Imperio Valeriano - Capítulo 61
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61: Capítulo 61 – Medianoche (Parte 2) 61: Capítulo 61 – Medianoche (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Curiosa, abrió la caja para encontrar un vestido blanco en su interior, y cuando lo sacó, no hubo palabras para describir su hipnotizante belleza.
No era exagerado o pomposo, pero sí elegante.
En lugar de la crinolina que era comúnmente usada para dar volumen a la falda, este tenía una pieza de material suave sobre otra, y Cati no podía dejar de verlo.
Debía haberle costado una fortuna al Señor.
No era que no pudiera pagarlo, pero lo había comprado para ella.
Dudaba si lo había comprado de forma impulsiva, pues los vestidos de esta clase solían ser hechos por pedido.
Sin querer arruinar el vestido, tomó un rápido baño, que le demoró menos de diez minutos.
Al salir, fue a ponerse el vestido y encontró que tenía un cierre en la espalda.
Intentó como pudo, contuvo la respiración para alcanzarlo, pero sus manos no llegaron.
Lo dejó abierto y se arregló el cabello, dejando el cierre para el final.
Se estiró y giró, intentó cada ángulo para subir el cierre, y en el esfuerzo, escuchó la voz del Señor Alejandro, cerca de ella.
—¿Necesitas ayuda?
Cati escuchó pasos que se acercaban a ella.
El vestido no tenía capas internas, ni un corsé que le brindara apoyo, por lo que, teniendo el cierre abierto, su espalda estaba expuesta por completo.
—Está bien, Señor.
Terminaré en un instante —dijo Cati azorada.
Alejandro insistió y subió el cierre con un delicado movimiento.
—Listo —dijo con una sonrisa, mirando a Cati en el espejo.
No se atrevía a mirarlo.
Qué vergüenza, pensó.
—Gracias, Señor Alejandro.
—Extraño cuando eras niña —dijo Alejandro con un suspiro.
Cati, con el ceño fruncido, preguntó: —¿Cuando era niña?
—Sí, siempre me llamabas Ale, y no Señor Alejandro.
Tengo que admitir que eras adorable, aunque ahora también —dijo con una risita mientras salían de la habitación.
El Señor Alejandro le había hecho un cumplido, y quería sonreía.
Tal vez lo hacía, pues sintió que sus mejillas se tensaban de forma involuntaria.
Cuando el carruaje llegó a la entrada de la mansión, Cati vio que Caviar le dirigía un gesto sonriente, y le devolvió una sonrisa antes de que Alejandro la ayudara a subir.
Cati jugaba con sus pulgares mientras miraba por la pequeña ventana cuando entró una repentina ráfaga de viento, haciéndola estremecer.
—¿Tienes frío?
—preguntó Alejandro.
Estaba sentado frente a ella.
Cati negó con la cabeza.
—Estoy bien —respondió apresurada para no preocuparlo—.
¿Señor Alejandro?
—¿Sí?
—respondió Alejandro, mirándola.
Cati quería que la tragara la tierra por haberlo llamado.
No sabía por qué, pero le parecía que el hombre se hacía cada vez más atractivo.
Tal vez se debía a que era casi medianoche.
Su usual cabello estaba peinado de forma prolija, dándole una apariencia más madura y despejando sus oscuros ojos rojos.
Era como el vino: mientras más viejo, mejor.
—No que quiera probarlo ahora, tal vez después.
¡No, no de esa forma!
—su mente volaba y sintió un fuerte rubor en sus mejillas antes semejantes pensamientos.
Cuando logró recuperar la compostura, preguntó: —¿Por qué dijo que el teatro tenía más para ofrecer en la noche?
Ni siquiera sabía que el teatro trabajaba a medianoche.
—Porque el teatro nocturno suele estar dirigido a vampiros.
Incluso un humano de élite, como un Señor, tendría que pagar muchísimo por una entrada de medianoche.
Las escenas tan profundas y detalladas no son para los débiles.
Cosas que podrían describirse como extremas —explicó, y agregó con un tono serio: —Entrarás al verdadero mundo vampiro, Cati.
Si quieres, podemos ir a otro lugar.
Sólo tienes que pedirlo.
Le ofrecía una alternativa, la oportunidad de entrar en su mundo, o de alejarse de él.
A Cati le intrigaba lo que había dicho Alejandro y no quería perder la oportunidad.
Pero al mismo tiempo, le advertía que era un lado oscuro.
—Quiero ir al teatro —afirmó.
—Está bien.
Al llegar, entraron al teatro.
A diferencia de la vez que visitó más temprano, la multitud era más pequeña.
No podía diferenciar entre humanos y vampiros, pero la mayoría tenía un aura, además de los ojos de diferentes tonos rojos.
La mano de Alejandro reposaba suavemente en la cintura de Cati cuando se dirigían a sus asientos.
Al entrar, una mujer les ofreció bebidas, de las cuales Alejandro tomó dos copas con un líquido translúcido de color rojo.
