Imperio Valeriano - Capítulo 96
- Inicio
- Imperio Valeriano
- Capítulo 96 - 96 Capítulo 96 – El Señor Olvidado Parte 2
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
96: Capítulo 96 – El Señor Olvidado (Parte 2) 96: Capítulo 96 – El Señor Olvidado (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Cati vio que amarraba la caja antes de levantarla.
Parecía una caja antigua, y estaba vieja, pero no oxidada.
Malfo partiría esa noche a Valeria como habían acordado, para llevarle el mensaje a Alejandro.
Ver a Malfo frotando sus hombros y cuello, se preguntó si estaría cansado.
Usualmente era rápido como un gato, pero ese no había sido el caso desde que llegaron al Imperio del Sur.
Esa noche, Malfo dejó la casa, y se convirtió en fantasma al partir, viendo a los hermanos dormidos.
No parecía que las brujas fueran a hacer algo, y fue por esto que decidió partir.
La noche estaba tranquila y desierta, oscura y fría.
Los aldeanos dormían mientras sus pasos silenciosos avanzaban en el terreno.
Con las manos en los bolsillos, caminó.
Alejándose de la aldea.
Mientras más se acercaba a la frontera del Imperio del Sur, más cansado se sentía su cuerpo.
Su espíritu fantasma regresaba a su forma humana.
Un búho aulló sobre él mientras caminaba entre los árboles secos.
Con su forma humana, le tomaría tiempo llegar al Imperio del Oeste.
Justo cuando daba un paso adelante, cayó al suelo con un ruido seco.
Golpeó el suelo con una mueca y se levantó rápidamente; en ese instante vio una sombra de reojo.
Al girar, encontró a otra en el extremo opuesto.
Escuchó un movimiento tras él y, al darse vuelta, notó a una mujer de expresión ansiosa.
—¡Por favor, ayúdeme!
—murmuró la mujer, pero Malfo no era tan tonto como para caer en la trampa.
Había escuchado que las brujas oscuras usaban su belleza para atraer a sus víctimas antes de asesinarlas.
Era el método más frecuente.
Bajo su belleza yacían siniestras intenciones, y la bruja sería una tonta si creyera que él caería.
Cuando Malfo sacó su pistola, la expresión de la mujer comenzó a cambiar.
Su piel adquirió una apariencia oscura y agrietada, como de tierra seca.
Sus ojos vacíos lo miraban fijamente y su larga lengua salía de su boca.
Se rio cuando su hermana bruja se unió, pero el hombre comenzó a dispararles y, cuando una cayó, la otra se enfureció antes de desaparecer en la oscuridad.
Pero la bruja no lo había dejado en paz.
Malfo corrió por los árboles entendiendo la importancia del tiempo, pero un cuerpo humano tenía limitaciones.
Era como si las brujas esperasen que alguien recorriera las fronteras a esta hora.
Tenía que salir tan pronto como fuera posible, pensó Malfo.
Al día siguiente, Catalina se quedó en la casa esperando el retorno de Malfo, pero no sucedió.
Habían pasado tres días desde que se fue, y Rafa y Cati no sabían por qué no había regresado.
Estaba preocupada.
Llegó el cuarto día sin noticias del hombre.
Cati le había prometido quedarse en la casa hasta su regreso, y lo había hecho para evitar problemas.
Al cuarto día, después de preparar la cena, Cati esperó que su primo regresara a casa.
Mirando su reloj de bolsillo, notó que se había retrasado.
Fue a la ventana en busca de alguna señal cuando, de pronto, escuchó un fuerte golpe en la puerta.
Al abrirla, vio a Rafa, que caía hacia adelante con un gruñido.
Intentó apoyarlo y ayudarlo a sentarse, pero era muy testarudo.
Fue cuando vio algo en el estómago de su primo, y sus manos cubiertas de sangre, que entendió que había sido apuñalado.
—¡Rafa!
¿Quién te hizo esto?
—exclamó desesperada, pero Rafa no lograba hablar.
—Siéntate —le indicó ayudando a enderezarlo en el suelo.
Intentó limpiar la herida, pero Rafa la interrumpió.
—No hay tiempo… Cati —dijo con gran dificultad.
Cati sentía que se aguaban sus ojos.
—¿Quién te hizo esto?
—preguntó.
Intentaba ayudarle a calmar el dolor presionando suavemente con su pañuelo.
Rafa había sido apuñalado más de una vez y, considerando la cantidad de sangre que salía, no sabía si tendría suficiente tiempo.
—Norman —dijo ahogado.
—La señal no está completa.
Necesitas quitar el vínculo.
Está en la mansión.
Todo está ahí—continuó, sujetando la mano de Cati con una sonrisa—.
Tienes que sobrevivir.
Escóndete.
Cati negó con la cabeza.
Ya no contenía las lágrimas.
