Imperio Valeriano - Capítulo 50
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50: Capítulo 50 – Rosa Azul (Parte 2) 50: Capítulo 50 – Rosa Azul (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio —Suele suceder —respondió Cati.
No era una persona torpe, pero siempre terminaba cayendo en presencia del Señor.
Tal vez era algo bueno, analizó, pues siempre lograba salvarla de romperse el cuello.
Como ella, Alejandro estaba empapado de pies a cabeza.
Su piel tenía un aspecto pálido que resaltaba la intensidad de sus ojos rojos.
En el imperio, era fácil saber la posición de un vampiro por el color de sus ojos.
Aunque algunos ocultaban su identidad disimulando sus iris, a otros no les importaba exhibirlo.
Cada clase de vampiro tenía diferentes tonos, y el Señor Valeriano tenía el color más oscuro que Cati había visto.
—¿Le gusta la lluvia, Señor?
—preguntó Cati.
—¿No le gusta a todos?
—preguntó con las cejas arqueadas.
—A Dorothy no le gusta —señaló Cati.
Alejandro asintió.
Corey y algunos otros hablaban a menudo de la escasez de sonrisas del Señor, pero a Cati le había dedicado al menos cuatro.
—¿Y tú?
—preguntó al notar las pequeñas gotas acumuladas en su cuello—.
Escuché que estuviste trabajando en el establo todo el día.
—¿Martín le cuenta todo?
¿Todos lo hacen?
—preguntó Cati.
—Sólo los importantes.
Ten —añadió entregándole una rosa de color azul oscuro.
Tenía visibles espinas en el tallo.
Cati lo miró, luego a la rosa, y de vuelta a él, provocando una ligera risa a Alejandro, que encontró divertido el dilema, antes de que Cati tomara la rosa con cuidado.
Aunque la rosa había sido cortada del jardín, Cati no sabía si debía tomarla, en especial cuando el Señor se la entregaba como si se tratara de un objeto precioso.
—Veo que sólo pones estas rosas en mi habitación —señaló Alejandro mirando la lluvia.
—Me dijeron que tenga cuidado en cuanto a ella, pero es una flor tan hermosa que pensé que le gustaría tenerla en su cuarto.
Lamento haberlo hecho.
Si no le gusta, las dejaré en la planta —se disculpó Cati.
Alejandro negó con la cabeza.
—Es innecesario.
No me gusta que las personas dañen las cosas que me pertenecen.
Después de todo, es la única planta a la que siento apego —explicó—.
Y creo que es un hermoso gesto.
Me hace sentir consentido.
Cati se ruborizó ante la broma y miró al suelo antes de encontrar su mirada.
Eran estos momentos, cuando Alejandro bromeaba, los que le hacían sospechar que al Señor le gustaba verla azorada.
—¿Puedo preguntarle algo, Señor?
—Adelante.
—¿Conoce la razón para el clima de hoy?
—preguntó con curiosidad—.
Parece muy diferente al imperio del sur.
No he visto un clima semejante en toda mi vida.
Alejandro comenzó con un murmullo, y pronto agregó: —¿Me creerías si te digo que el cielo llora la melancolía de años atrás?
Intentó procesar las palabras antes de asentir.
Aunque no entendía la profundidad de lo que acababa de decir, entendió a qué se refería.
Cati no insistió, y permanecieron en silencio un instante.
—Mi madre, nació este día, y murió este día —reveló Alejandro.
—Lo siento —dijo Cati, lamentando su curiosidad.
—No te preocupes.
Fue hace décadas.
—¡Oh!
—exclamó Cati mirando la sangre que salía de su dedo.
Había estado tocando descuidada el tallo de la rosa, y una espina se clavó en su mano.
Antes de que comenzara a gotear la sangre, Alejandro se llevó el dedo a la boca.
—Señor Alejandro —dijo Cati.
Sus pálidos labios se abrieron y soltaron el dedo de Cati, que se había ruborizado.
Alejandro estudió su rostro y dijo: —Tienes marcas oscuras.
No has dormido bien.
¿Realmente era tan obvio?
Pensó Cati.
—¿Pesadillas?
—insistió Alejandro.
Cati asintió.
—¿Quieres hablar al respecto?
—ofreció el Señor.
Alejandro tenía una forma peculiar de ofrecer opciones, y la persona siempre debía elegir la que él quería.
De no ser así, siempre podía obtener información por otros medios.
Sabía que Cati se sentía incómoda con los truenos nocturnos, pero percibió que había algo más.
—No sé por qué, pero el Señor Weaver visitar mis sueños, y siempre me convierte en una muñeca viviente —dijo Cati que, sin pensar, tocaba la cicatriz en su muñeca —.
Y la muñeca me despierta.
—¿La muñeca?
—preguntó Alejandro confundido.
—La que estaba en la sala, de ojos azules —confirmó Cati.
—Ya veo —dijo Alejandro —.
Puedes quedarte con Aero por algunas noches.
Parece inofensivo, pero te aseguro que espantará tus pesadillas.
—Gracias —dijo Cati con una ligera reverencia.
—Con todo lo que sucedió, no te llevé a la obra de teatro.
Tengo otra invitación, ¿te gustaría acompañarme, Catalina?
—le preguntó con un tono sutil —.
No tienes que preocuparte por ropa.
Ya le pedí a Sylvia que se encargue.
—Me encantaría —respondió con una sonrisa.
Alejandro sonrió.
—Debes ponerte ropa seca antes de agarrar un resfriado, que creo que será el caso —dijo Alejandro mirando su ropa y cabello mojados.
Siendo vampiro, no le importaba, pero Cati era susceptible.
—Ale —escuchó Cati que Elliot decía al acercarse.
Al entrar, saludó: —Buen día, princesa.
—Buen día, Elliot —respondió la joven.
Al verlos empapados, frunció el ceño, pero dejó el tema porque tenía asuntos importantes que tratar.
El estómago de Cati rugió, ¡y recordó que no había asistido al festín!
—Disculpen —dijo con un gesto antes de entrar.
Fue a su habitación y dejó la bella rosa en un florero, y se quitó la ropa mojada para evitar el frío que ya comenzaba a sentir.
El Señor Alejandro había dicho que la planta significaba mucho para él, y Cati se preguntaba si su madre la había sembrado, o si le traía recuerdos.
Al llegar a donde estaban Dorothy y los demás, comió la deliciosa cena que la Señora Hicks había preparado.
Había suficiente comida para todos, e incluso dos raciones, pero no más.
Cuando Cati pasó cerca de Cintia, tropezó y casi derramó su plato sobre ella, pero Corey la haló hacia el costado.
No sabía por qué, pero sospechaba que Cintia la había hecho tropezar a propósito.
Decidiendo ignorar este pensamiento, disfrutó su comida.
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