Imperio Valeriano - Capítulo 59
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59: Capítulo 59 – Ojos verdes (Parte 5) 59: Capítulo 59 – Ojos verdes (Parte 5) Editor: Nyoi-Bo Studio Ella no había estado escuchando de lo que hablaban, perdida en sus propios pensamientos.
Y cuando los escuchó, Lady Carolina estaba contando una de sus historias.
―¡Y entonces esta mujer en quien confiaba desde hace años, trató de apuñalar a padre!
¡La desfachatez de la mujer!
―No puedes culpar a la mujer por tratar de apuñalarlo cuando se lo merecía ―murmuró Felipe en voz baja.
―¿Y qué sucedió después?
―preguntó Elliot, divertido.
―Padre hizo que la tiraran en un burdel.
Un castigo apropiado ―resopló ella.
―Un sirviente tiene que ser tratado como sirviente y hay demostrarle donde pertenece, de otra forma, no saben cuál es su lugar―le escuchó decir al Señor Alejandro.
Al escuchar sus palabras, su corazón se detuvo.
Por alguna razón, esas palabras parecían dirigidas a ella y eso la lastimó.
Él vivía en un mundo diferente, un mundo al ella no pertenecía.
Lo que ocurrió hace dos noches había sido un sueño y esta era la dura realidad.
―¿Podrías servirme más de eso?
―preguntó Lady Carolina, y Cati, sin darse cuenta, tomó el bol hirviendo y lo sostuvo con la mano desnuda.
Lo colocó junto a Carolina y le sirvió.
Cati sintió la quemadura en su mano y quería gritar del dolor, pero suprimió sus emociones como los demás, cuando tomo la bandeja de vasos llenos de agua de la mesa.
Cuando se acercó al Señor Alejandro con la mirada baja pero con sus emociones contenidas de hace dos día, ella dejó escapar un sola lágrima que cayó en la bandeja.
La mano del Señor Alejandro se estiró a tomar un vaso.
Avergonzada, ella limpió la lágrima en la bandeja con su pulgar.
El padre de Lady Carolina llegó a recoger a su amada hija después de una hora, y Felipe había ido al establo buscando a Cati para despedirse.
―Estoy contenta de que hayas pasado un buen tiempo en Valeria ―dijo Cati, y él asintió.
―Y yo estoy contento de que hayas sido mi pareja al acompañarme al teatro.
Gracias ―dijo y continuó―.
Por favor, ven a visitarnos a nuestro pueblo.
Estoy seguro de que te gustará.
Lady Carolina y yo vivimos en distintos pueblos por lo que no habrá problema.
Eso la hizo sonreír.
Él era un hombre considerado.
―Gracias por la invitación, Felipe.
Si visito el pueblo, me asegurare de verte, ―respondió y agrego―: Señor Traverse.
―¿Qué tal ahora?
―dijo inclinando la cabeza.
―¿Ahora?
―dijo, sorprendida con la oferta.
―Sí―confirmó―.
Tú eres una sirvienta aquí, pero si vienes conmigo te convertiré en una dama en mi casa ―dijo con seriedad, y a Cati le faltaron las palabras.
Primero pensó que él estaba bromeando, pero el hombre no parecía del tipo que bromeara.
¿Acaso estaba pidiendo su mano en matrimonio?
―Me siento halagada por su oferta, pero tengo cosas que hacer y yo…yo… ―Es hombre con suerte quien reciba los afectos de una mujer como tú―dijo él cuando ella no pudo terminar la oración.
―Lamento no poder responder a tus sentimientos ―dijo ella.
―No lo estés.
Solo recuerda que, si necesitas a un amigo, allí estaré―dijo él, antes de dejarla sola afuera del establo.
Ella lo observó irse hacia donde lo esperaba el carruaje.
No habían pasado mucho tiempo juntos, pero él se preocupaba de sus propios asuntos la mayor parte del tiempo.
La armonía que habían compartido esa noche en el teatro era una de amistad.
