Imperio Valeriano - Capítulo 67
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
67: Capítulo 67 – Confesión (Parte 2) 67: Capítulo 67 – Confesión (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Junto a la ventana de su estudio, Alejandro inhalaba con suavidad del cigarro en sus labios, antes de exhalar lentamente para que el humo se disolviera en el aire.
Miraba al papel en su escritorio.
No le tomó demasiado esfuerzo ensamblar las piezas rotas.
El contenido le causaba risa.
Ya tenía ciertas dudas acerca de quién podría haber hecho algo semejante, llegar a ese extremo para alejarla de él, amenazándola y causándole dolor.
Hacía mucho tiempo que sus manos no se manchaban de sangre.
Este era un momento oportuno, consideró, pues sus instintos asesinos salían a la superficie.
Al escuchar que llamaban a la puerta, ordenó: —Adelante, Martín.
El hombre abrió la puerta e hizo una reverencia.
—¿Podrías descubrir a quién pertenece esta caligrafía?
—dijo, mirando el papel.
—Sí, Señor —respondió el mayordomo.
—Y trae a Caviar —ordenó antes de que Martín se marchara.
Alejandro conocía a la mayoría de los hombres que trabajaban para él.
Incluso si no se relacionaba con ellos, se aseguraba de conocer sus pasados, pues nunca se sabía para qué podía ser útil.
Así funcionaba casi toda la sociedad de vampiros.
Después de todo, la mayoría de las criaturas de la oscuridad eran maestros de la manipulación, y Alejandro era alguien con más poder que muchos.
En un mundo de dominación y poder, los humanos y los vampiros luchaban por la cima.
Planeaba cortar todos los recursos destinados al Señor Norman, uno por uno, antes de intentar algo.
La división de los imperios significaría la separación de las tierras para ambas especies.
Por supuesto, no afectaría a los sirvientes, pero habría un impacto en el mundo que habitaban, en especial en la alta sociedad.
—Señor Alejandro, ¿preguntó por mí?
—dijo Caviar fuera de la habitación.
—Sí—respondió Alejandro inhalando del cigarro por última vez—.
Si quisiera contratar a alguien para asustar a una persona, ¿podrías conseguirlo?
—Supongo que sí, Señor —respondió Caviar con precaución.
No sabía por qué el Señor preguntaba algo semejante, en especial cuando ya conocía la respuesta.
Intentó recordar qué había hecho recientemente.
—Necesito que encuentres a alguien que ya esté en el negocio —dijo Alejandro sacando un sobre del escritorio—.
Esta será su recompensa.
No menciones mi nombre.
Te hablaré de la tarea cuando lo consigas.
Puedes irte.
—Ya mismo me pongo en esto —respondió Caviar antes de partir.
Si tenía dos trampas, alguna debía funcionar, pensó Alejandro.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Elliot miraba el comedor.
Alejandro había dejado la mansión, dejando a Sylvia y a Elliot comiendo solos.
Al mirar el área de nuevo, escuchó a Sylvia, que decía: —Si buscas a Cati, duerme en su habitación.
—¿Se enfermó?
—preguntó Elliot preocupado.
—No, pero Alejandro le dio el día libre porque quiere que descanse.
—Debe haber sucedido algo —murmuró mientras se ponían de pie—.
Ya debe estar despierta —dijo mirando al reloj.
Era casi mediodía.
—No exageres —advirtió Sylvia mientras se dirigían a la habitación de Cati.
No entendió en ese momento por qué Sylvia le había hecho la advertencia.
Cuando golpearon a su puerta y entraron, descubrieron que Cati aún dormía.
El gato de Alejandro, Aero, estaba al pie de la cama.
Elliot se preguntaba si Cati había trabajado en exceso, sabiendo cómo se dedicaba al comenzar una tarea.
Tenía que decirle que se relajara.
Al acercarse para medir su temperatura, quedó asombrado.
Abrió la boca, pero Sylvia lo detuvo antes de que pudiera despertar a la chica.
Lo cierto era que Cati casi no había podido dormir la noche anterior debido a la confesión de Alejandro.
Y ahora necesitaba el descanso.
—¿Y esa marca?
¿Quién se la hizo?
—preguntó Elliot al salir de la habitación.
Sylvia le explicó lo ocurrido en el mercado.
Elliot parecía furioso.
Conociendo a Alejandro, sabía que ya estaría haciendo algo al respecto.
Ahora que el Señor había comenzado a mostrar interés en la joven, se vería sometida a muchas cosas.
Al asociarse con el Señor, había entrado a un mundo oscuro y no había vuelta atrás.
Había hombres y mujeres dispuestos a usarla para afectar al Señor.
Sólo podía esperar que la chica tuviera suficiente coraje para enfrentar los obstáculos y superarlos sin dañar su inocente alma.
Cerca del mediodía, Cati se despertó al escuchar a alguien que tarareaba en su habitación.
Abrió los ojos y se desperezó.
—Se ve mal.
¿Qué te ocurrió?
—preguntó Malfo, que estaba sentado en la ventana, con una pierna hacia afuera.
—Parece que algunas personas no son buenas —contestó Cati antes de percibir el olor de la comida.
—Te advertí que los vivos asustan más que nosotros —dijo Malfo antes de saltar de la ventana.
Encontró un carrito de comida a su derecha con contenedores del almuerzo.
No había comido la noche anterior y estaba hambrienta.
No había platos, así que comió directamente en el contenedor.
—Eso es de muy mala educación —comentó Malfo.
Cati murmuró algo incomprensible entre bocados.
—Lo siento, pero no entiendo el idioma —dijo Malfo con total seriedad.
Cati hizo un gesto y, al terminar de tragar, repitió: —No hay mala educación cuando se trata de comida.
—Mentira —descartó Malfo—.
Pero eres algo raro, de todas formas.
Cati no salió de la habitación a mediodía.
Habló con Malfo acerca de su viaje, pues tenía tiempo sin verlo.
Dorothy y Corey vinieron más tarde, y Malfo se involucró en la conversación, aunque ellos no lo notaron.
Dorothy le contó algunas de las ocurrencias recientes.
En la noche, Alejandro llamó a Cati al estudio, y Malfo la siguió.
Cuando entraron en la oficina, Alejandro escribía en un pergamino, por lo que Cati se sentó a esperar que terminara.
—¿Te sientes mejor?
—preguntó Alejandro.
—Me siento mucho mejor.
Dormí mucho —respondió Cati satisfecha.
—Desde luego —confirmó Malfo.
No quería que el fantasma la siguiera, especialmente cuando hablaba con Alejandro.
Malfo había prometido partir si las cosas se tornaban incómodas.
Alejandro dobló el papel y lo dejó antes de dirigir su mirada a Cati.
—Cati, ¿alguien en la mansión te ha molestado?
¿Cualquiera?
—preguntó.
Cati intentó recordar, pero negó con la cabeza, pues no había ocurrido nada.
—¿Y la chica del ático?
—dijo Malfo—.
Debí haber detallado su rostro.
Alejandro murmuró a modo de respuesta, y luego agregó: —Esto llegó para ti.
Le entregó una carta firmada por Anabella.
—¿Por qué no regresas a tu habitación?
Le diré a Martín que lleve tu cena —le indicó.
—Gracias —dijo Cati saliendo del estudio.
—Le pedí a Cati que se vaya.
No recuerdo pedírtelo a ti —agregó Alejandro.
Cati volteó y encontró a Alejandro mirando al fantasma junto a ella.
Pero Malfo y Cati parecían sorprendidos.
¡Alejandro podía ver fantasmas!