todo lo ocurrido en las últimas horas.
Su presencia alejaba la fatiga y el desconcierto, trayendo una sensación de tranquilidad.
—¿Señor Alejandro?
—preguntó sintiendo que la sujetaba con más fuerza.
Eventualmente aflojó el abrazo, pero no la soltó.
—Estaba tan preocupado —murmuró Alejandro—.
Lamento no haberte salvado antes.
Al separarse, notó la preocupación que cubría su rostro.
—Me alegra que hayan llegado antes de que me convirtiera en una muñeca —bromeó incómoda, notando por un instante un destello de ira en los ojos de Alejandro.
Sabía que él y los demás habían intentado encontrarla desde el comienzo, pues Sylvia se lo había dicho en el recorrido de vuelta.
No quería que la tocaran, pues se sentía incómoda al haber estado rodeada de cadáveres por tantas horas, pero el abrazo de Alejandro le resultó reconfortante.
—Debemos limpiar las heridas, o se infectarán —dijo sujetando rápidamente su muñeca antes de que pudiera retirarla.
—Está bien.
No duele y ya se secó—dijo Cati fingiendo tranquilidad.
El Señor la miró fijamente y recorrió la herida con sus dedos.
Cati no pudo evitar un grito: —¡Duele!
Alejandro, satisfecho, respondió: —Bien.
Si duele, dilo.
Notó que Alejandro la evaluaba, y la levantó sin más.
—Señor, ¿a dónde vamos?
—preguntó alarmada.
—Al baño —respondió secamente abriendo la puerta con el pie—.
No te haré daño —dijo—.
Sólo voy a limpiar y desinfectar, ¿está bien?
—Bien —respondió.
Era mejor no retarlo.
La sentó en el mesón y buscó una caja que contenía gasas y una botella.
Trajo un recipiente de agua y agregó el contenido de la botella, revolviendo suavemente.
Introdujo un algodón y limpió con él suavemente la muñeca de Cati.
—¿Duele?
—preguntó.
Cati negó con la cabeza.
Al terminar, envolvió su mano con la gasa y la aseguró para que no se cayera.
Le dio una vergüenza terrible que el Señor Valeriano levantara su vestido, revelando sus rodillas, para limpiar la profunda herida, que limpió con una expresión estoica.
La llevó de vuelta a la cama y se sentó a esperar que terminara de comer antes de irse a dormir.
Cuando vio que se quedaba dormida, Alejandro se dispuso a partir, pero se detuvo al escuchar: —No me dejes sola.
Quédate.
Se sentó en la cama y besó su frente.
—Estoy aquí—murmuró.
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