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Imperio Valeriano - Capítulo 64

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64: Capítulo 64 – La Amenaza (Parte 1) 64: Capítulo 64 – La Amenaza (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio Lo miró sorprendida.

Ahí estaba de pie, con una sonrisa en el rostro.

—¡Eres un fantasma!

—Lo soy —confirmó Malfo sentado en su lápida.

¿Cómo era posible?

Cati nunca había escuchado que los fantasmas realmente existieran; no eran más que un mito, o eso había creído al crecer.

Pero ahí estaba, frente a ella, un hombre que afirmaba que aquella tumba le pertenecía.

Tal vez el hombre bromeaba, pensó.

Al notar la mirada sospechosa de la joven, el hombre dijo: —No me crees.

Cati negó con la cabeza a modo de respuesta.

—Eres una persona de carne y hueso, a quien veo claramente —señaló—.

Los fantasmas son flotantes.

—¿Así?

—preguntó entretenido.

Se elevó de la tumba y flotó suavemente en el aire.

Cati se levantó rápidamente y retrocedió, alejándose del muerto, incapaz de creerle.

El hombre se reía.

Sintió pánico y se alejó a toda velocidad, dejando las flores en el suelo.

Corrió tan rápido como pudo.

Al recorrer una buena distancia, volteó y no encontró a nadie tras ella.

Ahora que lo pensaba, él nunca le dijo su nombre cuando se conocieron.

¡Con razón Martín no lo había descubierto!

¡Era un fantasma!

Al girar de nuevo, gritó con fuerza, pues el tal Malfo estaba junto a ella.

—No habíamos terminado de hablar —dijo con el ceño fruncido.

—Dios mío, perdona mis errores y pecados, pero, por favor, aleja el mal.

—Jajaja —se burló el hombre ante las súplicas de Cati—.

Eres una chica graciosa.

—No soy una chica —afirmó Cati con una expresión seria, antes de que el miedo volviera a cubrir su rostro—.

¿Qué quieres?

Lamento molestar tu descanso en la tumba.

El hombre ladeó suavemente la cabeza.

—No te preocupes.

No te haré daño.

No tengo tal poder.

Sólo quería agradecerte, Catalina —dijo el hombre.

Cati se sintió confundida.

—Me conmueve tu amabilidad.

Han pasado décadas, y muchas personas han caminado por aquí, pero nadie se detuvo ante esa tumba.

Ningún familiar, amigo, nadie más que tú.

Trajiste flores que me dan alergia, pero también quitaste el sucio.

Te lo agradezco.

Tienes mi infinita gratitud.

—¿A la orden?

—sugirió Cati sin saber qué decir.

—Regresemos a la mansión —ofreció Malfo caminando—.

Vamos, se hará oscuro.

A menos que quieras que vengan más fantasmas.

Al escuchar lo último, Cati comenzó a caminar, asegurándose de mantener una distancia prudencial.

No podía creer que un fantasma caminaba junto a ella.

Manos en los bolsillos, y murmuraba una canción.

Al recordar lo ocurrido en el ático, Cati preguntó: —¿Fuiste quien me habló en el ático?

—Sí.

Lamentablemente, ese día no tenía forma, por lo que sólo podía hablar.

Pero ahora estoy bien —explicó jugando con sus dedos —.

A los humanos les encanta jugar escondite —murmuró—.

Hay una mucama que parece sentir gran interés por ti.

Siempre te sigue, y también estaba en el ático —agregó tras una pausa.

Cati, sintiendo gran curiosidad, indagó: —¿Qué mucama?

—No lo sé.

No me preocupé por identificarla.

Incluso si lo hubiera hecho, ya se me habría olvidado.

Nunca he sido bueno recordando ciertas cosas, ya ves.

No te preocupes, no te seguiré mañana —dijo.

Cati había suspirado de alivio cuando el fantasma agregó: —Pero por ahora, eres mi única compañía.

Cati miró al hombre frente a ella, que caminaba como cualquier otro.

Le resultaba tan extraño.

A diferencia de los cuentos que había escuchado en su aldea, este hombre no parecía tener malas intenciones.

Tal vez los fantasmas también se separaban en buenos y malos.

En el trayecto, Cati comenzó a cuestionar la posibilidad de que Malfo pudiera ver a otros fantasmas.

