Imperio Valeriano - Capítulo 62
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- Capítulo 62 - 62 Capítulo 62 – Perdiendo el Tiempo Parte 1
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62: Capítulo 62 – Perdiendo el Tiempo (Parte 1) 62: Capítulo 62 – Perdiendo el Tiempo (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio La chimenea ardía a medianoche, mientras el Señor Alejandro leía los documentos que el Concejo le entregó el día anterior, sentado en su silla gris.
Matías era sus oídos en lo concerniente a los reportes de procedimientos que ocurrían en la corte del Concejo.
Alejandro no confiaba en cualquiera, pero confiaba en él, pues le había conseguido el cargo, y el hombre había sido extremadamente fiel.
El hombre era cauteloso en cuanto a Alejandro, pues estaba al tanto de su forma de tratar a aquellos que lo traicionaban.
Muy pocos, como el lento Señor del Sur, que era humano, se atrevían a ponerse del lado malo del Señor de Valeria.
Sus hombres habían reportado la posibilidad de que el Señor Norman se asociara con cierta bruja oscura.
Parecía que tendría que ir a presenciar el procedimiento del Concejo.
Aero maulló.
En el cuarto, iluminado sólo por la chimenea, se veía la sombra del gato, que se acercaba hacia su maestro.
El tamaño de su cuerpo aumentaba hasta convertirse en una pantera negra.
El gato fue a acostarse a los pies de Alejandro, ronroneando suavemente mientras frotaba su cabeza contra la pierna del Señor para intentar obtener su atención.
—Has crecido tanto y sigues siendo tan malcriado —dijo Alejandro dejando de lado los documentos para acariciar al gato con los pies.
El gato emitió un suave suspiro a modo de respuesta.
Aero había sido un regalo de su madre cuando era niño.
Una pantera negra que fingía ser pequeña e inofensiva.
Un gato equivalente a un arma letal para protegerlo cuando fuera necesario.
Algunos que afirmaban ser su familia, aquellos responsables por la muerte de su madre.
Al crecer, asesinó a cada uno, dándoles una muerte agonizante, mucho peor que la que experimentó su madre.
Cerró los ojos recordando el pasado y se permitió sonreír.
No hay nada más satisfactorio que la sangre que queda en tus manos tras una venganza, pensó.
El gato continuaba ronroneando y Alejandro se preguntó si había regresado a la mansión después de cazar su cena en el bosque.
Recordando los hechos del día, se rio suavemente, y el gato volteó a mirar a su maestro, pero pronto volvió a bajar su rostro.
Catalina.
Tan sólo pensar en ella hacía brillar sus ojos.
Sus acompañantes anteriores eran totalmente aburridas, algunas recatadas y otras mojigatas; no le importaba exponer sus fachadas antes de desecharlas como polvo.
Había disfrutado la noche en el teatro junto a ella, evaluando sus reacciones ante la obra, que eran abiertas y puras.
Alejandro disfrutaba leerla como a su libro favorito.
Le alegraba haber encargado el vestido para ella.
Era el mismo hombre que hacía la ropa de Sylvia.
Después de lo sucedido en la casa de los Weaver, Alejandro era reacio a enviar a Cati al pueblo sin compañía.
Él mismo había sugerido el diseño del vestido semanas atrás: deshacerse de esa horrible jaula y, en cambio, agregar capas de fino tejido.
El color y el vestido le quedaban bien.
No fue su intención besarla, pero verla tan feliz con otro hombre en el teatro lo molestó inmensamente.
De no ser por los papeles que quería obtener del Señor Barton, habría rechazado la invitación de su hija y habría llevado a Cati en su lugar.
Pero aquí estaba ella, toda arreglada para acompañar a Felipe Traverse.
A diferencia de su hermana y su padre, sabía que el chico no tenía malas intenciones; sin embargo, era un hombre.
Al final de la noche, era claro que su mariposa había captado la atención de Felipe.
El Señor Alejandro supo del interés que sentía Cati por él desde que asistió a la celebración de invierno.
No era difícil saber cuándo una mujer se sentía atraída a él.
Con el paso del tiempo, Alejandro la tentaba, aun bajo la mirada desaprobatoria de Elliot, que realmente no le importaba.
Hacía lo que quería.
Cati se ruborizaba y abría mucho los ojos, lo que le resultaba entretenido a Alejandro.
