Imperio Valeriano - Capítulo 54
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54: Capítulo 54 – Desvío (Parte 4) 54: Capítulo 54 – Desvío (Parte 4) Editor: Nyoi-Bo Studio Cuando Cati se fue, el chico tenía lágrimas de gratitud en sus ojos y ella le deseó buena suerte al salir.
Al ver una de las diligencias, se apresuró.
―¡Espere!
―gritó para alanzarla a tiempo.
―¿Cuánto por el viaje?
―preguntó.
―Veinticinco chelines, dama ―respondió el conductor, y ella se molestó.
―¿No son quince chelines, señor?
―Usted sabe que el precio de la noche es mayor comparado al del día, ¿sí?
Ahora, ¿tiene veinticinco chelines o no?
―preguntó el conductor, haciendo reír a Cati con gracia.
Por el golpe emocional, ella le había dado todo su dinero excepto por quince chelines al chico, y este hombre decía que el pasaje era veinticinco.
―¿Cuál es la demora?
―¡Comience el viaje de una vez!
Los pasajeros del carruaje empezaron a preguntar y Cati suspiró.
―No tengo el dinero ―dijo sordamente y vio al conductor azotar a los caballos, llevándose la diligencia.
El sol se estaba poniendo y ella empezó a caminar.
Si se apresuraba, llegaría a la noche antes de la cena si tomaba la carretera.
Por fortuna, Caviar había salido por un encargo cuando la vio caminando a un costado de la carretera.
Él detuvo el carruaje, con una expresión perpleja al verla caminando sola a estas alturas de la noche.
De camino a casa, Cati le contó lo que había sucedido, a lo Caviar se rio y la llamó”una chica boba” por no guardar suficiente dinero en caso de emergencia.
Ella le respondió: ―Da igual.
Cuando llegaron a la mansión, Caviar detuvo el carruaje y fue recibido en la entrada por el Señor Alejandro, solo e inexpresivo.
―Parece que le es difícil entender las reglas de la mansión, señorita Welcher.
―dijo el Señor.
―Señor Alejandro, la señorita Welcher estaba…―dijo Caviar, tratando de ayudarla, pero fue interrumpido por el Señor.
―No te he preguntado nada Caviar.
Llévate el carruaje ―le ordenó Alejandro con una mirada fría y tranquila.
Cuando Caviar los dejó, el Señor ordenó: ―Reúnete conmigo en el estudio en diez minutos ―dijo, y se fue sin decir nada más.
Cati no discutió porque le dio la impresión que estaba caminando en un campo minado que podía explotar si daba un paso en falso.
Al subir a su habitación, ella se cambió de ropa y lavo su cara antes de dirigirse al estudio de Alejandro.
Esperó de pie frente a la puerta cerrada lista para tocar.
―Entra ―le escuchó decir del otro lado de la puerta.
Una vez dentro de la habitación, ella cerró la puerta con cuidado detrás de ella y de pronto sintió los brazos de Alejandro a ambos lados de su cuerpo, atrapándola contra la puerta.
―¿A qué hora le dijiste a Martín que regresarías?
―preguntó con suavidad y ella tragó saliva.
Su frío semblante se volvió un dulce sonrisa, que era increíble.
Esto da miedo, pensó Cati.
―¿Antes del atardecer?
―dijo titubeante.
―¿Y qué hora es?
―Este…es de noche ―dijo ella, con el pelo detrás de su cuello erizado.
―¿Tienes alguna idea de lo preocupado que estuvo esta tarde?
La última vez que saliste sola no regresaste.
―Eso fue porque fui a comprar un vestido ―respondió y sus ojos oscuros la miraron.
―Lamento ese día por poner tu vida en peligro.
Si no te lo hubiese pedido en primer lugar, nunca hubiese ocurrido ―dijo con exasperación, haciendo que su corazón se encogiera en su pecho―.
Iba a mandar gente si seguías fuera más tarde.
―P-pero yo…―comenzó a decir Cati, pero sintió el dedo de él sobre sus labios, silenciándola.
―He sido muy paciente y aun así, vas y rompes estas simples reglas para mantenerte a salvo.
Deberé optar por otro método ―dijo él, y su dedo rozó su labio inferior.
Sus manos, que estaban a cada lado, bajaron a su cintura y ella se quedó de pie como una estatua con su mente confundida.
Antes de acercarse aún más, un golpe en la puerta arruinó el momento, y Cati alejó su cara, con sus mejillas tan rojas como manzanas.
Y Alejandro dio un paso atrás con una leve sonrisa al verla.
―Señor Alejandro, ha llegado Sir Mateo ―informó el mayordomo.
―Hazle saber que estaré allí en un minuto ―dijo Alejandro, esperando que el hombre se fuera.
―E-es tarde.
Me iré a la cama ―dijo Cati, mirando hacia cualquier lugar menos a él.
―A propósito, iremos al teatro mañana.
Buenas noches, Cati.
―Buenas noches, Señor Alejandro ―dijo al abrir la puerta.
Luego fue directamente a su habitación a desplomarse sobre la cama y sentir su aliento disipar.
―Dios, ten misericordia de mí―suspiró Cati en su almohada.
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