Si podía, tal vez podrían intentar contactar a su familia.

Cati los extrañaba mucho.

¿Los muertos podían contactar a otros muertos?

—Oye…¿Malfo?

—preguntó Cati—.

¿Cómo es la vida después de la muerte?

—No lo sé—contestó Malfo, que avanzaba mirando las aves que volaban en el vasto cielo —.

Debe ser como un sueño placentero.

No supe que había muerto hasta que me despertaste.

Así que la muerte era como un sueño eterno.

—¿Puedes hablar con otras personas fallecidas?

—preguntó Cati llena de esperanza.

—Si pudiera, no estaría aquí, señorita.

Haces demasiadas preguntas —murmuró en un tono suficientemente alto para que Cati escuchara.

—Lo siento —respondió Cati.

Malfo, que se había detenido para que Cati lo alcanzara, añadió sonriente: —Estaba bromeando.

No me molestan tus preguntas.

Me alegra que ya no corras como loca.

—Si no te molesta la pregunta, ¿cómo moriste?

—Había una ve un hombre que fue a caminar en el bosque a la mitad de la noche, y fue asesinado por dos semi vampiros.

Fin —dijo—.

El hombre era yo, pero eso lo entendiste, ¿cierto?

Cati no supo qué responder cuando llegaron a la mansión.

—Eres ingenua —añadió el fantasma.

¡¿Era una broma?!

Había escuchado que el alma de los difuntos algunas veces se queda en el reino de los vivos debido a algún deseo insatisfecho.

¿Era por esto que él estaba aquí?

Lamentaba despertarlo de su profundo sueño en la tumba.

De no ser por ella, tal vez él no estaría de vuelta.

Era su culpa haberlo despertado de entre los muertos, y ser amable era su única alternativa.

De ahora en adelante, evitaría las tumbas que no pertenecieran a su familia, pues temía que otros fantasmas la siguieran.

Habían pasado algunos días, las hojas se marchitaban y caían al suelo para que nuevas hojas verdes tomaran sus lugares.

Malfo iba y venía a su antojo.

Algunos días se acercaba a hablar, mientras que otros, Cati lo encontraba sentado en un árbol.

Como había prometido, ya no la seguía como antes.

Algunas mucamas se habían tornado hostiles hacia Cati, y la evitaban o ignoraban cuando estaba presente.

Los rumores no cesaban.

Era como si se alimentaran de los rumores, como si fuera su único propósito.

Intentaba ignorarlas, pero había momentos en los que ciertas palabras lograban provocar una reacción.

Palabras crueles y que, sin duda, no merecía.

Por supuesto, nadie se las decía directamente.

Las cosas con el Señor Alejandro no habían cambiado mucho.

El Señor se ocupaba de los asuntos con otros imperios y con el concejo, debido a un problema que surgió en el Imperio Norte.

Cuando el tiempo se lo permitía, salían a dar un paseo.

Cati sentía que el Señor le permitía entrar a su mundo, lo que la hacía feliz.

Para Cati, caminar con Alejandro era una dicha.

No la había tocado desde aquella noche del teatro, pero Cati recordaba sus palabras, “Eres mía,” y su corazón brincaba de alegría.

Tendiendo la cama, sintió que sus mejillas ardían.

Había confesado sus sentimientos, y no sabía si debía agradecer o culpar a aquel vino de bayas especiales del teatro.

Aunque Alejandro no le había confesado sus sentimientos, Cati estaba conforme con la situación.

Como le dijo a Elliot, se quedaría mientras el Señor se lo permitiera.

No quería ser codiciosa, pero algunas veces sentía que su corazón se hacía un nudo cuando pensaba en Alejandro con otra mujer.

Catalina había leído en libros que los Señores vampiros no se comprometían personas, pues esto no causaba más que problemas.

En la historia, muchos hombres y mujeres tenían múltiples compañeros, y no se limitaban a uno solo.

Aunque no era tema de conversación, ocurría tras bastidores.

En el mundo de los vampiros, comprometerse con una persona significaba mucho más que en las relaciones humanas.

La desventaja era que no podían vivir uno sin el otro, y esa debilidad era aprovechada por otros.

Sin embargo, era un lazo eterno, indestructible.

Un amor digno de envidia.

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