Imperio Valeriano - Capítulo 71
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71: Capítulo 71.
Ansioso – Parte 2 71: Capítulo 71.
Ansioso – Parte 2 Editor: Nyoi-Bo Studio Al salir de la celda, el Señor comenzó a caminar hacia afuera, no sin antes detenerse a medio camino.
―Malfo ―llamó Alejandro.
―Diga, mi señor ―contestó inmediatamente el fantasma,y lo siguió.
―Quédate aquí por la noche ―ordenó, y el fantasma mostró una expresión de perplejidad.
Incluso si era un fantasma, a él no le gustaba la idea de quedarse en un espeluznante calabozo donde hombres y mujeres habían muerto―.
Si algo ocurre, ve con el mayordomo.
―Pero el no puede verme ―replicó Malfo, y el Señor sonrió.
―Mientras estés aquí ayuda a los guardias a enterrar los cuerpos en el bosque ―dijo, y el Señor se fue sin decir otra palabra.
Después de estar muerto por tanto tiempo, el proceso cognitivo de Malfo se había ralentizado y le tomó un tiempo darse cuentade que el Señor le dijo que ayudara en el entierro, ¡porque los guardias podían verle ahora!
Dentro de la mansión, Cati caminaba nerviosa de un lado a otro.
Cuando el Señor dejó su habitación, ella estaba a en shock por las cosas que ocurrieron en la ciudad y con las palabras que él le había dicho.
Cuando volvió a su habitación tras recuperarse del shock, ella tomo un baño para quitarse la fatiga de su mente.
Se sumergió dentro de la tina hasta que se dio cuenta que necesitaba respirar.
El Señor Alejandro estaba muy molesto con ella, después de todo, él le había advertido que no fuera sola a la ciudad.
Sin pensarlo, él había matado al hombre llamado Javier.
Sin remordimiento.
Este era el mundo en el que ella vivía ahora, la gente moría día y noche.
Mujeres y jovencitas eran violada y enviadas al burdel.
Un huérfano vivía en la calle sin comida.
Ella había sido protegida por sus parientes e incluso por el Señor Alejandro junto con Elliot y los otros, permitiendo que ella viviera un sueño donde la vida era pacífica y sin odio.
Pero la realidad estaba lejos de eso.
Ella fue necia al pensar que Cintia podía ser una buena persona.
Ella pensaba que la mujer había cambiado por la forma en que hablaba, pero no lo hizo.
Ella había traicionado su confianza.
La verdad era que Cati estaba celosa, celosa de las mujeres que habían compartido la cama de él y por lo tanto había decidido saber menos cosas si eso llegaba a ocurrir.
Aunque ella nunca había deseado que las cosas terminaran a sí.
Si no fuera por el Señor Alejandro, ella ya habría sido violada y no sabía a qué otra cosa más habría sido sometida si él no hubiese llegado.
La idea la hizo temblar de repulsión.
Entonces, ella colocó su cabeza a reposar en el borde de la tina, las palabras del Señor Alejandro aún resonando en su mente.
“Te poseeré esta noche.
Prepárate.” ¿Prepárate?
Su mente aún estaba digiriendo esas palabras y ella sintió su corazón palpitar intensamente.
¿Lo dijo en serio o fue espontaneo?
Poseerla…¿No quería decir eso que la llevaría a la cama?
Ella salpicó agua en su cara y sacudió la cabeza.
Ella pensó en correr hacia las habitaciones de las otras sirvientas para salvarse, pero dudaba que fuera buena idea.
Martín, el mayordomo, seguramente iría hasta allí a decirle que volviera a su habitación como si fuera una niña que mandan a dormir.
También estaba Cintia.
Ella no sabía si la mujer estaría allí o no.
Alejandro había mencionado que se encargaría de alguien y ella se preguntaba si era de Cintia de quién hablaba.
Porque si era así, ella dudaba que la mujer pudiera volver al trabajo.
