Imperio Valeriano - Capítulo 58
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58: Capítulo 58 – Ojos verdes (Parte 4) 58: Capítulo 58 – Ojos verdes (Parte 4) Editor: Nyoi-Bo Studio Ella sentía que estaba soñando, y quizá lo estaba; el Señor Alejandro no se habría comportado de esa forma, menos aún la besaría.
Él demostró que se equivocaba cuando sintió que su dedo tocaba su cuello, y ella abrió los ojos para ver los de él mirándola con intensidad.
Con una sonrisa amable, el Señor Alejandro le dio espacio y se dirigió a su velador.
Con su corazón aun palpitando con fuerza por el beso y sin saber qué hacer, Cati se levantó incomoda de la cama.
En un comienzo, cuando la tocó con sus labios, ella pensó que él la había confundido con Lady Carolina, pero no parecía ser el caso.
Él le robo su primer beso íntimo.
¿Por qué la beso el Señor Alejandro?
Distinto a lo que había sido hace un momento en la cama, Cati sintió que el Señor Alejandro había vuelto a su usual estado, compuesto y calmado.
―Esto llegó al medio día para ti ―le escuchó decir al Señor Alejandro, quien sostenía un sobre en su mano―.
Es de Anabella Bingley.
―Ah, gracias ―dijo ella con suavidad al tomar la carta.
―¿Era ella con quién te encontraste hace poco?
―preguntó, y la vio asentir con la cabeza.
Él la miraba con ternura, pero había algo más que habitaba detrás de esos ojos cautivadores.
Como si…si no tuviera cuidado, ella caería bajo un hechizo del que no podría recuperarse.
Ambos se miraron por solo unos segundos antes de que ella bajara la mirada.
Solo por esta noche, ella había decidido olvidar sus sentimientos por este hombre y trató de disfrutar su tiempo con el señor Traverse en el teatro.
Pero aquí estaba ella, no solo dónde comenzó, pero además se dio cuenta que estaba enamorada de él.
Ella habló con nerviosismo: ―Este…Debo irme.
El señor Traverse solicitó un vaso de agua en su habitación.
―¿No me digas?
No tienes que preocuparte por ello ―dijo Alejandro―.
Haré que Martín se haga cargo.
Pero Cati fue rápida al negarse.
―Oh, no.
De verdad que el señor Traverse dijo que quería que yo se lo llevara.
Buenas Noches ―dijo, e inclinó su cabeza y caminó hacia la puerta con un peso en el corazón.
Ella tenía que escapar mientras podía antes de convertirse en una de esas sirvientas celosas en la mansión.
Ahora que había probado la manzana prohibida, no había duda que ella se convertiría en una de esas sirvientas, y ella no quería eso.
Cuando su mano tocó la manilla de la puerta, lista para abrirla, ella escuchó un golpe sordo sobre su cabeza.
Asustada, miró sobre su cabeza y vio que una mano estaba previniendo que abriera la puerta.
Ella se giró a encararlo y le vio sonriendo sobre ella.
―¿Catalina, recuerdas lo que dije cuando te contraté?
―le preguntó.
―Que puedo quedarme gratis si trabajo en la mansión cocinando, limpiando y arreglando el jardín ―dijo.
―¿Y?
Ella trató de recordar lo que dijo, pero no podía recordar nada en particular.
―Oh, sí, asear a Aereo y alimentarlo.
―Y…―dijo él, acercándose a ella.
―¿Y?
― Que me atenderás cuando lo solicite ―dijo, haciéndola recordar sus palabras en su mente.
Pero no entendía a qué quería llegar.
— Pero no recuerdo pedirte que atiendas ningún pedido de los invitados.
¿Acaso Elliot y Silvia te han hecho encargos hasta ahora?
―dijo, tomando el pelo más largo que colgaba de sus hombros.
―No ―respondió ella, consiente que él enredaba su mano con su cabello―.
Pero Señor Alejandro, estoy segura de que el señor Traverse no tiene malas intenciones.
―Me pregunto a qué te habrá llamado.
Quizás él quiere jugar cartas contigo a estas horas.
―¿Cartas?
―preguntó confundida, sin entender su sarcasmo―.
Pero él dijo que quería conversar.