Al ver que la mujer se alejaba, Cati preguntó: —¿Qué es?
Evaluaba el líquido de la copa en su mano.
—Es un vino hecho de unas bayas especiales del este.
Te gustará—aseguró Alejandro.
Cati, confiando en su palabra, lo probó.
Sintió que el sabor del licor florecía en su lengua, y la textura suave hizo que lo bebiera como agua.
—Es delicioso —murmuró mirando la copa.
—¿Te gustaría otro?
—preguntó Alejandro.
Cati asintió.
Alejandro presionó un botón y la mujer regresó con más copas.
Alejandro le advirtió: —Esta vez, no lo bebas tan rápido.
Las bayas no son exactamente alcohólicas, pero si lo bebes rápidamente, puedes marearte.
Cati asintió apenada y dejó la copa en la pequeña mesita.
—Por cierto, podría ser algo tarde, pero feliz cumpleaños, Catalina —susurró Alejandro.
Cati sintió su aliento al hablar.
—Gracias —respondió devolviéndole la mirada.
Alejandro sonrió.
Su cumpleaños no había sido un total fiasco, pensó Cati.
Las luces disminuyeron lentamente, casi dejando el teatro a oscuras, a excepción de las luces del escenario.
Pronto comenzó la historia y Cati observó con atención a los actores.
Como Alejandro había dicho, la historia y la actuación eran profundas.
Se sentía muy real.
Hubo un momento violento cuando una persona fue asesinada, haciendo que Cati se estremeciera, y algunas escenas emotivas que la hicieron llorar.
Cuando la heroína se reencontró con el héroe, Cati emitió un suspiro de alivio, pero no esperaba el acto siguiente: cuando la pareja concluyó su beso, Cati notó que el hombre desabrochaba el vestido de la mujer y procedió a desvestirla lentamente, quitando pieza por pieza.
Cuando la mujer estaba desnuda, Cati sintió que sus ojos brotaban de su cabeza, pues la escena continuó sin pausas.
Tomó de un trago la copa que tenía en la mano.
El hombre tocaba el cuello de la mujer, recorriendo sus pechos con los dedos y dando un ligero apretón.
Luego, bajando aún más, hizo que la mujer gimiera de placer en sus brazos, y besó todo su cuerpo antes de hacer el amor.
Tanto el actor como la actriz eran extremadamente talentosos.
Por un instante, Cati olvidó a quién tenía al lado y, cuando la escena cambió, sintió que quería desaparecer en la oscuridad.
Cuando la obra terminó, Cati dirigió una mirada sigilosa a Alejandro, que parecía indiferente, pero ella se sentía muy consciente de su presencia.
Sentía muchísima vergüenza, y su cuerpo, así como su rostro, ardían.
No hizo nada, y sabía que no debía sentir vergüenza.
Nadie más parecía incómodo al salir de sus puestos.
La escena no era sucia, pero le incomodaba haberla visto junto al Señor Alejandro.
—Señor Alejandro, un placer verlo aquí esta noche —dijo un hombre que se acercaba con una mujer a su lado.
—Balites —saludó Alejandro.
—¿Quién es la dama?
—preguntó el hombre evaluando a Cati.
—Catalina Welcher —respondió el Señor Alejandro antes de cambiar el tema.
En el viaje de regreso a la mansión, Alejandro parecía estar en un humor diferente al del viaje hacia el teatro, y recorrieron el camino en silencio.
Cati no sabía qué causó el cambio, pero el Señor no parecía feliz.
Muchos hombres y mujeres lo habían saludado, y Cati se preguntaba si alguno hizo un comentario, aunque no había notado nada.
Al llegar a la mansión, subieron las escaleras.
Cati se disponía a agradecerle la velada cuando, para su sorpresa, Alejandro tomó su mano y entró a su habitación.
Una vez adentro, Alejandro la acorraló contra la pared, y Cati saltó al escuchar un fuerte ruido junto a su cabeza.
—Me disculpo por llevarte al teatro esta noche.
No debí hacerlo —escuchó Cati.
—No me molestó—respondió con suavidad.
Aunque era vergonzoso, la obra era buena.
—Pero a mí sí.
Me molesta cuando alguien distinto a mí te ve arreglada tras la obra de teatro.
Siento los celos y la posesividad que me llenan las venas cuando otro hombre te ve como si quisiera desvestirte.
Cómo me encantaría arrancarles los ojos —dijo con una risa cruel —.
No sabía que podía ser tan celoso hasta que te volví a encontrar.
Cati lo miró a los ojos instintivamente.
—Sólo tengo ojos para ti —declaró Cati.
Los ojos de Alejandro se suavizaron.
—Lo sé, tonta —dijo Alejandro posando sus labios en la frente de Cati—.
Eres mía, Cati.
Si hubiera alguien más, no dudaría un segundo en deshacerme de él.