Imperio Valeriano - Capítulo 97
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97: Capítulo 97 – Viejos Recuerdos (Parte 1) 97: Capítulo 97 – Viejos Recuerdos (Parte 1) Editor: Nyoi-Bo Studio Cati miró el rostro golpeado de Malfo con una expresión sorprendida después de la revelación del Señor Norman.
Había un silencio inquietante y todos miraban al hombre que Cati sabía que era un espíritu.
¿Mentía el Señor del Sur?
Pero Malfo no había negado la afirmación del Señor.
Permanecía en silencio mirando la pared junto a él, como si nadie hubiera hablado.
—Podrían haber capturado a la persona equivocada —sugirió Cati.
El viejo rio.
—Señorita, estoy seguro de quién es.
—Pero es Malfo Crook —insistió Cati.
Los ojos del Señor alternaban entre ella y Malfo.
—Es una lástima que no quisieras llevar el nombre de la familia, aunque nunca lo esperé.
Crook te combina mejor, como un criminal —dijo el Señor Norman —.
Pensé que estabas muerto, pero mírate.
Saludable y caminando por ahí sin preocupaciones.
Cati sentía que todo iba demasiado rápido para detenerse a analizarlo.
Durante su tiempo en Valeria, escuchó que el Señor Norman tenía dos hijos, y Silas era el menor.
Ahora que los miraba, encontró las similitudes entre los hermanos: sus ojos tenían el mismo gris apagado, y había pequeños detalles fáciles de ignorar.
—Tu comportamiento es tan despreciable como antes.
Feo y vergonzoso —comentó el Señor.
Malfo miró con indiferencia, dirigiendo su atención a las personas fuera de la celda.
—¿Qué puedo decir?
Lo heredé de mi padre —respondió por primera vez.
La reacción del Señor le resultó satisfactoria.
—Sonríe tanto como quieras, muchacho.
Pronto estarás junto a tu madre muerta —dijo el Señor antes de alejarse de la celda.
Silas, que se había recostado de la pared, se puso de pie cuando su padre salió.
Sus ojos grises, similares a los de Malfo, se posaron sobre los prisioneros.
Después de lo que dijo el Señor Norman, Cati no pudo evitar preocuparse por Malfo.
Cuatro noches atrás, Rafa y ella lo habían visto partir a Valeria para llevar información al Señor Alejandro, pero aquí estaba, con el rostro golpeado y el labio cubierto de sangre seca.
¿Por qué no había vuelto a su forma fantasma?
Algo le resultaba extraño.
—¿Catalina?
Cati saltó de sorpresa al escuchar a Silas frente a ella, que había ordenado a los guardias abrir la celda para conversar con la joven sin las barras.
Se había enamorado de ella durante su primer encuentro e intentó mantenerla cerca.
Al principio pensó que ella era la mujer del Señor Valeriano, pero ¿qué hombre enviaría a su mujer a otro imperio?
Era otra más de los rumores del Señor.
Sus hermosos ojos castaños estaban llenos de miedo cuando intentó alejarse de él, y las cadenas en sus piernas crujían cuando se arrastró para evitar las manos de ese hombre.
—No temas.
Estás tan segura como un ave en una hermosa jaula —dijo—.
Tu Señor de Valeria no supo valorarte, pero yo sí.
Ven.
Extendió su mano, pero Cati la rechazo con furia, sus ojos rojos de odio.
—Eres un asesino despiadado sin humanidad.
No te hicimos nada que justifique nuestra prisión en esta celda que llamas hermosa jaula —escupió Cati.
Silas le devolvió una sonrisa gentil.
—La niña miente —dijo acercándose—.
¿No recuerdas que asesinaste a tu hermano?
—dijo con lástima.
—¡Tú lo mataste!
¡Tú conspiraste para asesinarlo!
—¿Y qué evidencia tienes de eso?
¿Tal vez olvidaste que las brujas son quemadas en el imperio?
Mis personas te vieron con la daga y las manos cubiertas de sangre.
Mis personas recuerdan.
Mi padre fue considerado y cambió tu castigo —dijo Silas acercándose—.
Parece que te has hecho amiga de mi inútil hermano.
No olvides que, si no obedeces, tendrás la sangre de otro en tus manos.
—¿Cómo pudiste hacer algo tan inmoral?
—preguntó Cati en un tono ahogado —.
No hizo nada.
Nada para lastimarte a ti ni a los tuyos, y nada que le hiciera merecer semejante muerte.
Sus ojos ardían y una lágrima escapó rodando por su mejilla.
—Ese es el problema: No hizo nada —replicó Silas—.
¿Pensaste que dejaríamos ir a alguien después de pedirle la cabeza de un Señor?
—Sabía que le habían dicho mentiras —acusó Cati limpiando la lágrima.
—Tu primo estaba completamente convencido de lo que le mostramos, y me tomó por sorpresa que nos enviara una carta explicando que no podría completar el trabajo.
No podíamos dejar a alguien así vivir.
Podría convertirse en una amenaza futura —explicó—.
Sin embargo, encontramos un atajo gracias al Concejo, y aquí estás.
—No creas que tus acciones serán ignoradas.
Cuando el Concejo se entere, tú eres quien estará tras las rejas.
Al escuchar esto, Silas sujetó con fuerza su rostro.
—Silas —dijo Malfo en tono de advertencia, pero el hombre lo ignoró.
Con una sonrisa, le dijo a Cati: —Me gusta esa boca tuya.
Me pregunto de qué es capaz.
La empujó y, al levantarse, concluyó: —Por favor, decansa.
Cati sintió que se estremecía cuando el hombre salió de su vista.
Los guardias siguieron al joven Señor.
Al verse solos, Malfo habló: —Te dejo por un par de horas y terminas en una celda.
Por favor, explícame cómo te sigues metiendo en semejantes situaciones.
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