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Imperio Valeriano - Capítulo 83

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83: Capítulo 83 – Asesinato (Parte 2) 83: Capítulo 83 – Asesinato (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Los ojos de Cati se abrieron ante la sorpresa, su garganta se secó, y se le fue la respiración.

Debía haber sabido que el Señor Alejandro estaba al tanto de todo.

¿Había escuchado algo?

Seguro que sí.

Al verlo guardando el cuchillo, sintió un nudo en la garganta.

—Nunca haría eso —murmuró Cati mientras sentía a Alejandro, que presionó sus fríos dedos en su frente.

—Vaya, eso es una lástima —dijo bajando la mano.

¿Pensaba que Cati llevaría a cabo el plan de Norman?

Sí era bien sabido que Alejandro no confiaba en nadie, en especial en los humanos.

Y ella era humana.

—¿Creyó que lo haría?

—preguntó en voz baja.

—Lo harías?

—insistió Alejandro divertido.

Cati no respondió, y Alejandro tampoco, así que quedaron en silencio, intercambiando miradas hasta que Cati se desvió.

Rafa le había dicho que su madre fue quemada viva, pero ¿y el resto de su familia?

Había visto retratos de su familia en las paredes del lado oeste de la mansión.

Sus padres, abuelo, y él cuando era niño.

Cati notó la pintura de su madre, y le pareció una mujer de impresionante belleza y ojos cautivadores.

En el pasado, Cati había sentido curiosidad acerca de la familia del Señor, pero incluso Elliot y Sylvia fueron muy reservados, cerrando el tema antes de que pudiera siquiera plantear una pregunta.

Cuando Cati fue a hablar, el Señor se adelantó: —¿Quieres dar un paseo?

Era tarde, pero Cati accedió.

Caminó junto al Señor Alejandro en el jardín de la mansión.

La noche era tranquila y serena, sin nadie alrededor pues ya todos dormían.

Las nubes eran oscuras y amenazantes, pero hubo un cambio: normalmente, el Señor la invitaba a pasear en la tarde, o temprano en la noche, pero esta era la primera vez que la invitaba a esta hora.

Si bien era cierto que le había mostrado afecto, Cati dudaba que el Señor decidiera ignorar el hecho de que alguien intentaba asesinarlo.

Ahora que su primo estaba involucrado, la preocupación causó un profundo pliegue en su frente y la hizo morder su labio sin pensarlo.

Si el Señor Alejandro realmente escuchó su conversación con Rafa, seguramente lo dejaría pasar, pues también habría escuchado que no había amenaza.

Con lo que había escuchado, y lo que quería saber, Cati se sentía incómoda caminando junto a Alejandro sin saber cómo manejar el asunto.

—¿El Señor del Sur odia a todos los vampiros?

—preguntó.

—A la mayoría.

—Pero ahí habitan familias de vampiros.

Ana y Donovan también viven en el Sur.

Si el Señor Norman realmente odia a los vampiros, ¿no los habría expulsado?

—preguntó Cati confundida.

—Mantiene a algunos cerca porque le resultan útiles, pero, sobre todo, porque es una ley del Concejo cuya finalidad es mantener la diversidad en los imperios.

Ya sea un territorio de humanos o criaturas nocturnas —explicó Alejandro —.

El Imperio del Sur está construido de tal forma que la mayoría de las familias de vampiros viven lejos del centro para evitar problemas.

Los fieles seguidores viven cerca, o en, la mansión —concluyó tomando una flor.

—Pero, ¿por qué usted?

—preguntó Cati preocupada.

—Si uno de los Señores del Imperio cae, se abrirá una posición que podrá ser ocupada por un humano, y este será nominado por Norman.

No es primera vez que intenta algo semejante —se burló Alejandro.

¿No era la primera vez?

—¿Eso significa que los otros Señores también corren peligro?

—¿Ahora nos preocupamos por otro hombre?

—preguntó con una mirada aguda.

Alejandro se dirigió hacia un árbol y se sentó a sus pies, y Cati lo siguió.

—No tanto.

Yo soy el favorito —concluyó.

—¿Por qué le desagrada el Señor Nicolás?

—preguntó Cati.

Realmente no lo entendía.

El Señor del Este había sido un completo caballero cada vez que se encontraron.

Amable, educado, y social.

—¿No dije que la mayoría de nosotros fingimos ser corderos?

Sólo sucede que mi disfraz es menos sutil que el de los demás.

La imagen hizo a Cati sonreír.

Alejandro en disfraz de cordero no lucía tan bien como en su traje usual de lobo.

La miró fijamente.

La brisa jugaba con su cabello.

