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Imperio Valeriano - Capítulo 63

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63: Capítulo 63 – Perdiendo el Tiempo (Parte 2) 63: Capítulo 63 – Perdiendo el Tiempo (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Cati estaba en la habitación de Elliot, que permanecía frente a ella con el ceño fruncido, y perdido en sus pensamientos.

Había dicho que tenía un regalo para ella, pero no pronunció palabra alguna desde que entraron a su habitación.

—¿Elliot?

—Quiero que olvides lo que sientes por Alejandro —dijo completamente serio.

Elliot, que siempre estaba de buen humor, parecía de mal humor.

—¿Por qué?

—preguntó Cati suavemente.

—No me malinterpretes, pero no creo que deban estar juntos —explicó Elliot.

Cati dirigió su mirada al suelo.

No esperaba que Elliot señalara los hechos de forma tan directa.

Sabía que pertenecían a dos mundos diferentes.

Era algo que siempre estaba en su mente, pero intentaba ignorarlo.

Quería estar con él.

Sintió que una mano la tocaba.

—Esta es la razón —volvió a hablar Elliot con una amable sonrisa—, Alejandro no es un hombre fácil.

Se aburre fácilmente, y antes de que te des cuenta, alguien más es reemplazado.

Y si todo sale bien, es un vampiro y tú eres humana.

Con el paso del tiempo, envejecerás.

Todo se complicará.

Sabiendo esto, ¿estás segura de que quieres seguir delante de esta forma?

—Entonces me quedaré mientras él lo permita —respondió Cati.

Elliot sonrió.

—No quiero que te lastimen, ¿está bien?

—dijo preocupado—.

Personalmente, creo que mereces a alguien mejor.

Sabía que el Señor se preocupaba, pero amar era algo de lo que no estaba seguro.

Tal vez Alejandro cambiaría a tiempo.

Después de todo, Catalina no era como las otras mujeres.

Se dirigió a un armario y sacó un pequeño regalo.

—Dije que tenía algo para ti —añadió con una sonrisa, volviendo a la normalidad.

Cati lo tomó curiosa, y Elliot la alentó.

Al desprender el papel, encontró una jarra de vidrio llena de agua.

Al detallarla, encontró que su interior estaba lleno de pequeñas sirenas, un castillo, y caracoles de mar.

Tenían intricados detalles y era algo que jamás había visto.

En el corcho, decía Elliot.

Cati sintió que sus ojos se humedecían.

Elliot la había hecho para ella.

—Gracias —susurró abrazándolo.

—Supongo que me preocupo por ti.

Es como si le diera mi animal favorito a un carnívoro como sacrificio —dijo con una expresión preocupada.

Al regresar de la habitación de Elliot, Cati guardó los regalos que había recibido y se dirigió al almuerzo.

Una vez sentada junto a Dorothy, sintió que varios, en especial otras mucamas, la miraban y conversaban en voz baja.

Intentó ignorarlo, pero la comida se hizo muy incómoda.

No tenía que suponer de qué hablaban, pues era obvio que tenían muchos chismes.

—Eres muy famosa aquí—dijo Matilda mientras comía.

—Las sirvientas no paran de hablar de tu regreso con el Señor Alejandro a medianoche —murmuró Dorothy—.

Parece que una sirvienta los vio y ya hay muchas versiones del cuento.

Versiones muy extrañas que no quisieras escuchar.

—Pienso lo mismo —dijo Cati intentando ignorar las miradas.

—Una de ellas dice que eres una bruja oscura que encantó al Señor y te harán arder en el centro de la aldea —comentó Cintia.

—No es una bruja oscura.

Todos conocemos que Cati no lastimaría a una mosca —la defendió Dorothy.

—Gracias por señalarlo —dijo Cati en tono burlón.

—Las apariencias engañan.

Es de los que parecen inocentes de quienes debes protegerte —dijo Cintia en voz alta para que todos escucharan.

—Creo que los que…—comenzó Dorothy.

Cati la detuvo, pues Martín había entrado en la habitación.

Aunque el mayordomo era un hombre delgado, con ojos pequeños y muchas arrugas, era aterrador.

Causar problemas innecesarios les llevaría a pasar tres noches en el calabozo, además de quién sabe qué castigos.