Con la escena que había hecho, ella habría sido desterrada del Imperio.
Cati se había saltado la cena y en su lugar optó por una manzana debido al los nervios que se acumulaban con cada minuto que pasaba.
Había pasado cuatro horas desde que el Señor Alejandro había dejado su habitación.
¿Era tiempo suficiente para que alguien se calmara?
Se preguntó Cati.
No es que ella no quisiera al Señor.
En su corazón, ella estaba emocionada al escuchar que él se enojo y se puso celoso por ella.
Pero ella temía por su propia ineptitud einexperiencia que fue lo que la metió en este desastre en primer lugar.
Mientras ella se peinaba el cabello con el peine de dientes anchos, ella escucho tocar la puerta.
―¿Quién es?
―preguntó, y escuchó al mayordomo hablar.
―El Señor Alejandro solicita tu presencia en su habitación.
―Ah.
Esta bien.
Allí estaré―respondió, sintiendo las palmas de sus manos sudar y escuchó a Martín alejarse cuando las pisadas se volvieron distantes.
Cuando Cati entró en la habitación de Alejandro, ella ya había esperado de pie frente a la puerta unos segundos antes de tocar.
Al escuchar esto, Alejandro le pidió que pasara.
Ella abrió la puerta y sintió como como todos los pensamientos en su cabeza antes de entrar en la habitación volar por la ventana por lo que vio.
El Señor estaba de pie junta a la enorme ventana, escribiendo algo bajo la luz de la luna.
Él vestía pantalones oscuros y una camisa negra y holgada, con la mitad de los botones sueltos de la parte de arriba, dejando al descubierto su tonificado pecho a la vista.
Ella podía oler el jabón perfumado en el aire.
Él acaba de tomar un baño nocturno.
Su cabello despeinado, con las puntas de su pelo casi secas.
La sola vista de él hacía que su corazón se acelerara y Alejandro miró por sobre los papeles para verla.
Él le ofreció una sonrisa y ella sintió el nerviosismo previo desparecer en ella.
―¿Te gustaría probar un poco de vino?
―ella le escuchó preguntar, y vio como abría una botella que parecía tener agua dentro―.
Lo recibí como regalo de parte de uno de los miembros del Concejo ―dijo.
―Estoy bien ―contestó un poco suspicaz.
El Señor Alejandro se comportaba como él mismo, ofreciéndole vino y sonriéndole a ella.
Quizás ya no estaba enojado después de todo y las palabras que había dicho, las dijo sin pensar.
Ella se había preocupado sin motivo.
Ella le vio tomar pequeños sorbos de la copa y luego la colocó sobre la mesa.
Entonces,él camino con lentitud hacia donde estaba ella.
Sin decir nada,él inclinó la cabeza despacio y ella levantó la suya y sus labios se tocaron con un beso.
Cuando sus bocas se separaron, ella sintió un amargo y dulce líquido recorrer sus labios.
Sus cejas se estremecieron con el sabor del vino y cuando se separaron ella vio que él tenía una mirada satisfecha.
―Es amargo ―se quejó.
―Yo también lo creo.
Este hecho de peras y ácido tartárico ―dijo, antes de volver a tomar el resto de su copa.
Creyendo que esa fue la razón por la queél la llamó a su habitación, ella dio media vuelta para salir.
Pero de pronto, ella sintió como su mano fría la agarraba por la muñeca y la acercaba hacia a él.
―¿Y a dónde piensas ir?
―preguntó mirándola directo a sus ojos.
―Yo…―Ella estaba demasiado perdida en sus ojos como para recordar que acaba de preguntarle.
Él tenía bellos y cautivadores ojos que eran difíciles de ignorar.
―¿Olvidas lo que te prometí hace solo unas horas?
―preguntó, y ella observó como su expresión seria volvía a sus hermosos rasgos―.
No te asustes―dijo suavemente.
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