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Imperio Valeriano - Capítulo 98

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98: Capítulo 98 – Viejos Recuerdos (Parte 2) 98: Capítulo 98 – Viejos Recuerdos (Parte 2) Editor: Nyoi-Bo Studio Malfo preguntó: —¿Estás bien?

Cati mordió sus labios cuando sintió que temblaban.

Al notar su pregunta, asintió con la cabeza.

—Acércate —dijo Malfo.

La celda no era grande y aun con las cadenas en sus tobillos, pudo acercarse a Malfo.

Cuando sujetó su mano, sintió un leve apretón.

—Lamento tu pérdida.

Si quieres llorar, puedes hacerlo, señorita —dijo con amabilidad.

Cati sintió un nudo en la garganta, pero sentía determinación.

—Tenemos que salir de aquí e irnos.

No traemos nada, y no nos llevamos nada.

Piénsalo, su destino estaba escrito antes de nacer, y ya terminó.

Pero morir de forma tan cruel.

¿Por qué las personas amables son las que más sufren?

—cuestionó sin esperar respuesta —.

Tantas personas inocentes fueron y serán asesinadas.

¿Qué han hecho para merecerlo?

—Este es el mundo en el que vivimos, y así es cómo funciona.

No puedes preguntar cómo ni por qué.

Es la supervivencia del más fuerte.

Sólo puedes esforzarte —dijo Malfo acariciando la mano de Cati suavemente antes de soltarla.

Cati le contó lo sucedido la noche anterior y lo que Rafa le había dicho.

—No sé si estoy soñando —dijo bajando la mirada—.

Un minuto esperas para comer la cena, y al siguiente no ves más que sangre alrededor.

—Tal vez todos lo hacemos.

Tienes un golpe —murmuró Malfo.

Cati tocó su mejilla y sintió un dolor fuerte.

—¿Estuviste en una pelea?

—No lo recuerdo —dijo Cati con un suspiro.

Le sorprendió tanto la muerte de su primo que no recordaba lo sucedido después.

Lloraba a su primo en silencio, ocultando sus lágrimas de Malfo y de los guardias que caminaban afuera de las celdas.

Había perdido a cada uno de sus familiares y seres queridos.

Todos fueron asesinados sin piedad.

Limpió sus mejillas y respiró profundo para calmarse, mirando al vacío y dejando que pasara el tiempo.

Cuando cayó la noche, vio que Malfo se levantaba del suelo para asomarse por la pequeña ventana de la pared.

No lo había notado antes, pero el lugar parecía estar rodeado de agua: se escuchaban salpicones.

Copiando a Malfo, se puso de pie para mirar el cielo nocturno en el exterior.

Como supuso, estaban rodeados de agua.

Los otros prisioneros del Imperio del Sur estaban a algunas celdas de distancia.

La prisión era vieja, y las oxidadas barras de las celdas eran evidencia de ello.

Había silencio.

A excepción del eco de los pasos de los guardias y el agua que chocaba con el exterior de las paredes.

Aunque tenía más de dos semanas en Mythweald, no sabía que el río se conectaba con un caudal tan grande.

Su mano rozó algo en la pare y se agachó a mirar.

Malfo 1833.

¿Había estado en este lugar antes, o era el nombre de otra persona?

Cati miró a Malfo, que miraba hacia afuera con ojos fijos, y fue entonces cuando notó que sus manos, a diferencia de las propias, también estaban encadenadas.

Malfo rompió el silencio: —¿No te da curiosidad lo que dijeron?

—Sí—respondió Cati honestamente.

Regresó a sentarse en el suelo.

Había sido demasiada información, y hechos muy complejos en las últimas veinticuatro horas, y aún intentaba procesar todo.

Nunca había sido de aquellos que intentan entrometerse en las vidas de otros, y sabiendo que Malfo era muy discreto acerca de su pasado, prefirió guardar silencio.

No le parecía adecuado preguntarle, aunque había muchas cosas que quería saber.

Con lo que había escuchado hasta ahora, era evidente que Malfo no se llevaba bien con su familia.

Ni su padre ni su hermano menor.

Ahora que lo pensaba, recordó el día que vio a Silas en la iglesia, y la sorpresa que le causó.

Malfo había muerto trece años antes, lo que significaba que Silas, que ahora tenía poco más de veinte años, era un niño cuando sucedió.

—Como pocos vampiros de sangre pura, a quienes les gusta rodearse sólo de vampiros, el imperio de Mythweald siempre predicó indirectamente tener sólo humanos en su tierra —comenzó Malfo, aún mirando por la ventana.

Su mano sujetaba una de las barras de la reja.

—Mi padre, Esdras Norman, se casó con mi madre, una mujer de clase baja, sin poder ni fuerza.

Nunca quiso casarse con él, pero lo hizo por la presión de sus padres.

Los humanos son iguales a los vampiros cuando se trata de emociones como el egoísmo, y no les importan los demás.

El anterior Señor del Sur acababa de morir y el título, junto con el ego, fueron directo a él.

Mi madre fue llevada a la mansión de los Norman y dio a luz a un niño, yo, un año más tarde.

Me trataron bien, con amor y cariño, pues la sangre de los Norman corría por mis venas, pero ese no fue el caso con mi madre —continuó con evidente furia, sujetando con fuerza las barras.

Miró a su madre, que tenía una gran marca roja en el rostro.

Se sentó en su regazo y recorrió el golpe con sus dedos, recibiendo una sonrisa de su madre.

—¿Qué es esto, mami?

—preguntó.

—Un pequeño rasguño, cariño —mintió la madre acariciando su cabello antes de llevarlo a su habitación—.

¿Cómo estuvo tu día?

El mayordomo me dijo que te subiste a un caballo.

El niño de cinco años le respondió con una enorme sonrisa: —Así es, mami.

El castaño me permitió subir.

Un día montaremos caballos con papi.

Su madre sonreía.

—Por supuesto —respondió cubriendo al niño con una manta—.

Duerme, niño.

Buenas noches.

Le dio un beso en la frente y salió de la habitación.

Malfo escuchó un golpe afuera y se quitó la manta, saliendo de la cama para abrir la puerta.

Miró a sus padres junto a otra mujer que sujetaba el brazo del hombre, y su madre lloraba en el suelo.

—Mírate, patética, antes de señalarme a mí.

Una mujer ignorante que no sabe comportarse en público.

¡Aléjate de mí y no vuelvas a cuestionarme!

¿Está claro?

—gritaba el hombre mientras guiaba a la mujer a su habitación.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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