Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 10
- Inicio
- Todas las novelas
- Lobo solitario, de vuelta al amor
- Capítulo 10 - 10 El territorio que no me pertenece
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
10: El territorio que no me pertenece.
10: El territorio que no me pertenece.
“Jacob” Una semana había pasado desde aquel encuentro con la mujer extraña de ojos verdes, y eso había sido todo.
Desde entonces, ella no había vuelto a salir de su cabaña.
No hacía falta ser demasiado perspicaz para entender que me estaba evitando.
No me acerqué.
Al menos no más de lo prudente.
Me mantuve al margen, patrullando el bosque, respetando una distancia que yo mismo me impuse, aunque eso no significaba que dejara de sentirla.
Su presencia seguía ahí, constante, adherida al aire, impregnando el territorio con una esencia difícil de ignorar.
Había aprendido a distinguir su quietud.
Sabía cuándo estaba despierta y cuándo dormía.
No por sonidos evidentes, sino por la forma en que el bosque parecía acomodarse a su alrededor.
Inmóvil.
Silenciosa.
Antinatural y, al mismo tiempo, extrañamente armónica.
Mitad vampira, o eso suponía.
No sabía cuánto de cada cosa había en ella, ni qué reglas seguía, ni qué límites se imponía.
Su naturaleza era un territorio tan desconocido como el suyo debía serlo para ella.
Tal vez por eso la curiosidad no me abandonaba.
Tal vez por eso me mantenía alerta.
Me repetí una y otra vez que no debía insistir.
Que su distancia era un mensaje claro.
Que lo correcto era dejarla en paz.
Incluso consideré marcharme.
Había otros territorios al alcance, montañas extensas, zonas donde nadie cuestionaría mi presencia.
El monte San Elías, Lucania, King Peak… opciones no faltaban.
Pero siempre regresaba.
No importaba cuán lejos fuera a cazar o explorar; al final, sin plena conciencia de ello, mis pasos me traían de vuelta.
Como si necesitara confirmar que seguía ahí.
Como si algo en mí se negara a romper ese vínculo silencioso que nunca pedí.
Aquella mañana el bosque se alteró de repente.
Un movimiento rápido, decidido.
La reconocí antes de verla.
Corría montaña abajo con una facilidad que no correspondía a un cuerpo humano.
Sus movimientos eran precisos, eficientes, casi elegantes.
Podría haberla alcanzado si lo hubiera querido, pero no lo hice.
Me limité a avanzar en paralelo, observando, midiendo, conteniendo un impulso que no supe nombrar.
Desapareció entre la vegetación y me detuve.
Segundos después, el sonido inconfundible de un motor rompió el silencio.
Un Jeep rojo emergió por un sendero apenas visible, demasiado bien integrado al entorno como para ser casual.
Volví a correr.
Alcancé el borde del camino justo a tiempo para verla pasar frente a mí.
Al volante, concentrada.
No se detuvo.
Apenas giró el rostro y nuestras miradas se cruzaron por una fracción de segundo.
Fue suficiente.
Aceleró y tomó la carretera.
El asfalto la devoró en segundos.
El aullido salió de mí sin aviso, crudo, involuntario.
Me quedé quieto, con el eco vibrando aún en el aire, sin entender por qué el pecho me ardía de esa manera.
Pensé en seguirla.
Pensé en quedarme.
No hice ninguna de las dos cosas.
Cuando reaccioné, emprendí el regreso montaña arriba, pero algo dentro de mí se resistía.
No era cansancio físico; era un peso distinto, una presión interna que me obligó a detenerme a mitad del ascenso.
Me senté sobre mis cuartos traseros, respirando con dificultad, como si el aire se hubiera vuelto espeso de repente.
¿Qué me estaba pasando?
La necesidad de saber si regresaría —y cuándo— se instaló como una molestia persistente.
Subí hasta un punto elevado desde donde podía vigilar la carretera.
Me quedé allí, inmóvil, observando.
Las horas pasaron.
Ella no volvió.
La idea se filtró sin permiso: ¿y si no regresaba?
Me irritó que esa posibilidad me afectara.
Que me incomodara.
Que me obligara a moverme de un lado a otro, marcando el suelo como un animal inquieto, incapaz de encontrar reposo.
Intenté convencerme de que todo era producto de la novedad.
De la sorpresa de compartir territorio con una criatura que jamás esperé encontrar.
De la simple curiosidad.
Ignoré deliberadamente el hecho de que su recuerdo se imponía una y otra vez, que su olor parecía haberse quedado adherido a mí, que había noches en las que me descubría atento a un silencio que solo existía cuando ella dormía.
Eso no significaba nada.
No podía significarlo.
La sola idea de que ella hubiera notado algo —una vigilancia excesiva, una presencia indebida— me produjo un rechazo inmediato.
No quería ser eso.
No quería convertirme en una amenaza para alguien que claramente había elegido la distancia.
La noche cayó y con ella llegó una inquietud que no supe manejar.
No era miedo, pero se le parecía demasiado.
Me obligué a quedarme donde estaba, a no actuar, a no seguir impulsos que no comprendía del todo.
Si no regresaba al día siguiente… pensaría qué hacer.
Solo pensar.
Me recosté sobre la hierba húmeda, mirando el cielo oscuro entre las copas de los árboles.
El bosque respiraba a mi alrededor, ajeno a mi conflicto.
Esta iba a ser una noche larga.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com