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Imperio Valeriano - Capítulo 55

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  3. Capítulo 55 - 55 Capítulo 55 - Ojos verdes
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55: Capítulo 55 – Ojos verdes (Parte 1) 55: Capítulo 55 – Ojos verdes (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio La mañana siguiente comenzó como cualquier otro día.

Como de costumbre, la mansión tenía visitantes que iban y venían a visitar al Señor de Valeria con trabajo.

Cati estaba en la cocina ayudando a la señora Hicks a mezclar la masa para preparar la comida para los invitados, que llegarían después para almorzar con el Señor.

El señor Alejandro y Elliot habían salido en una pequeña cacería lejos dentro del bosque.

La última vez que salieron de cacería, trajeron con ellos un hermoso ciervo.

Cati se preguntaba qué traerían de vuelta esta vez.

El espectáculo del animal muerto la entristecía, pero ella no decía nada por saber que esta era la forma en que los vampiros vivían sus vidas.

Si no eran animales, entonces serian humanos.

Después de todo, ese era el ciclo del mundo hoy.

―Voy a la despensa ―informó la señora Hicks―.

Una vez que terminen con la masa, quiero que cuezas estas verduras en la cacerola y las seques antes de freírlas ―dijo la anciana a Cati y Fay, quienes estaban sentadas mezclando la masa en un recipiente grande.

―Casi termino ―respondió Cati con una sonrisa en la cara.

―Tú empezaste mezclando antes ―protestó Fay.

Ambas habían decidido apostar quién terminaría primero la tarea y Cati había ganado.

―Excusas, excusas.

He ganado justamente y ahora tú tendrás que trabajar en mi lugar la mitad del día ―dijo y rio Cati, yendo donde las verduras estaban cortadas y trozadas, mientras Fay se jorobaba en derrota sin querer pensar en el trabajo extra que tenía por delante.

―De cualquier forma, ¿qué vas a hacer con el resto del día libre?

―preguntó Fay.

―La verdad, es solo por unas horas y no tendrás que trabajar lo que queda del día.

Yo quería visitar la ciudad la semana próxima ―contestó Cati, haciendo que Fay inclinara la cabeza.

―¿Por qué no le pides a Martín que te dé el día libre?

Dudo que se rehúse con lo indulgente que es el Señor contigo ―comentó Fay.

Cati iba a protestar, pero Fay continuó―.

El Señor Alejandro es severo e inflexible cuando se trata de alguno de los criados que rompen las reglas o les cuesta seguir órdenes.

―Él estaba temible anoche ―murmuró Cati, recordando los ojos fríos que la observaron cuando apenas había salido del carruaje.

―Antaño, hubo incidentes con castigos severos en la mansión y solo puedo aconsejarte que tengas cuidado y no te metas en situaciones problemáticas.

―dijo Fay, y Cati se molestó.

―¿Qué quieres decir?

Fay tomo un bol y lo coloco en la tabla antes de mirar alrededor a ver si había alguien cerca.

―Hubo una vez una sirvienta que trato de destruir el rosal en el jardín.

―Escuché sobre eso.

La chica fue castigada y le pidieron que dejara la mansión ―dijo Cati, pero Fay negó con la cabeza.

―La chica fue castigada pero no le pidieron que dejara la mansión, porque fue decapitada en el calabozo por el Señor mismo.

No sé los detalles del porqué, pero esto es lo que sé.

La vida es bella si haces caso, si no se convierte en una pesadilla ―dijo Fay, mientras Cati la escuchaba quieta a su lado―.

Nadie sabe por qué el Señor atesora tanto esa planta en particular, pero ninguno de nosotros se acerca a ella.

Fue una sorpresa para la mayoría de nosotros ver esos floreros con rosas otra vez.

Cati no sabía que decir, pero sintió escalofrió bajo la piel tras escuchar lo que Fay dijo.

¿La muerte por una planta no era un poco extrema?

Ella tragó saliva solo de pensar en ello.

Seguramente, debía haber más detrás de lo que pasó y que la gente sepa o no sepa, pensó.

