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Imperio Valeriano - Capítulo 90

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90: Capítulo 90 – Mythweald (Parte 1) 90: Capítulo 90 – Mythweald (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio Catalina se inclinó frente al estante.

Revisó la hilera de libros y encontró el que buscaba.

Lo llevó a su escritorio y se sentó a leer.

Hacía exactamente ocho días desde que tomó un trabajo como asistente de un funcionario en el registro de la aldea junto a la capital del Imperio del Sur, Mythweald.

No era fácil conseguir un trabajo en el sur, en especial para una mujer.

Las mujeres nunca recibían el privilegio de trabajar en el sur, a diferencia de los territorios de los vampiros.

Aunque las mujeres de clase alta, y algunas de clase media, tenían educación, rara vez eran tomadas en cuenta para cargos administrativos.

La mayoría de las mujeres de clase media trabajaban en panaderías, arreglando ropa, o como niñeras de las familias de clase alta, mientras las mujeres de clase baja solían ser mucamas o empleadas.

Irónicamente, aunque su familia no era rica, Cati y su primo recibieron una buena educación porque Elliot contrató a un tutor en su visita al Sur, cuando Cati era niña.

Ya que sentía afecto por la niña, quiso asegurarse de que recibiera los recursos necesarios para mantenerse alejada de los problemas.

Y probablemente había contribuido a convertirla en la persona que era ahora.

Trabajaba desde la mañana a la noche tres días por semana.

El dinero que ganaban los hermanos no era mucho, pero sería suficiente por el momento.

Malfo mantuvo su palabra y volvió a su forma de fantasma, manteniéndose cerca de Cati mientras trabajaba.

El amigo de Rafa les brindó un refugio temporal en el patio de su casa.

Mientras Cati y Malfo regresaban a casa, Malfo habló: —Pareces estar de buen humor, por fin.

Caminaban entre la gente en una calle muy concurrida.

Cuando Cati le dirigió una mirada confusa, Malfo explicó: —Estaba cansado de verte caída, como una mopa mojada.

—No estaba caída —farfulló Cati.

Malfo hizo una mueca.

Al venir al sur, su mente solía irse de nuevo a Valeria, y Cati pasaba largos ratos mirando fijamente la pared.

—Y los cuervos son blancos —dijo Malfo con total seriedad—.

Parece que trabajar aquí ha mejorado tu humor.

—Todo gracias a ti, por supuesto.

Si no fuera por ti, estaría perdida en el océano —agradeció Cati —.

¿Cómo sabes tanto?

¿Tienes experiencia?

—Algo así.

Solía trabajar para… el Señor del Sur —explicó Malfo mirando alrededor.

—¿El Señor Norman?

—Sí, el Señor Norman.

Cuando estaba vivo, me encargué de los reportes de la aldea y la situación económica por algunos años —explicó.

Cati jamás lo habría imaginado.

El mundo es pequeño, pensó.

Antes de poder decir algo, Malfo le recordó: —Sabes que estás hablando con un fantasma, ¿no, señorita?

Las personas de la aldea pensarán que estás loca si te ven hablando sola.

Cati murmuró con una sonrisa.

—Mucho mejor —dijo Malfo—.

Fue hace mucho tiempo.

Han pasado años, pero Mythweald no ha cambiado mucho.

La pobreza aún vive bajo la clase alta.

El hambre y la codicia prosperan.

—¿Pero no es igual la situación en todos los imperios?

—preguntó Cati al llegar a un estrecho callejón sin nadie a la vista, cruzando entre paredes grises.

La parte de la aldea en la que Cati creció estaba en buenas condiciones en comparación con las otras aldeas de Mythweald.

Había presenciado las condiciones de los niños pequeños cuando estaba en Valeria.

Era una escena triste.

—Cada imperio tiene sus defectos.

Sólo quienes viven ahí y lo han experimentado conocerán la amarga verdad de lo que sucede tras bastidores.

Pero si ves el Sur, es mucho mejor que el Imperio del Este —afirmó Malfo mientras Cati abría la puerta de la casa.

—¿El imperio del Señor Nicolás?

—preguntó Cati sorprendida—.

Parece tan amable.

Pensé que era un hombre correcto.

Malfo rio.

—¿No te he dicho que las apariencias engañan?

No te guíes por lo que ves y lo que escuchas.

El Imperio del Este es el peor de todos.