Era refrescante.
Ver que se ruborizaba ante las palabras y acciones de otro hombre fue sorprendente, y despertó sus celos, los cuales no sabía que sentía, en especial en cuanto a una mujer, y una humana, en especial.
Su gato la atrajo a su habitación, tal como quería, y los dejó solos.
Quiso besarla sólo una vez, pero no pudo detenerse.
Sus labios eran suaves, cálidos y dulces.
Los dientes de Alejandro la mordieron suavemente para probar su sangre, y ahora lo anhelaba todo el tiempo.
Cuando se alejó, descubrió que este era un lado de ella que no quería que más nadie viera, sólo él.
Había tejido una ingeniosa red en la que la mariposa quedaría atrapada, pero cuando pensó que la tenía, ella habló de otro hombre, ¡y justo después de un beso!
No quiso hacerle daño, pero ella insistía en que, como mucama, debía ir a la habitación del otro hombre.
Había tantos sirvientes que podían encargarse de tan simple tarea.
Se sintió frustrado y, en un impulso, la echó de su habitación.
Complacido con el resultado final, se levantó de la silla para ir a la cama.
Cuando Cati se despertó al día siguiente, dio vueltas en la cama antes de levantarse.
Al girar a ver el reloj, notó que iba tres horas tarde al trabajo.
Apresurada, se dirigió al armario a sacar su ropa.
Al girar para dirigirse al baño, encontró un sobre junto a su cama, dirigido a Catalina.
Se acercó a abrirlo y leyó la carta: —Querida Catalina, Sabiendo que regresamos tarde anoche, informé a Martín que comenzarías la jornada de hoy más tarde de lo habitual.
La carta estaba firmada por Alejandro.
Cati suspiró aliviada.
Al menos no sería reprendida.
Al día siguiente, Cati tuvo que regresar unas cajas al ático, el cual no le gustaba.
Era oscuro e inquietantemente silencioso, lleno de lagartijas e insectos.
Además de las largas y angostas escaleras.
Recordando los eventos de la noche anterior, Cati sonrió.
Mientras organizaba las cajas, caminando de un lado a otro, escuchó a alguien toser y giró buscando al responsable del sonido.
—¿Quién está ahí?
—preguntó en el cuarto vacío.
No hubo respuesta y, respirando profundo, avanzó, pero no había nadie.
Dispuesta a marcharse tras dejar la última caja, escuchó un susurro: —Voltea.
Volteó aterrada y vio que alguien corría entre los grandes estantes, el uniforme de empleada desaparecía en la sombra.
Quien fuera, pareció desaparecer cuando ella llegó.
—Al menos no es un fantasma —suspiró.
—Los vivos son más aterradores que nosotros —escuchó que la voz hablaba de nuevo, como si alguien estuviera de pie junto a ella.
Sintió escalofríos en toda su piel.
Corrió por las escaleras, mirando hacia atrás, pero no había nadie.
—¡Oh!
—gritó al chocar con alguien—.
Lo siento —atinó a decir.
—Justo en mis brazos —escuchó que el Señor Alejandro susurró para ella.
Posó sus manos en la cintura de Cati, brindando apoyo, y Cati retrocedió ruborizada.
—¡Princesa Cati!
—dijo Elliot, que la sujetó y le dio un fuerte abrazo, además de dirigirle una fea mirada al Señor antes de volver a sonreír a la joven —.
Feliz cumpleaños atrasado.
—Gracias, Elliot.
—Cati —escuchó a Sylvia, que llevaba una pequeña caja con un lazo—.
Esto llegó justo a tiempo.
Feliz cumpleaños.
—No era necesario —dijo Cati.
—No tienes que ser modesta.
Todos merecen un regalo.
Si sólo el Señor Alejandro nos hubiera informado a tiempo, habríamos celebrado tu cumpleaños como es debido —dijo mirándolo con las cejas arqueadas.
—Es culpa de Martín —aclaró Alejandro observando al mayordomo —.
¿No es cierto, Martín?
—Fue mi culpa.
Lamento no haber dado la noticia con anticipación —afirmó el hombre con una solemne inclinación.
—Aceptaría cualquier cosa que diga Alejandro —dijo Elliot tomando la muñeca de Cati—.
Sígueme.
Yo también tengo un regalo.