La sonrisa en su cara desapareció, pero soltó una carcajada, una seca y vacía carcajada.
―Está equivocado Señor Alejandro, el señor Traverse no es de esa forma.
―replicó y vio como él achicaba los ojos.
―Vaya…mírate tú que ya conoces todo sobre él después de unas horas ―dijo en un tono burlón y ella trago saliva―.
¿O es que lo deseas?
―¿Qué?
―pregunto casi susurrando, preguntándose como las cosas terminaron de esta forma.
―Solo porque un hombre es bueno de cara no significa que tenga buenas intenciones.
Ya lo has experimentado antes, ¿quieres que se repita?
Debe haberte encantado con sus palabras elegantes si lo estas defendiendo y no tomas mi palabra.
―¡No es así!
Yo sí le creo pero pienso que usted malinterpreta al señor Traverse ―dijo disgustada.
Ella no entendía por qué el Señor Alejandro tenía una mala idea sobre su invitado cuando este no había hecho nada malo.
Y él no tenía ningún derecho a acusarlo cuando su propio registro en tales asuntos no estaba limpio.
Ella no debió molestarse cuando él escogió a Lady Carolina, sin pensarlo, para que lo acompañara al teatro.
¿Acaso el beso que compartieron no importaba nada?
Parecía que no tenía nada que decir sobre eso, como si no significara nada para él.
―Incluso si entrara en su cama no debiera molestarlo, mi Señor.
Después de todo, yo soy solo la sirvienta.
Las palabras volaron de su boca.
Ella solo quería provocarlo para ver su reacción, pero se dio cuenta que no debió haberlo hecho.
―Yo… Ella sintió un tirón del pelo con el que él estaba jugando, causando dolor detrás de su cabeza y provocando que levantara su cabeza para encararlo, ojo a ojo.
No había rastro de diversión en su cara y sus ojos bullían de enojo antes que su boca se curvara.
Una sonrisa que no se reflejaba en sus ojos era escalofriante.
―Tienes razón.
No debería preocuparme con una sirvienta como tú Sus palabras provocaron una punzada en su pecho y él se apartó.
―Señor Ale… ―Sal, no tengo nada que pedirte esta noche ―dijo el Señor, dándole la espalda.
―Cati mordió su labio cuando vio que el Señor Alejandro no estaba bromeando y hablaba en serio cuando le dijo que abandonara la habitación.
La puerta se abrió y hubo un clic cuando volvió a cerrarse.
Cuando salió de la habitación de Alejandro con la carta en su mano, Cati se metió en su habitación y se encerró.
Ella tomó el sobre y lo colocó en su velador para leer la carta más tarde.
Él la había besado sin motivo y luego le dijo que se fuera de la habitación porque ella estaba en desacuerdo y apoyó a Felipe.
¿Acaso apoyar al señor Traverse era mal visto para el Señor Alejandro?, pensó ella.
Recordando que debía llevar agua donde el señor Traverse, ella se cambió de ropa y bajó a la cocina, aliviada al ver a Corey y Matilda allí.
―Saludos a la señorita ―dijo Corey, inclinando su cabeza con dramatismo―.
¿Cómo estuvo la noche de Cenicienta?
―Estuvo bien ―respondió Cati con una sonrisa y preguntó—: Corey, ¿podrías llevar un vaso de agua a la habitación del señor Traverse?
―Seguro ―dijo, recibiendo su pedido sin preguntar.
―Muchas gracias ―le agradeció.
Cuando volvió a su habitación, ella se metió a la cama, cansada con los eventos del día, pero no podía dormir.
Cuando pudo dormir y abrió sus ojos, se sintió como si una sola hora hubiese transcurrido al llegar la mañana.
Ella despertó adormilada, y se preparó para el día todavía con los ojos medio cerrados.
En realidad, ella había dormido solo tres horas.
Cuando bajo las escaleras a preparar el té del Señor Alejandro, ella escuchó las voces de Silvia y Elliot desde la entrada.
―¡Princesa Cati!
―exclamó Elliot y le dio un breve abrazo―.
¿Cómo ha estado Valeria sin mí?
―Aburrida ―dijo en voz alta―, y un poco solitaria.
Esa palabra resonó en su mente.
