Imperio Valeriano - Capítulo 49
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49: Capítulo 49 – Rosa Azul (Parte 1) 49: Capítulo 49 – Rosa Azul (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio Cati se despertó de golpe con la respiración agitada.
Se sentó y miró la habitación, que estaba oscura y en silencio.
La lluvia caía en las ventanas cuando Cati se levantó, tocando el frío suelo con sus pies.
Al acercarse a la ventana, vio que caía una fuerte lluvia y el cielo estaba lleno de nubes oscuras.
Las gotas rodaban por el vidrio como compitiendo por llegar al fondo.
Hacía más de un mes desde el incidente en la casa del hombre de las muñecas, pero el evento no abandonaba su mente.
El Señor Weaver se aparecía en sus sueños, listo para momificarla, y la pesadilla le dificultaba el descanso.
Era un sueño recurrente que deseaba olvidar, pero el Señor Weaver no era el único que hacía acto de presencia.
La muñeca con ojos azules y una vibrante sonrisa le resultaba aterradora.
Temía dormir sola.
Algunas noches se mantenía despierta por miedo a estos sueños, y esto causaba profundas ojeras en su rostro.
La tormenta no ayudaba.
Había comenzado a llover la noche anterior, y no parecía tener fin.
El silencio que venía con la lluvia tenía un extraño efecto calmante, pero los horribles truenos no.
Regresó a la cama y bebió agua del vaso en su mesa de noche.
Al día siguiente, al despertar, continuó con las labores que Martín le había asignado.
El viejo mayordomo le había quitado todas las tareas que implicaban viajes a la aldea, aunque con la lluvia igual era imposible.
Aunque la tierra estaba empapada a mediodía, Cati fue a trabajar al establo.
Se sentía mejor trabajando con los animales que en la mansión, pues disfrutaba el espacio abierto.
—¡Señorita Catalina!
—uno de los chicos del establo la llamó mientras alimentaba a los caballos.
—¡Señorita Cati!
—insistió el joven de unos once años.
—¿Qué pasa, Pedro?
—dijo Cati con expresión impaciente.
—Me preguntaba si está bien que me vaya temprano hoy —dijo el chico.
—No me molestaría, pero Caviar está a cargo del establo.
Debes preguntarle a él —replicó Cati recogiendo el heno del suelo para dárselo al caballo.
—No ha llegado —se quejó el niño.
—Paciencia.
Debería llegar en dos horas.
La lluvia debe haber retrasado su trabajo —le tranquilizó Cati.
Si el chico consultaba a Caviar, no recibiría permiso a menos que tuviera una buena razón.
Caviar había ido con otros dos hombres a traer madera, aunque ya había un lote, pues se estaba consumiendo con rapidez.
La temperatura había caído la noche anterior y hacía frío.
Si continuaba, no habría duda de que todo estaría helado.
—Pero si quieres, puedes preguntarle a Martín —sugirió Cati.
Los ojos del chico se abrieron espantados y sacudió la cabeza con fuerza.
—No importa —dijo el niño derrotado.
Cati observó cómo el niño sacaba una hebra del montón de heno en el que se había sentado, y pensaba acerca de los planes del niño cuando Dorothy la interrumpió: —Ahí estás.
Entró doblando la sombrilla que llevaba para protegerse de la lluvia.
—Debí saber que estarías aquí.
La Señora Hicks preparó sopa de carne para el festín.
Todos se están sirviendo en las cámaras —comentó casualmente.
—¿Sopa de carne?
¿Festín?
—preguntó Cati confundida.
La sopa de carne era un espeso caldo hecho con carne de lujo, y solía prepararse para los invitados del Señor, no para los empleados.
—El Señor Tanner le regaló a nuestro Señor un cargamento de carne esta mañana.
Escuché que la Señora Hicks dijo que el Señor Alejandro ordenó que usemos la mitad para nosotros.
¿No es amable?
—explicó Dorothy.
—Lo es —respondió Cati regresando a ver al chico—.
Pedro.
—¿Sí?
—reaccionó el niño.
—Le diré a Martín que te enfermaste y te fuiste a casa por hoy —dijo.
El niño, sonriendo, exclamó: —¡Gracias!
¡Gracias!
—De nada —respondió.
El niño ya se había ido a buscar sus pertenencias.
—¿Está bien eso?
—preguntó Dorothy mirando a Pedro.
—Sí.
Este clima justifica un día libre, ¿no crees?
Dorothy suspiró.
—Extraño ser joven.
Te vas a la cama tarde, te despiertas tarde.
Sin preocupaciones, sin crisis, y sin Martín —agregó abriendo la sombrilla.
Cati se rio.
—Tranquila —dijo dando golpecitos en el hombro de su amiga al salir del establo —.
Está oscureciendo —señaló.
—¿Qué?
—preguntó Dorothy, incapaz de escuchar en la lluvia.
—¿No crees que el cielo está más oscuro que de costumbre?
—preguntó Cati casi a gritos.
—Sí, pero sucede cada año, el mismo día y el mismo mes.
No sabemos la razón, pero es como una fiesta, y el Señor nos da comida especial, como la sopa de carne —explicó Dorothy caminando en el lodo—.
Cuando le preguntamos a Martín, nos regañó por hacer preguntas innecesarias.
Ni siquiera la Señora Hicks y Margarita hablan de eso.
Cati se preguntaba si había algo que el Señor Martín y los empleados más viejos no querían que supieran.
De pronto, el viento volteó la sombrilla, y ambas mujeres quedaron empapadas bajo la fuerte lluvia.
El viento golpeó de nuevo y tuvieron que correr a la mansión.
—El clima realmente dio un giro, de calor ardiente a terrenos mojados —dijo secando las gotas de agua de su cuerpo.
—Prefiero el sol antes que la lluvia —dijo Dorothy con el ceño frunció—.
¿No te resulta… —¿Deprimente?
—completó Cati.
—Iba a decir melancólico, pero sí, deprimente también —dijo Dorothy encogiéndose de hombros.
Mientras Dorothy hablaba, Cati notó que había alguien en el vasto jardín, incluso en la fuerte lluvia y el cielo tan oscuro que no había nada de luz afuera.
—Vamos —urgió Dorothy al notar que Cati miraba al jardín.
—¿Por qué no te adelantas?
Iré en algunos minutos.
—No te demores.
No habrá restos —dijo Dorothy al entrar.
Cati bajó para ver más de cerca.
Notando que era una persona alta y no se movía, Cati entendió que era el propio Alejandro.
Se preguntaba qué hacía solo frente a un árbol bajo la lluvia.
Tras unos minutos con el sonido de la lluvia, vio que el Señor se agachaba a recoger algo del suelo.
En un instante desapareció y Cati se sintió confundida.
—¿Disfrutas la lluvia?
No esperaba que usara su velocidad vampírica para llegar a ella y la acción la asustó, haciendo que resbalara de la escalera.
Sintió que el Señor la sujetaba antes de que pudiera caer.
—¿Sueles caerte cuando no estoy, o sólo sucede en mi presencia?
—preguntó Alejandro entretenido.
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