—No te dejaré en ningún lugar.
Necesitamos tratar la herida —dijo intentando recordar a dónde podrían ir a buscar asistencia médica.
—Ve…—dijo Rafa, ya incapaz de soportar el esfuerzo.
—¡No!
¡Por favor, no!
Por favor, no te vayas…¡Rafa!
Cati lloraba sujetando la mano de su primo.
Cati limpió sus lágrimas y procedió a tocar la herida con el cuchillo, que seguía enterrado.
Una mujer que caminaba cerca la vio con el cuerpo sangriento y gritó: —¡Asesina!
Esto causó un bullicio fuera de la casa.
Cada vez más personas llegaban a la multitud, pero nadie entró en la casa.
Los aldeanos susurraban insinuando que Cati era una bruja oscura.
Cati, en su estado alterado, no había notado a la multitud.
Cuando los oficiales de Mythweald llegaron a ver qué sucedía, vieron a la mujer junto al cadáver y con sus manos ensangrentadas.
Los oficiales de Mythweald tenían la misma reputación del Señor.
Uno de ellos intentó levantarla y Cati se negó a alejarse de su primo, pero el oficial la golpeó con fuerza para silenciar sus gritos.
Cati lloraba y suplicaba que la dejaran ir, explicando que alguien había asesinado a su primo, pero no tenía evidencia y nadie le creía.
Estaba sola.
—Ella debe haberlo matado.
—Escuché que es una bruja.
¿No viste cómo hablaba sola caminando por la calle?
—¡Hay que quemar a las brujas!
¿Quémenla!
—¡Quemen a la bruja!
La multitud enardecida clamaba castigo.
Ignorando la verdad y, en cambio, siguiendo a los instigadores.
Cati luchó cuando los guardias la agarraron, intentando sacarla de la casa, lejos de su primo.
Intentó defenderse, pero no era fácil contra los cuatro guardias de expresiones furiosas.
Al ver que no obedecía, instruyeron a un oficial golpearla en la cabeza con fuerza para que perdiera la conciencia antes de llevarla a las celdas comunes del Imperio del Sur, donde depositaban a los prisioneros.
Cuando Cati abrió sus ojos, rato después, se encontró en una celda oscura sin fuentes de luz.
Su pierna izquierda estaba encadenada a la pared con un aro de hierro oxidado.
Al principio intentó halarlo, sacudirlo y todo lo posible por soltarlo, pero nada funcionó.
Sus intentos sólo causaban eco en las paredes.
No sabía qué hacer.
Sentía que su vida colapsaba, que se le escapaba entre los dedos a cada segundo.
Su primo fue asesinado por orden del Señor Norman.
¡¿Por qué?!
¡No había hecho nada!
Por qué… se cuestionaba.
—Veo que finalmente despertaste —dijo alguien.
Un guardia se acercó para abrir la celda, revelando al Señor Norman y a su hijo Silas detrás.
—Déjenme ir.
No hice nada —dijo.
El Señor del Sur se rio, pero Silas respondió: —Por supuesto, lo sé, Catalina.
Se sentó frente a ella en el banco que trajo el guardia.
—¿Por qué?
—cuestionó Cati—.
¿Por qué harías eso?
No hicimos nada.
Nos encargábamos de nuestros asuntos.
—¿Estás segura de eso?
—preguntó Silas con un tono manipulador—.
No creo que entrar en el área restringida de la biblioteca sea encargarte de tus asuntos.
Cati sintió que su corazón se paralizaba.
Los Norman lo sabían.
Sabían que investigaban el caso de las brujas.
—Se te olvida que esto no es Valeria, sino Mythweald —dijo el Señor Norman—.
Dirigimos el Imperio del Sur con un puño de hierro.
Recibimos reportes de todo lo que hacen las personas.
Cuando Silas se inclinó a peinar a Cati, ella retrocedió.
—Y tu primo ya se había hecho problemático.
Si hubiera seguido el plan que diseñamos, no estarías en esta situación —dijo con una expresión infeliz—.
Deberías culparlo a él, y ahora no importa, pues igual está muerto.
Cati escuchó pasos que se acercaban: dos oficiales llevaban a un hombre a la celda contigua.
Escuchó que el hombre gruñía adolorido.
Los guardias cerraron la celda y se fueron.
Cuando el hombre finalmente se sentó, entrecerrando los ojos, la pequeña cantidad de luz que caía en su rostro reveló un oscuro golpe en su mejilla y un corte en su labio.
Cati estaba perpleja.
—Mi hijo, Silas, ha sido considerado y pensó que te serviría tener algo de compañía.
Permíteme presentarlo —dijo el Señor Norman cuando la mirada del prisionero se cruzó con la de Cati—.
Este es Malfo Norman, mi hijo mayor —concluyó con un tono asqueado.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com