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Capítulo 81: Infelices Capítulo 81: Infelices “La habitación de Verónica estaba hecha un desastre. Muchas cosas están rotas y tiradas en el suelo.
—¡NO! —Verónica gritaba histéricamente.
—Hermana, por favor, cálmate —dijo Elizabeth.
—¿Cómo crees que me voy a calmar? —dijo Verónica—. ¡Sabiendo que Alicia me arrebató lo que estaba destinado a ser mío!
—¡Verónica! —La madre de ellas entró en la habitación de Verónica con ira—. ¿Es así como debe comportarse una princesa?
Los gritos de Verónica se convirtieron en sollozos. —P-pero, madre.
—Ven aquí —La reina abrió sus brazos para un abrazo. Verónica se acercó a ella voluntariamente.
—Madre, yo debería haber sido la esposa del príncipe Regaleon. Debería haber sido la princesa heredera —dijo Verónica entre sollozos.
—Ya cálmate Verónica —dijo la reina—. ¿Crees que dejaría que ese bastardo se lleve lo que te pertenece?
—¿A qué te refieres madre? —preguntó Elizabeth.
—Tengo un plan que hará que el príncipe Regaleon no quiera casarse con ella —dijo la reina maliciosamente.
—¿Cuál es madre? —Verónica ha dejado de llorar.
—¿Qué pasaría si el príncipe se entera de que Alicia ya no es virgen? —dijo la reina con una sonrisa perversa.
—Quieres decir…. —Los ojos de Verónica se abrieron de par en par y escuchó atentamente a su madre.
La reina sacó de su bolsillo un frasco.
—¿Qué es eso, madre? —preguntó Elizabeth.
—Es un afrodisíaco muy potente —dijo la reina—. Sólo unas gotas de este frasco y ansiarán intensamente el roce del sexo opuesto.
El rostro de Verónica se iluminó de emoción.
—Dentro de tres días habrá un baile real que anunciará oficialmente el compromiso del príncipe Regaleon y Alicia en la sociedad noble —dijo la reina—. Allí prepararemos el escenario de su caída.
—Sí madre. Eso será el castigo por tratar de robar lo que me pertenece —dijo Verónica—. Se convertirá en el hazmerreír de la sociedad noble y también del público.
—Te encargaré a ti encontrar a la persona que provocará su caída —dijo la reina.
—No te preocupes madre. Me aseguraré de encontrar a un plebeyo de baja categoría que la deshonre aún más —dijo Verónica resplandeciendo de maldad.
—No se preocupen, mis hijas. Me aseguraré de darles lo mejor que hay. No permitiré que ese bastardo se lleve lo que les corresponde por derecho —anunció la reina.
—Gracias madre —dijo Verónica, desbordando felicidad.”
La noticia del compromiso de Regaleon y Alicia ha llegado al ducado de los Cunningham. Guillermo estaba en la sala de estudio, sosteniendo y mirando un libro, pero parecía no estar concentrándose en leerlo.
—Hijo —el duque Cunningham llamó a Guillermo con una cara triste.
Desde que llegó la noticia, Guillermo ha estado encerrado en la mansión, sin querer salir.
—¿Sí, padre? —Guillermo levantó la vista hacia su padre con ojos vacíos—. Como si le hubieran quitado la vida.
—Hijo mío. Sé cuánto te ha afectado la princesa Alicia —dijo el duque Cunnigham—. Antes de que la enviaran al campo, la visitabas casi todos los días en su patio. Sé lo enamorado que estás de ella.
—Padre, no estoy enamorado. Estaba enamorado de ella, hasta ahora —Guillermo suspiró tristemente.
—Lo entiendo, Will. Lo intentamos todo. Pedimos un compromiso antes de que ella regresara. Y también les ofrecimos una gran fortuna para la dote —dijo el duque Cunningham—. ¿Cómo íbamos a saber que tu rival es el príncipe heredero de Grandcrest, Regaleon?
Guillermo miró por la ventana con gran tristeza. El duque no podía soportar ver a su hijo tan destrozado.
—Hijo, no es el fin del mundo —dijo el duque—. Un corazón roto puede ser curado por un nuevo amor. ¿Por qué no sales y conoces a algunas doncellas nobles? Estoy seguro de que puedes tener algún interés por una de esas hermosas jóvenes nobles.
—Lo siento padre. No me apetece salir ni conocer a nadie por ahora —dijo Guillermo.
El duque Cunningham suspiró. —Lo entiendo.
—Toc toc
La puerta de la sala de estudio se abrió y entró el mayordomo de los Cunningham.
—Señor, joven maestro —el mayordomo hizo una reverencia.
—¿Qué pasa? —preguntó el duque Cunningham.
—Ha llegado una carta del palacio dirigida al joven maestro Guillermo —respondió el mayordomo.
—¿Una carta del palacio? —El duque Cunningham estaba curioso—. Rápido, dale a Will la carta.
—Sí —el mayordomo le entregó la carta a Guillermo y abandonó la habitación.
Guillermo miró el sobre y, en efecto, tenía el sello real. Lo abrió enseguida y leyó el contenido.
Después de leer, Guillermo esbozó una sonrisa genuina.
—¿Qué dice? ¿Qué dice la carta? ¿De quién es? —El duque estaba muy curioso.
—Padre, voy a salir inmediatamente —dijo Guillermo entusiasmado.
—Eh, ¿qué quieres decir? ¿Dónde vas? —El duque miró a su hijo, perplejo.
—A la capital real. Me han llamado para ir al palacio —Guillermo dijo con una sonrisa llena de esperanza.
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