Imperio Valeriano - Capítulo 68
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68: Capítulo 68 – Mentiras (Parte 1) 68: Capítulo 68 – Mentiras (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio —¿Usted también lo ve?
—susurró Cati.
—Por supuesto.
No soy ciego.
Parece una plaga que te persigue —dijo el Señor Valeriano mirando fijamente al hombre junto a Cati—.
¿Quién eres?
—Disculpe mis modales, Señor —respondió Malfo inclinando la cabeza—.
Soy Malfo Crook.
Soy de una pequeña villa que solía ubicarse cerca de los Imperios del Oeste y el Sur.
—¿Solía?
—preguntó Alejandro.
—Sí.
Desafortunadamente, no logro encontrarla.
Parece desierta, sin más que árboles pasto.
O quizá olvidé la dirección —explicó el hombre con expresión preocupada.
Si Alejandro no se equivocaba, el hombre pertenecía a la villa donde Cati vivía con sus padres antes de la masacre.
Tras ese incidente, Alejandro ordenó enterrarlos a todos en un lugar.
—¿Esa es la villa que…—comenzó Cati, pero fue incapaz de completar la pregunta.
—¿Qué?
—preguntó Malfo.
—¿Sabes cómo moriste?
—insistió Alejandro.
Malfo permaneció en silencio un momento, repasando sus recuerdos.
Cuando se despertó de su largo sueño en la tumba, no había recordado mucho además de su nombre, pero esto fue gracias a la lápida.
No tenía sus recuerdos: eran confusos en su mayoría, pero con el pasar de los días recuperó algunos fragmentos.
—Caminaba en el bosque una noche cuando un montón de semi vampiros me atacaron.
Intenté defenderme, pero eran demasiados, y uno golpeó mi estómago.
Intenté escapar y regresar a la villa, pero había más semi vampiros.
Pero eso no fue lo sorprendente —dijo con el ceño fruncido —.
Había alguien en la esquina… una mujer miraba con detenimiento a los hombres y mujeres que eran exterminados.
No sé qué sucedió después de eso.
—¿Me podrías decir por qué has estado siguiendo a Catalina, cuando bien podrías seguir tu camino?
—preguntó Alejandro con calma.
Pero fue Cati quien intervino: —Disculpe, Señor.
Es mi culpa que Malfo haya despertado de su tumba.
Si no hubiera hecho ruido mientras la limpiaba, él seguiría adentro.
No había querido despertar el alma de un difunto, ¡ni siquiera sabía que los fantasmas eran reales!
Miró a Alejandro, que parecía sumido en sus pensamientos, pero habló repentinamente: —Cati, ¿podrías buscar la llave de la segunda gaveta junto a mi cama?
Asintiendo, Cati dejó el estudio.
—No he recibido una respuesta a mi pregunta —insistió Alejandro.
—Ella fue quien me despertó, así que sólo ella puede verme y escucharme.
No tengo con quién hablar incluso cuando estoy rodeado de personas.
No tengo interés en ella, y no quiero hacerle daño —prometió el hombre.
—Si lo que deseas es compañía, cumpliré tu deseo —dijo el Señor Valeriano—.
Pero nada es gratis.
—¿Cómo?
—Tengo mis métodos —respondió Alejandro fríamente.
Por supuesto, Malfo pensó.
El hombre frente a él no era una persona ordinaria.
Era un Señor vampiro, y parecía ser más de lo que mostraba.
Con los pocos días que llevaba en la mansión, había entendido por qué Cati se enamoró de él.
Pero la propuesta que hacía le resultaba tentadora: ser visto y escuchado de nuevo sería un sueño cumplido.
Ser parte del mundo de los vivos, y no del de los muertos, al que pertenecía ahora.
—¿Cuál es la oferta?
—preguntó con precaución.
—Podrás hablar con los vivos, pero no tocarlos, y tampoco desaparecer, como haces ahora.
Este hombre le resultaba aterrador; él era el fantasma, y no se había fijado en sus alrededores, pero Alejandro sabía qué había estado haciendo.
—A cambio, trabajarás para mí.
Y otra cosa: no quiero que estés con Catalina todo el día, a menos que vaya sola a la aldea, o yo te lo pida.
—No lo haré, Señor.
Y tampoco seré entrometido —dijo con una reverencia.
—Bien.
Si desobedeces alguna regla, me aseguraré de que regreses a la tumba.
¿Está claro?
—preguntó el Señor Valeriano.
Al mismo tiempo, Cati tocó la puerta.
—Como el cristal —respondió Malfo, y desapareció.
—No encontré la llave en la segunda gaveta —dijo Cati notando que Malfo se había ido.
—Debo haberme equivocado.