Su primo Rafa le había enseñado la defensa básica que necesitaba, pero no deseaba probar sus enseñanzas.

Y no era una mosca, sino un insecto con el que se sentía incómoda.

—Creo que terminé de comer —dijo Cati llevándose su plato al salir del sótano.

Al caminar por los pasillos iluminados, percibía que alguien la seguía, pero no encontraba a nadie al girar.

No era la primera vez que encontraba esto.

Sacudió la cabeza y se dirigió al establo.

Siendo la hora de almuerzo, no había casi nadie, a excepción de los animales.

Suspiró con fuerza y se encaminó hacia el lobo, soltó su cadena sin verificar que la otra atadura estuviera en su lugar, y no lo estaba.

De pronto sintió que el enorme lobo se lanzaba hacia ella, causando que cayera sobre el heno, donde el lobo se encargó de hacerla reír lamiendo su rostro.

—Vaya, eres la única mujer a la que he visto reír con el rostro cubierto de saliva de lobo —dijo un hombre tras ella—.

Permíteme ayudar —dijo separando al animal.

A pesar del tiempo que llevaba en la mansión, no conocía a este hombre, que parecía tener cerca de veinte años, su cabello rubio cubría su frente, y sus ojos tenían un apagado tono gris.

—Gracias.

No te he visto antes.

¿Eres nuevo?

—preguntó Cati, que se lavaba el rostro en los barriles de agua.

—Lo soy.

Tengo tres días aquí—respondió el muchacho rápidamente.

—Ya veo —dijo Cati volviendo al trabajo.

Al limpiar las herramientas, encontró que el hombre la miraba con una sonrisa.

Con expresión sorprendida, le preguntó: —¿Qué sucede?

—Eres una persona dedicada a tu labor.

Es raro ver que una mucama no se salte el trabajo cuando nadie la vigila —comentó al verla limpiar.

—Bueno, tú también estás aquí—señaló Cati—.

Creo que necesitas ayudar.

Si Marvin te ve perdiendo el tiempo, te hará un reporte.

—¿El viejo mayordomo?

No le temo —dijo saltando a sentarse en una plancha.

Con el paso de los días, Cati notó que el hombre la seguía y disfrutaba su tiempo en la mansión, sin hacer más que hablar y dormir.

Algunas veces lo encontraba mirándola fijamente, como una vez en el establo, antes de que pudiera aclararse la garganta y alejarse.

En el establo solía encontrarlo durmiendo tranquilamente, y se preguntaba cómo era que Caviar o Martín no lo habían atrapado.

Era jueves, y Cati fue a visitar el cementerio, como de costumbre.

Pensando que tendría algo de tiempo a solas, se sentó frente a la tumba de sus padres con un suspiro.

—Suspiras con frecuencia —escuchó al hombre, que estaba recostado en un árbol.

Sentía un ligero dolor de cabeza ante la presencia constante del hombre.

—¿Tienes a un ser querido aquí?

—preguntó dejando las flores en la tumba.

—No sé.

Hace mucho tiempo.

Podría —respondió el joven.

—No sé cómo decirlo, pero creo que debes dejar de seguirme —dijo Cati con firmeza.

—Pero eres la única que me habla —replicó el joven con el ceño fruncido.

—Porque no has intentado hablar con alguien más —insistió Cati.

—No puedo —dijo el joven con tristeza, siguiéndola hacia la vieja tumba de la piedra rota.

—Sé que eres nuevo en la mansión, pero creo que hablar con los otros sería mejor que sólo hablar conmigo.

Hay personas amables —dijo Cati—.

Y realmente debes dejar de seguirme.

—¡Si no quieres que te siga, deja de poner flores en mi tumba!

—exclamó el joven exasperado.

—¿Tu tumba?

—preguntó Cati sorprendida ante el repentino estallido.

—Sí, mía —dijo el hombre tocando la piedra con el ceño fruncido.

Luego sonrió, exponiendo sus dientes perfectos y sus colmillos afilados, y dijo: —Supongo que olvidé decir mi nombre.

Antes de que pudiera continuar, Cati sintió que se le iba la sangre del rostro al mirar la tumba.

—Malfo Crook —dijeron al mismo tiempo.

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