Imperio Valeriano - Capítulo 52
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52: Capítulo 52 – Desvío (Parte 2) 52: Capítulo 52 – Desvío (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Cuando llego a la ciudad, Cati se dirigió directamente al parque, donde habían decidido encontrarse, lejos de la concurrida calle.
―Ana ―llamó Cati a su amiga por el nombre, quien estaba de espalda.
Ella estaba de pie junto a los asientos de cemento, hablando con un hombre que Cati supuso, era uno de sus guardias.
―¡Cati!
―dijo al girar de pronto su amiga.
Anabella le dio una ancha sonrisa y ahí fue cuando Cati noto el enorme bulto en la barriga de su amiga, lo que la dejó boquiabierta y sin palabras.
―T-tú estás…―preguntó Cati con asombro y emoción mezcladas.
―Sí―asintió Anabella con una risa infantil, y Cati la abrazó de alegría.
―Estoy tan feliz por ti.
¡Vas a ser una madre!
―Y tú vas a ser una madrina ―dijo su amiga, haciéndola pestañear.
―¿En serio?
A pesar de que Cati estaba emocionada, Anna tenía una hermana mayor que probablemente le gustaría ser la madrina del hijo de su hermana.
―Tú eres la única en quién pensé.
Mi familia estaba más molesta que entusiasmada cuando se enteraron.
Josefina también ―dijo con tristeza Anabella, con su mano en el vientre―.
Aunque fueron mis padres los que me casaron con un vampiro, ellos odian saber que su hija concibió al hijo de un vampiro.
―Algún día recapacitarán.
Ellos te aman mucho y harán lo mismo por sus nietos ―dijo Cati y acarició con ternura la espalda de Anabella.
Las dos se sentaron en un asiento de cemento bajo un árbol.
Los habitantes en las ciudades del Imperio del Sur no eran los más cordiales cuando se trataba de aceptar este tipo de cosas.
Ellos preferirían o desearían por un aborto espontáneo antes que procrear malvadas criaturas que no pertenecían en el mundo.
―Mmm ―arrulló su amiga―.
Ha pasado tanto tiempo desde la última que nos vimos.
Lamento no haberte visto cuanto antes luego de lo que pasó tras la celebración de Invierno.
Ninguno sabía si estabas viva, porque los diarios dijeron que todos los habitantes de la ciudad habían muerto.
Pero Tobías te vio el día de Los Santos.
―Estoy tan feliz que estés viva ―continuó Anabella, tomando una de las manos de Cati―.
Ojalá hubiese estado allí.
―Lo sé―susurró Cati con suavidad―.
Tú hubieses peleado con Donovan para ir en mi ayuda, incluso después de saber que estabas embarazada.
―¡Puedes apostar que sí!
―afirmó su amiga―.
He estado molestando a Donovan para que me traiga aquí para poder verte.
Y heme aquí, finalmente.
―Malcolm, ¿podrías traer a mi esposo por mí?
―le preguntó al hombre que inclinó la cabeza con obediencia, y se fue.
Cuando lo vio irse Anabella dijo: ―Has perdido peso, ¿dónde y qué has estado haciendo aquí en vez de volver al Imperio del Sur?
No sabes dónde vivo, ¿cierto?
―El Señor de Valeria me ha recibido en su mansión ―dijo Cati, y al escuchar esto, su amiga hizo un gesto, lista a disparar preguntas―.
Después de la celebración de Invierno, el Señor Alejandro me ofreció refugio y comida en la mansión y dijo que Rafa podría seguir con vida.
―Ya veo.
Al parecer es más compasivo que lo que asegura la gente o…―dijo arrastrando la palabra―¿Ha cautivado la señorita Welcher la atención del Señor?
―preguntó Anabella bromeando, haciendo reír a Cati.
―El señor Alejandro es muy amable.
Me salvó de un hombre y me llevó al teatro.
Hace poco, él encargó un festín para el personal de la mansión.
La gente debiera dejar de esparcir rumores que no son ciertos ―dijo Cati poniéndose de pie y dando dos pasos, molesta por pensar en ello― No todos los vampiros son iguales.
Hay malos y… ―Hay buenos ―completó Anabella―.
Entonces, ¿te has confesado con él?
―¿Confesar qué?
―Tus sentimientos por él, por supuesto.
Sé que querías conocerlo antes y que estabas interesada en saber de él.
Pero es bastante claro que te estas enamorando de él o ya lo has hecho.
―No hay nada que confesar ―dijo Cati, encogiéndose de hombros.
―¿Ya confesaste?
―le preguntó Anabella, sorprendida.
―¡Claro que no!
Solo una idiota haría eso.
―Entonces estás de acuerdo que lo amas ―confirmó su amiga.
¿Lo amo?, pensó Cati.
Ella nunca se había enamorado de nadie antes, y sus únicas referencias eran la gente que la rodeaba y los libros en la librería donde solía trabajar.
Ella creía que el amor era indefinible.
Lo único que sabía era que podía confiar en el hombre con su vida.
Una conexión que empezó años atrás, que la hacía sentir segura.
A veces, el dulce dolor de su pecho era insoportable cuando él estaba cerca, como si fuera a explotar en cualquier momento.
Anabella, que seguía sentada en el asiento de cemento, observaba a su amiga que estaba abstraída en sus pensamientos.
Era evidente que tenía sentimientos fuertes por el hombre.
―No estoy segura, pero es inútil tener sueños vacíos.
Escuche que el Señor Alejandro tiene una prometida y ella es muy hermosa, por lo que he visto de primera mano.
Ambos hacen una hermosa pareja.
―¿Estás segura de que él tiene una prometida?
Con lo que he escuchado, él sigue soltero y es un mujeriego, sin incluir su reputación de cruel y malicioso.
―dijo y vio a Cati entrecerrar los ojos, haciendo que Anabella levantara ambas manos―.
Rumores, querida.
Solo quiero remarcar lo que hayas escuchado puede ser un rumor también.
―Ana, él es un Señor y…―empezó a decir, antes de parar al ver al esposo de Anabella cuando él caminaba hacia donde estaban ellas, con el guardia siguiéndolo de cerca por detrás.
Al notarlo, Anabella se levanto y Cati fue rápidamente a darle una mano.
―No sé sobre esta prometida, pero te conozco a ti y yo creo que no eres menos que ninguna otra mujer de elite digna de él.
Si él es un buen hombre, claro.
Uno nunca sabe si nuestros sueños se nos concederán.
Hasta que, y a menos que lo persigas, jamás sabrás el resultad.
―dijo Anabella con una sonrisa―.
Pero si él no es el indicado y él sí tiene una prometida, entonces será mejor que te desprendas de cualquier cosa que sientas por el hombre.
―Sí, Mi lady ―dijo Cati inclinando la cabeza, haciendo que la mujer riera ―¿Cuándo empezaste a hablar de esa forma?
―pregunto en broma.
―Cuando tienes un hombre protector, tiendes a usar todos tus recursos disponibles para hacer que el hombre diga que sí.
Ya lo sabrás ―dijo Ana y le sonrió su amiga.
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