Imperio Valeriano - Capítulo 91
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91: Capítulo 91 – Mythweald (Parte 2) 91: Capítulo 91 – Mythweald (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Después de un minuto, cuando notó que el hombre se relajaba, Cati preguntó: —¿Qué sucede?
—Hay un intruso en la aldea, caminando por las calles —respondió revisando la cerradura —.
¿Por qué no estás dormida?
—Estaba por acostarme cuando vi a alguien en la ventana.
¿A qué te refieres con intruso?
—Es más de medianoche, una hora extraña para que un humano esté paseando, a menos que sea un cruzado, pero lo dudo.
No lo sé.
Quien haya sido parece haberse marchado.
Deberías ir a dormir —insistió Malfo.
La acompañó a la habitación y, al verla en la cama, decidió dejar la vela en una esquina.
A la mañana siguiente, Rafa ya se había ido cuando Cati despertó a Malfo, dejándola sola en casa, pues tenía el día libre.
Cati cocinó y limpió, lavó la ropa y la guindó afuera para que se secara pues, considerando el clima oscuro, la ropa sin duda demoraría tiempo en secar.
Al regresar adentro a mediodía, decidió escribir una carta, pero no al Señor Alejandro sino a Elliot y los demás.
Los extrañaba inmensamente.
Los días que había pasado en Valeria fueron la mejor época de su vida.
Pensar en ellos ponía una sonrisa en su rostro.
Tomó el pergamino y la tinta y se sentó en el escritorio.
Mordiendo su labio al pensar, comenzó a escribir sobre Mythweald y les preguntó cómo estaban.
Al terminar, dejó la pluma y dobló el pergamino.
Cuando Malfo regresara, enviaría la carta junto con el reporte.
Al notar que se habían acabado los vegetales, salió a la vía principal que llevaba al mercado.
En el camino encontró a dos hombres que golpeaban a un tercero.
Aunque disminuyó la velocidad, no se detuvo por completo.
La última vez que vio algo semejante, Malfo le reclamó que siguiera su camino y no se metiera en los asuntos de otros.
Se suponía que debía mantenerse fuera de problemas mientras estuviera en el Imperio del Sur.
Compró lo necesario para la cena y había comenzado el camino de vuelta, cuando de pronto escuchó una conmoción cerca de los altavoces usados para hacer anuncios.
Curiosa, se acercó a la multitud para ver cuál era el problema, y notó que dos hombres sujetaban a una mujer cuyas manos y pies estaban atados con soga.
—¡Por favor, deténganse!
—suplicó la mujer intentando liberarse —.
¡Es un malentendido!
—¡Silencio, bruja!
—dijo un hombre corpulento vestido de uniforme —.
No intentes engañarnos —concluyó antes de escupir en el rostro de la mujer.
—Mis hombres, como pueden ver, hemos capturado a una de las brujas que han estado robando niños de nuestros hogares.
Hemos perdido a hombres, mujeres y niños por culpa de estas malditas criaturas responsables de perturbar nuestras tranquilas vidas.
¿Qué creen que debamos hacer con ella?
—preguntó a la multitud.
—¡Arrancarle la lengua!
—¡Quemarla!
—¡Asesinarla!
La horda sugería a gritos horribles castigos para la mujer atada.
La mujer lloraba desesperada, rogando una y otra vez, pero los hombres la ignoraban.
—¡No soy una de ellas!
¡Escúchenme!
¡Por favor!
—insistía.
Los hombres comenzaron a construir un poste entre la multitud.
Llevaron a la mujer al centro y la ataron al poste antes de enterrar sus piernas en ramas y astillas.
El hombre con el uniforme encendió las astillas y la madera comenzó a arder lentamente.
La mujer gritaba y los aldeanos miraban como si nada.
El griterío terminó cuando la mujer murió calcinada, su cuerpo devorado por las llamas.
Cati no pudo hacer nada más que ver sorprendida la escena ante ella.
No supo cuánto tiempo permaneció ahí mirando el cuerpo arder hasta convertirse en cenizas.
En algún momento sintió que Rafa sujetaba su mano y la sacaba de la multitud.
—¿Por qué…—susurró antes de sentir que la tristeza se convertía en ira —.
Ella…¡Ni siquiera hicieron un juicio!
¡Era humana!
¿Por qué harían eso?
—Así funciona con las brujas.
Las brujas aterran a los aldeanos.
Las personas no quieren arriesgarse y prefieren quemarlas tan pronto como las descubren en la aldea —explicó Rafa llevando a Cati de vuelta a la casa.
—Pero… —Así funciona, Cati.
En todos lados.
No podemos cambiarlo.
No es nuestra decisión, sino del Señor y sus autoridades.
Ten —dijo ofreciéndole un vaso de agua —.
¿Estarás bien sola?
—preguntó.
—Estaré bien —murmuró Cati mirando el vaso.
—No pienses mucho en lo sucedido, ¿está bien?
—recomendó Rafa dándole una palmada antes de partir.
Aunque su primo le había dicho que no pensara en lo sucedido en la aldea, ¿cómo podía evitarlo cuando una mujer inocente fue quemada viva sin recibir la oportunidad de explicarse?
Si así funcionaba el Imperio del Sur, no le parecía justo.
Los oficiales del sur asesinaban a las mujeres bajo acusaciones de brujería sin tener evidencia.
¿Fue así como quemaron a la madre del Señor Alejandro?
La asesinaron frente a sus ojos, un pequeño niño, pensó sujetando con fuerza su falda.
El pensamiento era doloroso.
Cati se quedó en la casa mientras Rafa fue al trabajo y Malfo desapareció como solía hacer, sin dejar noticias.
El día se convirtió rápidamente en noche y cuando Cati descubrió a Malfo dibujando en el pergamino, intentó mirar lo que hacía.
Con el ceño fruncido, preguntó: —¿Qué sabes de esto?
—Lo encontré en la ciudad.
¿Por qué preguntas?
—replicó Malfo.
Rafa, que acababa de llegar, entró con un pergamino arrugado.
Al ver el dibujo de Malfo, interrumpió: —He visto esto antes —dijo intentando recordar —.
¡Ah!
Ya lo recuerdo.
Lo vi cuando fuimos capturados por las brujas.
Había brujas en la aldea que dejaron sus señales.
Si seguimos la señal, será fácil encontrar a la bruja —dijo, pero Cati no escuchaba — Por cierto, ¿esto es tuyo?
—le preguntó a Malfo refiriéndose al pergamino.
Una mirada sorprendida apareció en sus ojos.
—¿Dónde lo encontraste?
—Estaba cerca de la basura.
¿Es el reporte que enviaste al Señor Alejandro?
—Lo es —dijo Malfo examinando el pergamino —.
Parece que nunca lo entregaron.
Cati le preguntó a Malfo: —¿Dónde viste la señal?
—Anoche cuando salí a mirar la aldea y el área.
La encontré sobre la aldea.
Fue una caminata larga, pero tenía que ver qué era —explicó.
Al ver que Cati palidecía, los hombres le miraron interrogantes.
—No creo que las brujas vivan aquí—dijo mirando el pergamino marcado con un círculo alrededor de un triángulo —.
Es la preparación para la masacre de la aldea.
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