Al contrario de su hermana que miraba en menos a la gente, él era educado, no solo con ella sin con el resto del personal en la mansión.
Si pudiera, le diría a Lady Carolina que aprendiera un par de cosas de su hermano.
―Me siento mal por él.
―¡Caviar, me asustaste!
¿Me estabas escuchando?
―preguntó con suspicacia.
―Yo solo estaba de paso cuando mis oídos escucharon tu conversación ―dijo él, encogiéndose de hombros―.
Tendrías una vida mejor de pasar de ser una sirvienta a una dama de elite, ¿sabes?
―¿Casándome con él?
―Sip, he escuchado algunas cosas sobre él.
Registro limpio cuando se trata de sus relaciones con mujeres.
Digo, él solo va de a una sola mujer a la siguiente en vez de hacer malabares con varias juntas.
Podrías tener un final “felices por siempre” con un perfecto Príncipe Encantador ―dijo, con las manos frente a él como si cabalgara un caballo.
―¿No es el matrimonio sin amor solo un compromiso?
―La mayoría de los matrimonios estos días están llenos de compromisos y es bastante común.
Sin ofender, las mujeres se casan con hombres para mejorar su estatus social.
―Pero no soy como ellas ―dijo Cati, molesta.
Ella deseó que fuera de esa forma.
Así sería más fácil olvidarse de Alejandro.
―Con razón el Señor esta embelesado por ella ―murmuró en voz baja.
―¿Dijiste algo?
―preguntó Cati, encarándolo.
―Los invitados se han ido, así es mejor volver al trabajo.
No seas floja, vamos.
Una vez dentro en la mansión, tras guardar y alimentar con heno a los caballos, Cati fue al ático, ya que debía bajar algunas cajas.
El ático estaba en la esquina de atrás de la mansión, y estaba un poco oscuro debido a los objetos y cajas que bloqueaban la luz de las ventanas.
Mientras buscaba dentro de las cajas, ella escuchó algo caer y se volteó a ver una tela café en piso.
Cati caminó hacia la tela y la recogió para guardarla en una caja.
¿Acaso vivían ratones y lagartijas en el viejo ático?, se preguntó.
Ella tomó la caja, bajó por la escalera y la colocó en el suelo.
Cuando volvió a subir, ella encontró la misma tela café en el piso otra vez.
Esta vez se asustó.
Ella no había escuchado ningún rumor sobre fantasmas en la mansión.
¿Estaba alucinando entonces?
Cati cerró ambas puertas del ático sin pestillo y comenzó a bajar por la escalera cuando sintió que alguien la empujó por la espalda, provocando que tropezara y se deslizara en la mitad de la escalera.
―¡Au!
―se quejó, tratando de ponerse de pie.
Miró detrás de ella y vio la puerta cerrada como ella la había dejado.
Sin querer dejarse llevar por la curiosidad, Cati caminó lo que le faltaba de escalera antes de tomar la caja.
Cuando vio a alguien del personal, le pidió si podía llevarla al patio trasero.
Ella seguía pensando si un fantasma vivía en el ático.
Era el último lugar que ella visitaría en la mansión, pero estaba segura de que sintió que alguien la empujó por la espalda.
Aunque era su cumpleaños, ella seguía encontrándose con mala suerte, y suspiró.
Incluso Martín se rehusó a darle el día libre, al decirle que el Señor Alejandro había revisado las reglas y una de ellas estipulaba dar un trato equitativo al personal, sin importar género, cuando se trataba de seguir la normativa.
Ella tenía que notificar dos días antes de poder tomar un día libre con él.
Estaba a punto de volver a su habitación cuando el Señor Alejandro pidió que llevara té a su estudio.
Uno de los miembros del Concejo lo había visitado para discutir los procedimientos en la corte.
Había pasado tiempo desde la última vez que él pidió por ella, y sin querer perder la oportunidad de arreglar las cosas, ella llevó el té lo más pronto que pudo y se dirigió al estudio con su rodilla punzándole con cada paso que daba.