Encontrarás las cosas más peligrosas e ilegales ahí.

Lo que se te ocurra —concluyó sentándose en el sillón.

Cati sopesó las palabras de Malfo mientras se quitaba su abrigo y lo guindaba en el perchero.

Cuando iba a preparar la cena, se encontró a Malfo mirando al suelo con una expresión pesada.

—¿Estás bien?

—¿Por qué preguntas?

—replicó Malfo ladeando la cabeza.

Cati se encogió de hombros y explicó: —No parece que te guste el lugar donde creciste.

Lavaba los vegetales cuando se dio cuenta de que era inusual que Malfo hablara de sí mismo.

Le resultaba una persona muy misteriosa.

Al notar que Malfo tenía una expresión de desagrado, cambió el tema: —¿Los fantasmas tienen habilidades especiales?

—Cuando un hombre o mujer muere, no recibe poderes.

Es carne muerta.

Muerto.

—Pero regresaste —señaló Cati.

—Eso fue porque alguien decidió interrumpir mi sueño —indicó con un tono ligero, pero cierta molestia.

¿Eso significaba que Cati era responsable?

¿Era capaz de despertar a sus padres y familiares?

Pensó antes de deprimirse.

Había visitado sus tumbas por mucho tiempo; si fuera posible, ya habría pasado, pero ese no era el caso.

Regresó a cortar los vegetales.

Durante la cena, Rafa y Malfo conversaron sobre la carpintería mientras Cati comía en silencio antes de ir a la cama.

Mientras limpiaba los utensilios, escuchó que Rafa hablaba acerca de los oficiales que vigilaban la aldea, pues algunos niños habían desaparecido.

Había una operación de búsqueda, pues las familias temían por su seguridad.

El periodo de prueba no traía resultados útiles y los oficiales pedían paciencia a los aldeanos, asegurando que los niños regresarían a salvo.

—¿Enviaste un reporte al respecto al Señor Alejandro?

—preguntó Rafa mientras jugaba con las pinzas, intentando sacar un clavo atascado de la madera.

—Lo envié anoche, pero no he recibido respuesta.

El Señor Alejandro dijo que viajarían al Imperio del Norte a hablar con el Señor de algo —respondió Malfo con un tono casual.

Los humanos usaban aves entrenadas para comunicarse, y los vampiros usaban murciélagos.

Cati había pensado escribir una carta al Señor Alejandro, pero hacía sólo una semana que se vieron.

Además, considerando lo que Malfo acababa de decir, debía estar ocupado.

La noche llegaba y se iba lentamente mientras Cati contaba los días.

Una noche, Cati fue a dormir tarde después de terminar un libro y, al apagar la luz de la linterna, encontró una sombra en la pared que venía de la ventana abierta.

Primero pensó que eran las ramas de un árbol y decidió ignorarlo, pero, cuando fue a su cama, la sombra comenzó a moverse de nuevo.

Esta vez, la sombra parecía un brazo con largos dedos.

Cati se sintió paralizada cuando notó que la sombra, que antes parecía de un árbol, se convirtió en una persona en la oscuridad, bajo la luz de la luna.

El tamaño de la sombra aumentaba gradualmente mientras se acercaba.

Al mismo tiempo escuchó el aullido de un perro, un lamento tan melancólico que Cati sintió un nudo en el estómago.

Sintió que su cabeza latía.

Gracias al fantasma que conocía, y que ahora vivía con ellos, no temía a los muertos.

Eran los vivos los que le preocupaban.

Guardando silencio, sólo logró escuchar el crujir de los árboles cercanos y el canto de los grillos.

Contenía la respiración.

La sombra pasó y desapareció tras la ventana y la pared.

El miedo no le permitió mirar antes, pero ahora, cuando miró, ya no había nada.

Con el ceño fruncido, se levantó de la cama sintiéndose insegura, y tomó la vela que acababa de apagar.

Encendiéndola de nuevo, caminó hacia la ventana y la cerró con cuidado.

Salió de la habitación y la vela, que había brillado con fuerza, se apagó.

El olor a humo llenó la habitación.

Viendo que su primo dormía profundamente y, al girar, casi gritó de sorpresa al encontrar a alguien frente a ella.

Afortunadamente, Malfo le cubrió la boca con su mano y le indicó que guardara silencio mientras veía a la puerta principal, que estaba cerrada.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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