El Señor Alejandro en persona le había dicho que no le importaba que ella cortara rosas del rosal.

Quizás, él confiaba en que ella no le haría daño a la planta.

―Tú estás aquí en una pieza por tanto es claro que él es indulgente contigo.

Después de todo, no eres una sirvienta permanente aquí―dijo Fay, cuando dos hombres entraron a la cocina, llevando un recipiente lleno de carne fresca dentro.

―Supongo que el Señor Alejandro y los demás ya volvieron de la cacería.

―dijo Cati, volviendo a revolver las verduras dentro de la olla y agregando dos pedazos de leña al fuego.

Cuando llegó la hora de servir el almuerzo en el comedor, Cati y otras dos sirvientas comenzaron a servir un plato a la vez.

Uno de los invitados que había era la mismísima Lady Carolina, quien había venido junto con su padre y su hermano.

Los otros invitados eran el Gran Duque y su esposa, quienes eran dueños de la tierra próxima a su Imperio.

Ellos hablaron de proveer mejores carreteras para conectar las ciudades y el desarrollo de los pueblos.

Carolina se sentó allí, bonita como una muñeca, haciendo pío a preguntas de vez en cuando.

Ni Cati ni el Señor Alejandro habían interactuado uno con el otro después de lo que pasó la noche anterior.

Sinceramente, Cati no sabía cómo encararlo.

Si no fuera por la interrupción del mayordomo, el Señor Alejandro hubiese…no, no, ella se había regañado por ser tan engreída.

El hombre adoraba provocarla, pero ella dudaba que la hubiese besado.

Incluso cuando ellos estaban separados por apenas un suspiro de distancia, ella estaba segura de que el Señor Alejandro estaba jugando con ella para obtener una reacción.

En especial, cuando él salió de la habitación con una leve sonrisa en su cara.

Pensar que él le prestaba atención la hacía feliz, pero el Señor Alejandro era un mujeriego, como había dicho su amiga Anabella.

Las mujeres se reunían y peleaban por su atención, y el vivo ejemplo de ello ahora mismo era la Lady Carolina.

Cati estaba ensimismada en esos pensamientos cuando se acercó a servir al hermano de Lady Carolina, quien de casualidad se dio vuelta y se paró cuando ella iba a servirle, lo que terminó con ella derramando la salsa del plato sobre los zapatos de él.

Al darse cuenta de lo había hecho, sus ojos se agrandaron de miedo.

―Ah, mi zapato…―exclamó el hombre con desapego, mirando su zapato de cuero.

―L-lo lamento ―se disculpó Cati con pavor y vio el rostro de Martín al otro lado de la habitación, con labios apretados.

Antes, se había salvado de derramar la copa en la mesa, pero ahora si lo había estropeado.

―¿Qué haces de parada allí en vez de limpiar ese desastre?

―comentó Carolina con una expresión de disgusto.

En el momento y con la mente aún en pánico, Cati tomo una servilleta de la mesa y se agachó, pero el hombre retrocedió.

―No importa, debí estar más atento.

Y soy capaz de limpiar mi propio zapato, querida hermana ―dijo el hombre con voz calmada, sin darle mayor importancia y luego giró hacia el mayordomo―.

Si pudieras mostrarme el lavabo sería de gran ayuda.

―Señorita Welcher ―la llamó Martín y esta vez, alerta como un reloj, Cati salió con el hombre fuera del comedor.

El mayordomo llamó a una sirvienta para que limpiara la comida derramada sobre el piso, que efectivamente fue limpiada en unos segundos.

―Tu sirvienta parece sin experiencia e inútil, mi Señor.

Lenta para servir y lenta para pensar.

¿Por qué no mejor la envía a nuestra mansión?

―dijo el padre de Lady Carolina mientras comía―.

Estaremos más que felices de disciplinar a la servidumbre.

Estoy seguro de que ella aprenderá mucho y le será más útil a usted ―dijo, y se llevó un pedazo enorme de carne a la boca.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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