¿Cómo te sientes?
—preguntó Alejandro.
Se levantó de su silla y se acercó a ella.
Cati sintió los dedos del Señor, que recorrían suavemente su mejilla, y sonrió al encontrar su mirada.
—Mucho mejor —respondió—.
Gracias por darme el día libre.
Se inclinó hacia adelante, pues pensó que Alejandro la besaría, pero, en cambio, el Señor habló: —¿Qué te parecería cenar conmigo?
Tomó la mano de Cati y salieron del estudio.
¿Lo imaginaba?
¿O el Señor acababa de rechazar su beso?
Disimulando su expresión de desilusión, respondió: —No sé si sería una buena idea.
Que una mucama cenara con el Señor en el comedor sólo aumentaría los rumores.
—No te preocupes.
Comeremos en el balcón de mi habitación —añadió Alejandro, que parecía leer su mente.
Llamó al mayordomo, que estaba al fondo de las escaleras, y ordenó que subieran la cena a la habitación.
Cuando llegó la comida, a Cati se le hizo agua la boca.
Todo este tiempo, sólo había ayudado a cocinar y servir.
Catalina y Alejandro se sentaron frente a frente en la pequeña mesa del balcón.
Fue Margarita quien sirvió la comida y, al ver a Cati, le dirigió una sonrisa.
Cuando la mujer los dejó solos, Cati miró la elegante copa que parecía tener la misma bebida que había probado en el teatro.
—Le pedí a Martín que buscara el vino que pareció gustarte la vez anterior —dijo Alejandro, causando una mirada de sospecha en Cati—.
¿Qué sucede?
—Siempre parece saber lo que pienso.
¿Puede leer mentes?
—preguntó Cati incómoda.
Alejandro se rio.
—No, querida, no puedo.
Es percepción, estar consciente de lo que te rodea, y de las personas —respondió entretenido—.
¿Por qué te preocupa que pueda leer tu mente?
—¡No, no!
—respondió Cati.
Tomó la copa de vino y la bebió con rapidez antes de comenzar con su ensalada.
—Me pregunto por qué no me hablaste del fantasma que te seguía —escuchó que Alejandro preguntaba.
El Señor cortó la carne de la bandeja y le sirvió una porción.
—No se me ocurrió—murmuró, lo que era cierto—.
¿Por qué no me dijo que podía verlo?
—Me parecía gracioso, y eventualmente lo hice —respondió Alejandro llenando la copa de Cati.
—¿Puedo hacerle una pregunta?
—Más de una —respondió Alejandro de forma encantadora.
—¿Cómo es que pudo verlo?
Siempre vi que caminaba entre las personas y nadie lo notó.
—Yo también me pregunto eso.
Es la primera vez que me cruzo con un fantasma, y fue gracias a ti.
No quiero que limpies tumbas.
Si te sientes aburrida, puedo pedirle a Martín que te asigne más trabajo.
Cati se sorprendió.
—No lo haré—dijo rápidamente.
Lo último que quería era otro fantasma.
El Señor Valeriano la miró satisfecho y regresó a su cena bajo la luz de la luna.
Era el Señor, pero era él quien le llenaba la copa y le servía la cena.
Era demasiado amable, pensó Cati.
Le había dicho que no tocaría a otra mujer mientras ella estuviera presente, pero no quería que él reprimiera su sed de sangre.
Había leído que los vampiros disfrutan más la sangre fresca que la almacenada.
Su tía solía decirle que le faltaba sangre en el cuerpo, pues sus manos y uñas eran pálidas.
No le importaba que Alejandro la tomara, pero le daba vergüenza decirlo.
—Por cierto, recibí noticias acerca de la ubicación de tu primo —dijo Alejandro—.
¿Alto, de cabello castaño?
Cati asintió con urgencia.
—¿Dónde está?
¿Está bien?
¿Puedo verlo?
—insistió ansiosa.
—Está bien.
Oliver lo encontró en el Imperio del Sur y lo traerá en unos días —explicó Alejandro.
La felicidad inundó a Cati al escuchar esto.
—Yo… Gracias —dijo Cati con los ojos llenos de lágrimas.
Le aliviaba escuchar estas noticias.
Su único pariente estaba vivo.
No podía esperar a verlo.
Cati había considerado visitar a su amiga Anabella, pero ahora que Alejandro le había contado de su primo, tendría que posponer el viaje.
A Alejandro le alegraba haber tomado la decisión de enviar a la niña con sus familiares.
Hablaba de ellos con cariño.
Mantenerla en la mansión, siendo tan joven, la habría convertido en una persona diferente.
Ahora era perfecta.
La mujer frente a él le resultaba intrigante.
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