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Imperio Valeriano - Capítulo 73

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73: Capítulo 73.

Marionetas del Imperio – Parte 1 73: Capítulo 73.

Marionetas del Imperio – Parte 1 Editor: Nyoi-Bo Studio En la mañana, Alejandro despertó para ver a Cati profundamente dormida, su cara mirando hacia su lado mientras inhalaba y exhalaba con suavidad.

La frazada que ambos compartían cubría la parte frontal de su cuerpo y parte de su trasero, dejando al descubierto su espalda con su brazo y hombro.

Anoche él la había llevado a la cama.

Robo su inocencia y él estaba contento de ser él quien lo hizo.

El Señor se había molestado cuando encontró a otro hombre sobre ella, forzándola.

A él no le importó su imagen pública cuando le arrancó el corazón al hombre.

Cati era ingenua y ella creía que la gente tenía buen corazón, pero ella tenía que entender que no vivía en un mundo tan puro como ella.

Y lo que hizo ayer fue una estupidez.

La ingenuidad tenía su límite, al igual que la paciencia de él.

Él había dado su palabra de no tocar otra mujer, pero no era un santo.

Un hombre tiene sus propias necesidades y, por sobretodo, él era un vampiro.

La necesidad de tocarla había crecido y, sabiendo que la chica a un le faltaba florecer en una bella rosa, él quería que se mantuviera pura.

Pero la paciencia de Alejandro, que ya era poca, se acabó cuando vio lo que paso en el callejón ayer.

Él había arrancado la rosa para él solo, jurando que floreciera bajo su cuidado.

Aunque él se había dicho que la dejaría experimentar a ella cuanto quisiera, él había tomado un paso lento conteniendo sus necesidades básicas de poseerla allí y en ese momento.

Ella había suspirado y gemido a sus caricias.

Y nunca su nombre había sonado tan bien en los labios de una mujer como cuando ella gritaba su nombre mientras él embestía dentro de ella.

Ella era absolutamente hermosa y él la había saboreado como nunca antes.

Como era su primera vez, él la había moldeado a su gusto en la cama.

Ella no necesitaría experimentar de otros, después de todo, él sería el único capaz de tocarla.

Las mujeres que había llevado a su cama eran demasiado flacas o huesudas, queriendo complacerlo pero Cati era demasiado tímida.

Sus ojos buscaban los de él para saber que hacer después, y por alguna razón, eso animaba su corazón.

Él levantó su mano y tocó su labio inferior, que estaba sanandolas pequeñas manchas rojas causadas cuando él la penetró en un comienzo.

Ella había mordido su labio, incapaz de soportar la nueva intrusión y tratando de ajustarse a ella.

En su lugar, él le pidió que sostuviera su espalda y marcara el dolor que ella sentía.

En el ardor de su pasión, él ya la había tomado dos veces antes de eyacular dentro de ella, los ojos de ella se nublaron, yendo a la deriva hacia otros dominios.

Él sintió como ella se acercaba y la tomó por la cintura con suavidad.

El Señor Alejandro no era del tipo que dejara a una mujer dormir en su cama.

Las mujeres con las que había estado se les pedía o que dejaran su habitación o eran asesinadas en el proceso, mientras él bebía su sangre hasta la última gota.

Él movió su mano detrás de la espalda de Cati y con su dedo recorrió su espina dorsal haciendo que se estremeciera.

Cuando notó el cambio en su respiración él dijo, ―Buenos días ―dijo, y se apartó para ver el rojo de sus mejillas que comenzaba desde su cuello.

―Buenos días ―respondió suavemente, mientras tiraba de las sábanas blancas para cubrir su busto.

Al verla completamente despierta, él deseó poseerla otra vez.

Cati había estado durmiendo cuando sintió un dedo tocar su columna, haciendo le cosquillas y estremeciéndola antes de despertarla por completo.

El tacto del pecho desnudo del Señor Alejandro le recordó lo había ocurrido anoche.

Al ver que sonreía, ella le devolvió una sonrisa tímida.

Anoche, ellos se habían besado y tocado con la chimenea crujiendo, bajo la luz de la luna sin ninguna otra fuente de luz.

Ahora que el sol había salido, emitiendo rayos de luz a lo largo de la habitación por las ventanas abiertas, hizo que ella se diera cuenta de su desnudez.

Ella vio como los ojos de él se oscurecían y le agitó la respiración.

De pronto, él empujó su hombro sobre el colchón y se colocó sobre ella.

Él beso su cuello y cuando su mano trato de sacar la sabana, ella la sostuvo con firmeza.

―¡Espere, Señor Alejandro!

―dijo rápido por el pánico―.

No estoy acostumbrada a esto ―se disculpó.

