Life And Order - Capítulo 3
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- Capítulo 3 - 3 Capítulo III Rumbo al primer destino
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3: Capítulo III: Rumbo al primer destino 3: Capítulo III: Rumbo al primer destino Dos semanas pasaron en aquel pueblo.
Aprendí demasiado sobre la naturaleza y sobre el lugar mismo.
Completé tantos encargos de recolección que, poco a poco, logré reunir mi objetivo: dos monedas de oro.
Era momento de partir hacia la primera ciudad bajo un escudo.
El último día acepté un encargo más en el bosque.
Caminaba buscando la muestra cerca de un río cuando, a lo lejos, distinguí una figura humana.
Me escondí detrás de un árbol y observé en silencio.
Llevaba una túnica que cubría todo su cuerpo y sostenía lo que parecía ser un bastón.
Estaba llenando una bolsa de agua.
Permanecí oculto un rato, sin saber por qué.
Algo en su presencia me incomodaba.
Al final decidí marcharme.
Más tarde encontré la muestra que buscaba y regresé al pueblo.
—Vaya, chico —dijo el comerciante—.
Me parece increíble que hayas completado tantos encargos en solo dos semanas.
Se nota que estudiaste el tema.
—Bueno… es que me pareció interesante —respondí, riendo un poco.
—Escuché que te irás a la primera ciudad escudo.
—Sí.
Parto mañana en la caravana.
—Suerte, chico.
—Gracias, señor.
De regreso en la posada me di una ducha caliente y revisé el equipo que había ido reuniendo.
Guardé todo con cuidado en mi bolsa, dejándolo listo para partir.
Esa noche dormí profundamente.
Por la mañana tomé mis cosas y salí directo hacia la caravana.
Dentro ya había dos personas más, aparentemente con el mismo destino que yo.
Entonces llegó alguien más.
Una figura con túnica.
Lo reconocí al instante por su forma de caminar.
Era la persona del bosque, cerca del río.
De cerca se veía delgado, y su rostro… su rostro parecía decir muchas cosas sin necesidad de hablar.
—Hola —dije—.
Hace poco estuve en el bosque por un encargo.
Cerca de un río te vi recogiendo agua.
—Oh —respondió—.
Justo se me habían acabado las provisiones, así que aproveché que tenía un río cerca.
—Soy Sean —me presenté—.
¿Y tú?
—Viktor.
Un gusto.
Parece que seremos compañeros en esta caravana.
—Parece.
El viaje en caravana duraría cuatro días, contando las paradas obligadas del trayecto.
El primer día transcurrió con relativa normalidad.
Intenté conversar con los demás pasajeros; dentro de la caravana éramos cuatro personas: dos chicas y dos chicos, contando a Viktor y a mí.
Una de las chicas era rubia, delgada y bastante baja.
Intenté romper el hielo.
—Hola —dije.
—¿Puedes callarte?
Eres molesto.
Diablos… eso fue directo.
Parecía que las dos chicas viajaban juntas, porque casi de inmediato la otra intervino.
—Ey, no seas grosera —dijo—.
Un gusto, amigo.
Perdona el comportamiento de mi hermana, está muy alterada por algo que nos pasó en el pueblo anterior.
Me llamo Susan, y ella es Maria.
Un gusto.
—No te preocupes —respondí—.
Entiendo la situación.
Me llamo Sean.
Esa fue mi primera interacción real con mis acompañantes.
Viktor, en cambio, transmitía una calma extraña.
No era indiferencia, era… presencia.
Como si supiera exactamente dónde estaba y hacia dónde iba.
Pensé en hablarle, pero lo vi tan concentrado en el camino que preferí no molestarlo.
Esa noche hicimos la primera parada.
Acampamos a un costado del camino, descargamos algunas cosas y encendimos una fogata.
Todo parecía tranquilo.
A medianoche me despertaron las ganas de ir al baño.
Me interné un poco en el bosque para tener privacidad.
Al volver, mis pasos fueron rápidos… pero algo dentro de mí gritó.
Me lancé a un lado por puro instinto.
Un ataque pasó rozándome.
Era una criatura parecida a un lobo humanoide.
—Genial… justo esto me tenía que pasar a mí.