Pasaron minutos en silencio, mirando las hojas de los árboles bajo la débil luz de la luna.

—Lo que escuchaste es cierto.

—¿Acerca de su madre?

—Sí, y mi desconfianza hacia los humanos —agregó antes de continuar—.

El chico del que me hice amigo cuando era niño falló en su misión.

Por ende, reunieron a los de la aldea para atacarla.

La rivalidad entre el oeste y el sur va más allá de lo que algunos saben.

El entonces Señor del Sur conspiró con mis familiares para sacar a mi madre en la aldea y acusarla de ser bruja.

Las personas han sido intolerantes hacia las brujas por mucho tiempo, y solían deshacerse de ellas al instante.

Mis tíos y tías maternos la llevaron exactamente a donde el Señor la quería, gracias a sus deseos egoístas.

Mi abuelo era el Señor de Valeria en ese momento, y estaba lejos.

Mi madre y yo fuimos al mercado en su cumpleaños.

Yo tenía cerca de ocho años, creo.

Un pequeño incidente llevó a otro, suficientes para crear sospechas, y la quemaron frente a mí.

Fue un plan ejecutado discretamente.

—Lamento lo que le hicieron a su madre —dijo Cati—.

¿El Concejo no lo investigó?

—Mi abuelo no quería.

Era un hombre terco —respondió Alejandro en un tono indiferente, mirando el cielo.

—¿Por qué no?

¡Los Norman habrían sido acusados!

—Porque mi madre, Isabel Genoveva, era una bruja blanca —respondió casualmente —.

Mi abuelo Vlad no quería atraer más atención a lo que ya sucedía.

Mi padre también murió.

Los vampiros pertenecientes a las clases altas tienen un vínculo diferente a los demás.

El vínculo es absoluto.

Si uno muere, el otro también lo hará.

El Concejo intentó descubrir la verdad, pero desapareció junto con mi madre, que se aseguró de borrar cualquier rastro y vivió puramente, como humana.

Se levantó y extendió su mano a Cati, anunciando: —Déjame mostrarte algo.

Cati tomó su mano y se fueron al arbusto de rosas azules.

De noche, las rosas parecían sumergidas en tinta azul.

Era un tono vivo que llamaba la atención desde la distancia.

—Estas rosas son un recuerdo de mi madre —dijo tocando cuidadosamente una de las flores.

—¿Lo plantó con ella?

—preguntó.

Alejandro sonrió, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos.

—Ese sería un lindo recuerdo, pero no —respondió—.

Sus cenizas están bajo esta planta.

Cati guardó silencio.

—Después de que la quemaron, tomé sus restos, que quedaron reducidos a un montón de ceniza.

Era mi madre, y merecía un espacio respetuoso —dijo Alejandro aplastando la flor que llevaba en las manos.

Cati se había quedado sin palabras.

No sabía qué decir.

Ni siquiera se le ocurría cómo podía haberse sentido el Señor a esa edad.

La pérdida de una madre que fue quemada frente a él era algo que no lograba imaginar.

Y su padre también había muerto.

Ella era demasiado joven cuando sus padres fallecieron, por lo que no recordaba lo ocurrido.

Enterrar a su propia madre mientras se ocultaba de los demás debía haber sido muy doloroso, pensó, y sintió que el Señor Alejandro limpiaba algo de su mejilla.

—Sucedió hace mucho tiempo.

No tienes por qué llorar —dijo.

La miró sorprendido cuando Cati sujetó sus manos.

—Le juro que jamás lo traicionaría, Señor Alejandro.

Me quedaré con usted mientras me necesite.

Y si alguna vez lo hago, pude tomar mi vida con sus propias manos —dijo con los ojos llenos de lágrimas.

—¿De qué hablas?

—dijo Alejandro con una ligera risa —.

¿No sabes que tu vida ya es mía, querida?

Besó sus labios sin esperar respuesta, pero Cati lo interrumpió: —Aquí no.

Ahora que conocía la importancia del arbusto de rosas, no quería hacer nada frente a la tumba de su madre.

Alejandro se rio y la llevó de vuelta a la mansión.

A medianoche, el Señor bebía alcohol para vampiros, pues los de humanos no le causaban efecto.

Necesitaba algo más fuerte.

Cuando estaba a punto de llenar su vaso, escuchó alas volando afuera, y un murciélago se acercó con una carta.

Alejandro fue al patio y leyó la carta.

Uno de los miembros principales del concejo había sido asesinado.

También decía que el director del Concejo había estado presente en el suceso.

Interesante, pensó Alejandro.

—Es hora de comenzar a mover mis piezas de ajedrez —dijo con una sonrisa.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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