―Me alegra que no ―le escuchó susurrar antes de presiona su hombro con sus labios.

―E-está muy claro ―protestó y lo escuchóreír.

―Déjame contarte un secreto ―dijo, apartándose para verla―.

Tengo buena vista tanto en el día como en la noche.

Te he visto y tocado en cada pulgada de tu cuerpo y no tienes nada de lo que avergonzarte ―él soltó su mano lentamente de las sabanas, dejando que ella se acercara.

Cati sintió la ropa bajo las sabanas y se preguntócuándo el Señor se puso pantalones otra vez.

Pero no tuvo mucho tiempo de pensar en ello cuando Alejandro bajo con sus manos por su cuerpo, deslizando su dedo dentro y fuera entre sus piernas haciéndola gemir otra vez.

El placer recorrió su cara e hizo que él se endureciera.

Como él sabía que todavía estaba adolorida por su primera vez, no quería penetrarla en ese momento.

Ella soltó la mano de él después de un rato cuando llego al clímax y se corrió en sus dedos.

El pecho de ella jadeaba subiendo y bajando mientras ella su orgasmo disminuía.

Su aliento era agitado, con el palpitar errático de su corazón en su pecho.

―Yo debería encerrarte probablemente dentro de una torre alta ―murmuró, y sus ojos parpadearon con una expresión preocupada.

―¿Por qué harías eso?

―Sigues metiéndote en problemas, como si tuvieras una rutina.

Prométeme que te alejaras de los problemas y no harás nada ridículo como lo de ayer porque si no, sí te encerrare en una torre alta.

Tienes mi palabra en ello, querida ―dijo, y ella asintió en acuerdo.

Cuando Alejandro se levantó de la cama y fue al baño, Cati se sentó y sostuvo las sabanas otra vez.

Ella escuchó el agua correr en el baño.

Su piel estaba pegajosa y ella tenía que bañarse.

Ella miró alrededor y encontró su ropa en el piso junto a la camisa del Señor Alejandro.

Cuando ella se levantó de la cama, poniendo una pierna sobre el piso, se resbaló y cayó al suelo.

―Cielos, no serás torpe.

Ella vio a Alejandro cruzar la habitación para recogerla en sus brazos con las sabanas.

―Ahora dime, dónde planeabas escapar, ¿mmm?

―Tengo que ir a mi habitación ―contestóella, avergonzada, y al segundo lo vio girarse hacia la puerta―.

No puedo salir así, ¡Por favor, bájeme!

¡Señor Alejandro!

―Calla ahora.

Le ordené a Martín no dejar que nadie sube a este piso hasta la tarde.

Nadie te verá―dijo, y caminó hacia la habitación de ella y la colocó en su cama.

―Gracias ―dijo.

―Catalina, yo tengo que atender un evento organizado por el Concejo esta tarde.

Me gustaría que me acompañaras allí.

Le pediré a Silvia que te ayude con un vestido.

Saldremos a las cuatro ―dijo, y salió de habitación tras acariciar su cabeza.

Cuando Cati bajo más tarde a la cocina, encontró a la señora Hicks reprendiendo a alguien mientras Fay y Dorothy hacían su trabajo.

Ella se preguntaba si el mayordomo le había dicho a la señora Hicks que llegaría tarde al trabajo porque si no, ella tenía que prepararse para las palabras de la señora Hicks.

Pero cuando la mujer la vio, la miró con molestia, ―¿No te habías tomado el día libre?

―¿Lo hice?

―preguntó Cati, confundida.

―Bueno, eso fue lo que nos dijo Martín ―respondió la señora Hicks mientras agregaba sal a un recipiente enorme que hervía sobre la cocina.

―Estoy libre hasta las dos.

Puedo ayudar hasta entonces ―ofreció Cati.

―Bendita seas, querida.

Dicho eso, ella empezó a ayudar en la cocina.

Ella escuchó después de Dorothy que Cintia había vuelto a su pueblo natal a visitar a sus padres por trabajo urgente.

Sintió una punzada en la tripa, un sentimiento nada bueno y que tenía que ver con el Señor Alejandro.

Al parecer, nadie sabía que ella y Cintia habían ido a la ciudad.

Cintia le había dicho a Fay que ella iba a ir sola a recoger algo y no mencionó que Cati la acompañara.

Al mediodía, Cati se había asegurado que Samuel y su hermana estaban bien, viendo que hicieran su trabajo y estuvieran bien.

Su hermana Fanny era muy joven y por lo tanto ella pasaba el tiempo haciendo pequeñas labores.

Ella era una muchacha callada y Cati se aseguraba que comiera bien y que alguien la acostara, ya fuera ella o Dorothy.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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