Intenté correr hacia la fogata, pero el lobo se movía cerrándome el paso, anticipando cada intento.
Sabía lo que quería hacer.
Entonces se abalanzó sobre mí.
Era pesado.
Demasiado fuerte.
Me derribó al suelo sin esfuerzo.
Forcejeé desesperado, tratando de quitármelo de encima, pero su mandíbula descendía lentamente hacia mi cuello.
No podía detenerlo.
¿Así iba a morir?
¿De verdad… así?
Sentí sus colmillos rozar mi piel.
Entonces, un destello morado atravesó el cuello de la bestia.
El cuerpo cayó inerte sobre mí.
Alcé la mirada, temblando, y lo vi.
Viktor.
Fue en ese momento cuando algo encajó en mi mente.
Una clase de historia.
En nuestro mundo, además del Estelaris, existían otros dos poderes.
El primero era la superfuerza.
Esta podía obtenerse de dos maneras, aunque ambas compartían un mismo principio.
La primera era al nacer: algunas personas llegaban al mundo con una fuerza anormal, tanto que siendo bebés podían igualar la fuerza de un adolescente.
Sin embargo, esa ventaja no crecía por sí sola; si no se entrenaba, se estancaba.
Muchos de los que nacían con ella jamás se daban cuenta.
La segunda forma era a través del entrenamiento extremo.
Forzar el cuerpo más allá de sus límites hasta provocar una evolución interna.
Dolorosa.
Lenta.
Pero real.
El segundo poder era la energía, a la que comúnmente llamábamos magia.
La energía estaba en todas partes.
Todos la poseíamos, todos la sentíamos de alguna forma… pero solo unos pocos podían manipularla.
De cada diez mil personas, solo una nacía con esa capacidad.
No se sabía mucho sobre ella: podía materializarse de múltiples formas, sin una estructura fija ni reglas claras.
Esos individuos eran excepcionales.
Y también terriblemente escasos.
Tan pocos, que nunca hubo suficientes para estudiarlos de verdad.
Y Viktor… acababa de usarla frente a mí.
Tardé unos segundos en procesar lo que había ocurrido.
Miré a Viktor; él me sostuvo la mirada y levantó la mano, indicándome que no dijera nada.
No sabía qué pensar ni qué hacer, así que terminé cediendo.
Volvimos al campamento como si nada hubiera pasado.
Esa noche habría sufrido insomnio… de no ser porque el viaje me había dejado completamente agotado.
Caí rendido hasta el amanecer.
El segundo día transcurrió con una normalidad inquietante.
A mitad del trayecto, Susan se acercó a mí.
—Oye, estás muy callado.
¿Qué te picó hoy?
—Mejor así —interrumpió María—.
Es molesto.
—Vamos, María, deja de ser tan grosera con Sean.
—Estaba pensando en algo que ocurrió anoche —respondí—.
No es importante, pero me dejó… pensando.
Le dirigí una mirada a Viktor.
Él simplemente giró el rostro, evitándome.
Al llegar al siguiente punto, armamos el campamento.
Ya entrada la noche, un golpe seco me despertó.
Viktor estaba frente a mí.
—Sígueme.
—Está bien.
Lo seguí hasta adentrarnos en el bosque.
Se detuvo frente al río; el sonido del agua rompía el silencio.
—Lo que viste ayer es mejor que lo olvides —dijo sin rodeos—.
No te entrometas en mis asuntos.
—Es imposible olvidar algo así.
Quisiera saber más.
—No —respondió—.
No es asunto tuyo.
Regresamos al campamento.
Viktor se acostó como si nada y se durmió.
Yo le di vueltas y vueltas a la conversación, hasta que el cansancio me venció.
El tercer día pasó sin incidentes.
Pero esa noche no pude dormir.
Algo me oprimía el pecho.
Al amanecer del cuarto día, desmontamos el campamento y reanudamos la marcha.
—Vaya que fue un viaje largo —comentó Susan—.
Manténganse atentos.
Antes de llegar a Ciudad Escudo atravesaremos una zona peligrosa.
—Entiendo —respondí.
Tomé mi espada.
No quería pelear.
No quería matar.
Pero quería vivir.
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