Imperio Valeriano - Capítulo 53
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53: Capítulo 53 – Desvío (Parte 3) 53: Capítulo 53 – Desvío (Parte 3) Editor: Nyoi-Bo Studio ―Buenas tardes, señorita Welcher.
¿Cómo ha estado?
―le saludó Donovan, el esposo de Anabella.
―Muy bien, Sir Bingley.
Felicidades por ser padre ―lo felicitó Cati e intercambiaron cumplidos, a lo que Anabella giró sus ojos.
No podían dejar de lado las formalidades.
Una vez que terminaron de hablar, Donovan le preguntó a su esposa: ―¿Nos vamos?
―y la vio asentir.
Caminando hacia el carruaje, Anabella se volteó hacia Cati.
―Catalina, ¿te gustaría quedarte con nosotros?
―preguntó de pronto, sobresaltando a Cati.
―¿Qué?
No, no te preocupes.
Me va de maravilla en la mansión y no quisiera abusar de ti.
―¡Tonterías!
―dijo Anabella y sacudió su mano.
―Hablo en serio, Ana.
Tengo que acostumbrarme a la vida en la mansión ―lo que era cierto.
Se había vuelto un nido acogedor―.
Además, estoy esperando noticias sobre Rafa.
―Pero puedes hacer eso mientras esperas en nuestra casa.
Donovan ―dijo, y se giró hacia su esposo para pedirle ayuda.
―Ana tiene razón.
Tenemos espacio de sobra en la casa para que lo uses como te plazca.
Nosotros estaríamos felices de recibirte el tiempo que quieras hasta que decidas quedarte ―dijo con una sonrisa.
―Gracias por sus palabras tan generosas, Sir Bingley ―respondió Cati, inclinando la cabeza en agradecimiento.
Anabella soltó un suspiro y abrazó a su querida amiga.
―Si alguna vez sientes ganas de ir a allá, recuerda que eres siempre bienvenida.
―Recordaré eso ―dijo Cati cuando ellos se subieron al carruaje, y se despidieron cuando este se alejó.
Cati dudaba que el carruaje en el que había llegado le siguiera esperando.
En su lugar, ella busco una diligencia disponible para volver de vuelta a la mansión.
Después de hablar con alguien, ella infirió que tenía media hora antes que la diligencia llegara a la ciudad.
Mientras Cati esperaba echando un vistazo, vio a un niño pequeño que estaba siendo reprendido por una mujer detrás de una tienda.
Cuando el niño dijo algo con ojos hinchados de lágrimas, la mujer gritó y empujó al niño antes de entrar a la tienda y cerrar la puerta.
El niño golpeó la puerta, pero nunca se abrió.
Dejándose caer en la pared, ella lo vio romper en llanto.
Con una mueca de desaprobación en el rostro y sin pensarlo, ella caminó directo hacia el callejón a sentarse frente al chico, quien tenía la cabeza escondida entre sus brazos.
―Hola, tú.
El chico levanto la vista, alarmado al ver quién era, con una expresión triste y llorosa.
―¿Está todo bien?
―preguntó Cati con una voz amable.
―Sí, no es asunto tuyo ―replicó el chico haciendo un lado la cara y limpiándose las lágrimas con las mangas.
Vaya, para una persona joven y que estaba llorando, ahora sí que tenía palabras que decir, pensó Cati.
Ella sabía que la vida no era fácil para la mayoría de ellos y el chico era otro.
No sabía como era la vida en la ciudad, pero el Imperio del Sur no era exactamente el paraíso.
Ella había escuchado algunas cosas sobre la vida en la ciudad y no todo era bueno.
Pensando todavía qué hacer, ella le preguntó: ―¿Tienes hambre?
La pregunta había llamado la atención del chico cuando la miro desconfiado, y ella a su vez, cuando lo vio asentir de mala gana y le sonrió antes de pararse.
―Vamos, entonces ―dijo, y lo llevó a la pequeña tienda en la esquina de la misma ciudad―.
Yo soy Catalina Welcher.
¿Cuál es tu nombre?
―preguntó.
―Samuel ―respondióél, y ella se preguntó si era un huérfano.
Cuando la comida fue llevada a la mesa, el chico la miró con indecisión.
Una sonrisa favorable después, el niño comenzó a comer como si no hubiera mañana.
Luego de parar de comer, Cati le preguntó, curiosa: ―¿Qué sucede?
¿No esta buena la comida?
―Está más que bien, señorita, pero…¿es posible guardar el resto para llevarlo a casa para mi hermana?
―preguntó el niño suplicante, e hizo que el corazón de ella se derritiera.
―¿Por qué no terminas todo mientras yo voy a pedir que guarden más comida por separado?
―¡Oh, no!
Me has mostrado suficiente amabilidad y estoy agradecido.
No puedo pedir por más ―dijo el chico con ojos de cordero, pero Cati se negó con la mano para ir a hablar con el dueño y pagar la cuenta.
Ella suspiró cuando vio su reloj de bolsillo.
La diligencia debe haberse ido a estas alturas y se ofreció por lo tanto a llevar las bolsas de comida que pidió.
Lo suficiente como para sobrevivir hasta la mañana siguiente.
El chico vivía en un pasaje techado, que lo cuidaba de la lluvia o el sol caliente.
Antes, cuando el niño había mencionado a su hermana, Cati esperaba ver una hermana mayor, pero en cambio fue recibida por una muchacha acostada en un colchón viejo.
―Está es mi hermana Fanny.
Ella ha estado enferma los últimos días ―le informo él y ella se acerco a la cama, colocando una mano en su frente.
La muchacha tenía un poco de fiebre.
―¿No tienes familia o parientes, Samuel?
¿Además de tu hermana?
―preguntó, y él negó con la cabeza.
Eran huérfanos y el estado en que se encontraban la afligía.
Ella sabía que era una cosa común, pero si una pareja no quería un hijo, debieron haberse hecho cargo en lugar engendrarlos como animales y abandonarlos a su suerte.
―Déjame contarte un truco sobre como bajar la fiebre ―dijo, y guió al niño, tomando el pañuelo de su abrigo y mojándolo en agua.
Le enseñó unas pocas cosas y lo ayudó a alimentar a su hermana.
El tiempo se hizo corto cuando hablaba con él y era tarde en la noche cuando se dio cuenta.
Cati le dejó el poco dinero que tenía y al dárselo, le aseguró que podía pagárselo en el futuro y que no había apuro, junto con el abrigo para la muchacha.
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