―Ya estoy aquí, por lo que la vida volverá a estar llena de colores ―dijo Elliot sonriendo―.
¡Hogar, dulce hogar!
―Sir Elliot, tenemos invitados, así que si pudiera bajar la voz ―dijo Martín antes de Elliot armara un alboroto tan temprano en la mañana.
Cati sonrió.
―¡Buenos días, Martín!
―saludó Elliot con más fuerza que él.
―Buenos días, Sir Elliot ―suspiró Martín, y bajó a guiar a los criados a que recogieran su equipaje del carruaje.
―¿A quién recibimos?
―preguntó Silvia a Cati mientras Elliot subía las escaleras a ver a Alejandro.
―Lady Carolina y su hermano ―respondió Cati con rapidez y vio a Silvia que se veía preocupada―.
¿Está todo bien?
―¿Mm?
Claro ―dijo Silvia, sonrió mientras acariciaba la cabeza de Cati―.
Supongo que entonces tomaremos juntos el desayuno.
Tal como dijo, Lady Carolina, su hermano Quill, Elliot, Silvia y el Señor Alejandro se sentaron juntos a desayunar.
Parecía que Lady Carolina se quedaría en la mansión por dos días más y entonces su padre vendría a buscarla, por lo que Felipe había extendido su visita también.
Los ojos de Cati se dirigían de vez en cuando donde el Señor Alejandro pero ni una sola vez sus miradas se encontraron.
Cuando ella se acercó a servirle, él la rechazo con la mano mientras conversaba casualmente con Elliot.
Por fortuna, Felipe no había preguntado por qué no fue ella quién le había llevado el agua.
Como si el asunto se hubiese olvidado, él le hablaba con normalidad cuando se cruzaban con el otro, pero cada vez que intercambiaban palabras Alejandro estaba allí.
Cuando ella le trajo su té a su habitación, él había ignorado su presencia como si ella no estuviera allí.
Estaba tan acostumbrada a que él le sonriera y le diera los buenos días, que este cambio era algo que a ella le costaba digerir.
Trató de disculparse, pero él la despachó enseguida.
Ella cavó su propia tumba.
“Incluso si entrara en su cama no debiera molestarlo, mi Señor, después de todo, yo soy solo la sirvienta ” Cati vio como él sonreía a algo que Lady Carolina había dicho.
Ella no se había dado cuenta lo apegado que se había vuelto con él y ahora que estaba consciente de ello, sentía como su pecho le dolía.
La mañana siguiente, mientras tomaba desayuno, Cati abrió la carta que su amiga Anabella había escrito con la fecha en que debía abrirse.
Ella se preguntó por qué ella había elegido una fecha, y cuando abrió la carta se dio cuenta que era la fecha cuando ella había nacido.
“¡Feliz cumpleaños Catalina!
Rezo porque todos tus sueños y deseos se hagan realidad.
PD: Donovan visitará Valeria en menos de dos semanas.
Te mandaré otra carta para darte la fecha exacta.
Con amor, Ana.” Debajo estaba un dirección que se suponía era la de Anabella.
―¿Es tu cumpleaños?
―preguntó Dorothy espiando, y Cati dobló el papel y lo guardó en el bolsillo de su vestido.
―Espiar es una mala costumbre.
―¡Pero es tu cumpleaños!
¡Feliz cumpleaños!
―exclamó Dorothy y la abrazó como ella deseaba.
―¡Shhhh!
―¿Por qué me haces callar?
―preguntó Dorothy molesta―.
MATI, COR-rmmm… Luego Cati le cubrió la boca.
―Porque haces mucho ruido en la mañana.
Gracias ―le agradeció.
―¿Cuál es el problema?
―Matilda le preguntó al entrar con Corey, Fay y Cintia no muy detrás.
Dorothy, sin poder guardar la noticia, les contó todo y ella se lo agradeció de todas formas.
―Se me olvidó a mí misma.
El tiempo pasó de vuelo y apenas me di cuenta.
De haberlo sabido, hubiese pedido el día libre ―dijo y rio, rascándose la cabeza.
―¿Por qué no se lo pides a Martín?
―preguntó Fay.
―Puede que lo haga.
Ahora vamos, antes que lleguemos tarde.
Esa mañana, ella arrastraba los pies al comedor para servir el desayuno.
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