Tras tocar la puerta, ella entró en el estudio, caminando tan recta como podía, y coloco la bandeja a un costado de la mesa lista para preparar el té como ellos gustaran, pero el Señor dijo: ―Puedes retirarte, Cati.
Y así de simple la despacho.
Alejandro observó su espalada mientras se tambaleaba levemente antes de desaparecer detrás de la puerta.
Él era capaz de sentir el hierro de la sangre en el aire como si fuera un dulce aroma.
Con una expresión molesta observó el blanco piso de marfil con una gota roja de lo que era indudablemente sangre.
―Matías, estos son los documentos que he preparado y los que he adquirido.
Por qué no los revisas mientras voy a hacer un recado rápido ―dijo el Señor, parándose de su asiento y saliendo del estudio.
Cuando vio a Cati cerca de la escalera hablando con Margarita, primero observó su cuello, que no tenía marcas y tampoco sus brazos.
Sus ojos bajaron para encontrar una pequeña mancha húmeda que se formó en su vestido cerca de sus rodillas.
Cati le contaba a Daisy sobre los cocineros en su aldea cuando todavía vivía en el sur, cuando vio de pronto a Alejandro que caminaba hacia ellas.
Margarita hizo una pequeña reverencia cuando el Señor Alejandro se acercó y se retiró, dejándolos solos.
―Ven conmigo ―dijo él, y sin esperar respuesta y agarro la muñeca de Cati la llevó a su habitación y luego a su baño.
―Espere, Señor Alejandro ―protestó Cati, mientras él levantaba su vestido para ver la herida.
Pero él agarro sus manos―.
¿Qué está haciendo?
―¿Qué parece que estoy haciendo?
―preguntó con una traviesa sonrisa en su boca―.
Pensando cosas obscenas, ¿cierto?
No te preocupes, no haré nada aún ―dijo, levantando el vestido para ver el corte en su rodilla.
Parecía un deja vu otra vez.
―Yo puedo limpiarla ―dijo ella sonrojándose, pero a él no le importaba.
―Si pudieras, ya la hubieses curado y yo no veo nada.
Tienes suerte que no haya vampiros que te conviertan en su cena cuando caminas por ahí como ostentándote en un plato.
Qué torpe de tu parte ―dijo él, sacando la caja de primeros auxilios y limpiando la herida―.
Primero te quemas la mano y ahora te cortas la pierna.
Aunque la estaba regañando, ella se sentó allí pensando cuanto había extrañado hablar con él.
―Señor Alejandro.
―¿Mmm?
―Yo…―dijo, y sin saber que decir junto todas sus palabras―.
Y-yo no lo dije en serio cuando dije que dormiría con el señor Traverse.
―Ya lo sé, jovencita tonta.―dijo con la sonrisa que solía darle a ella, la que era tierna―.
Si no lo supiera ese hombre ya estaría descansando en su ataúd bajo tierra.
―¿Ataúd?
―susurró, con ojos como platos―.
Pero él… Alejandro la calló, colocando el dedo sobre sus labios.
―Me disculpo por ser grosero, por echarte de la habitación esa noche, pero no por las palabras que dije esa noche ―dijo él, mirándola a los ojos―.
No favorezcas a otro hombre en mi presencia, Catalina.
No cae bien conmigo.
―dijo y retiro su mano.
―No lo entiendo ―dijo, mirándolo con sus ojos de venado.
―Es cierto cuando dicen que la envidia saca lo peor de ti ―se rio pensando en ello, y tomó su mano que descansaba en su regazo―.
Quiero robar tu sonrisa y que sea solo mía y de nadie más.
Al contrario de otras mujeres, tú eres pura.
Un alma inmaculada me ha cautivado.
Todos somos lobos vestidos de ovejas para mezclarnos en la sociedad.
Y tú acabas de atrapar la atención de uno de esos lobos.
¿Quieres ser mía?
―¿Qué?
―Lo tomaré como un sí―dijo, besando el revés de su mano.
Y con una sonrisa salió de la habitación.
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