La Dyalquimista - Capítulo 35
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- Capítulo 35 - 35 Contrato de sangre - Parte 3
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35: Contrato de sangre – Parte 3 35: Contrato de sangre – Parte 3 Zafron suspiró.
—Ignóralo, se lo dice a todo el mundo.
Aunque, sí… la maldición los afecta de manera que, cuando uno se cruza con uno de sus hermanos, no existe otra cosa en el mundo más que destruirse mutuamente, sin importar quién esté cerca, ni cuántos mueran en el proceso.
—Zafron suspiró y se frotó la frente, como si estuviese harto de tener esta conversación—.
El atentado de Surkan, el desastre de Iltraz… Fueron provocados por encuentros casuales entre hermanos malditos.
Por eso los mantenemos aislados aquí, pero nuestro plan es alejarlos de Tyria lo antes posible.
—No me quiero entrometer, ¿pero no es mejor quedarse en un sitio que conozcan bien?
¿Y si salen y se arriesgan a que encuentren a sus hermanos?
—Cuando nos dejaron a los niños en la puerta del molino, llegaron con una nota que nos recomendaba sacarlos de Tyria.
Suponemos que serán sus padres.
No sabemos mucho más, lo único claro es que, si nos quedamos aquí, hay más probabilidades de que ellos se encuentren con sus hermanos.
—Es… una enorme responsabilidad.
¡Y sumamente irresponsable por parte de sus padres!
—¿Y qué alternativas sugieres?
No los defiendo, pero tanto ellos como nosotros estamos entre la espada y la pared, y Stephyr… simplemente no pudo abandonarlos a su suerte —susurró con firmeza—.
¿Sabes lo que pasa con los segundos hijos en los hospitales?
Son sacrificados sin un jodido remordimiento.
Por lo general esto sucede cuando nacen gemelos o mellizos, ya que no está permitido tener un segundo embarazo.
—¿Ellos son trillizos?
Zafron le clavó una mirada, como si acabara de decir la estupidez más grande del mundo.
—Si fuera el caso, estarían matándose ahora mismo.
No.
Los tres son de padres distintos.
—¡Lo siento!
Nunca en ahondado tanto en los temas sobre las maldiciones.
Sé lo básico… perdón.
Zafron asintió con tristeza, hundiendo los dedos en sus sienes.
—Solo queremos que estén en un sitio donde puedan… corretear seguros.
Nada más.
Aquí eso es imposible.
Por eso quisimos robar el tomo.
—¿Qué?
—espetó Stelian, anonadado—.
¿C-c-como se enteraron del tomo?
—¿Es un chiste?
Iban cargándolo por ahí, como si no fuera gran cosa.
Stelian suspiró.
—¡Le dije a Aria que lo reconocerían!
Pero ella quería leerlo todo el rato e insistió en que hay muchos libros similares… Zafron apuntó su dedo pulgar a la pared, donde colgaba un póster arrugado de una de las celebridades más populares de Stratos: una chica joven, provocativa, que posaba junto a lianas luminosas y ramas florales que, por puro detalle publicitario, sostenía entre sus brazos una réplica muy detallada de uno de los tomos de Aldamer.
Debajo se encontraba la leyenda: «Estudia con nosotros en la Academia de Imagia Tryang».
—Digamos que para mí fue fácil reconocerlo.
—Okey… ¿Pero cómo supiste que era uno de los tomos reales?
—¿Una chica en una playa a más de treinta grados con mangas largas y guantes?
Pónmelo más difícil la próxima.
La conversación se interrumpió cuando Gryndor se arrimó a la mesa.
—Zaf.
¿Steph volverá pronto?
Zafron forzó una sonrisa tranquilizadora y acarició suavemente la cabeza del muchacho.
—Steph siempre vuelve.
Ya lo sabes —respondió con suavidad—.
Pero por ahora todos deben dormir.
Mañana tendremos mucho que hacer.
Los niños asintieron obedientes, deslizándose para ir a recostarse sobre las mantas.
Para cuando los chicos estuvieron solos de nuevo, Stelian clavó la vista en Zafron.
—¿Tienes alguna idea de qué vamos a hacer?
Estamos hablando de que probablemente vayan a un juicio público.
Cientos de personas mirando, guardias de la marina por todos lados.
Será… casi imposible.
—Solo se me ocurren dos opciones.
—Se levantó de la mesa, dirigiéndose hacia el rincón más oscuro del molino.
El grafista le siguió—.
Una es por tierra.
Podemos usar dos Laguertos.
Son muy veloces y escurridizos, pero el problema es que Esenjyar tiene un sistema de seguridad muy bien equipado.
Cerrarán las murallas a la primera señal de alarma y aunque ellos puedan escalarlas, habrá Imagos defendiendo todos los flancos.
—Sí que conoces la seguridad de Esenjyar… —Es parte del negocio —sonrió Zafron.
—¿Y la segunda opción está dentro de este rincón oscuro?
—Si… —Zafron arrastró hacia ellos un viejo cofre de madera que crujió cuando lo abrió.
Desde su lugar, Stelian observó intrigado cómo Zafron sacaba de su interior dos extraños artilugios que brillaron bajo la escasa luz de las lámparas—.
La segunda opción… es por aire.
Stelian tragó saliva, acercándose lentamente para examinar dos extraños aparatos.
Parecían la mezcla entre una armadura ligera con un intrincado y complejo mecanismo integrado.
Las palancas en forma de gatillo estaban ubicadas cerca de unos cubre brazos de cuero, que se conectaban a unos cilindros de acero; los mismos llevaban un cableado a un sistema de cajas de propulsores de distintos tamaños: uno ubicado detrás, como una mochila pequeña, y dos en las hombreras.
Uno era mucho más rústico, pero con terminaciones similares.
—¿Esto…?
—preguntó Stelian con asombro—.
¿Esto es un equipo para Aheromantes?
Zafron dejó escapar una sonrisa orgullosa.
—Eso mismo.
El más bonito lo robó Steph hace poco.
El otro lo construimos nosotros mismos hace unos años.
Ambos funcionan muy bien.
A Steph le fascinan estas cosas… —confesó con cierta nostalgia, pasando los dedos suavemente por los detalles metálicos—.
Ella es realmente buena en esto.
Yo, en cambio, prefiero la seguridad que me da el suelo.
—¡Perfecto!
¡Por el suelo será, entonces!
¡Porque no pienso ponerme esto ni en mil años!
—A mí tampoco me gusta la idea, sé perfectamente que no es algo que se domine en una sola noche… pero, honestamente, no veo una mejor forma.
—¡Yo sí!
¡Los malditos Laguertos!
—Escucha… te enseñaré lo mismo que me enseñó ella.
Intentemos tener más opciones.
Hay muchas horas para aprender, aunque sea lo básico.
—Stelian guardó silencio unos segundos, contemplando las dificultades que la propuesta implicaba.
Zaf le puso una mano en el hombro y le dedicó una de sus persuasivas sonrisas—.
Si no, siempre tendremos la opción de tierra.
¿Qué me dices?
—Que ese niño tenía razón.
Mañana, definitivamente, me voy a morir…
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