Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 109
- Inicio
- Todas las novelas
- Lobo solitario, de vuelta al amor
- Capítulo 109 - 109 Dos latidos
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
109: Dos latidos 109: Dos latidos **Emma** Al principio pensé que era miedo.
Ese nudo constante en el estómago, esa sensación de que algo no estaba bien… creí que era solo la idea de lo desconocido, de lo imposible haciéndose real dentro de mí.
Pero no.
Era mi cuerpo.
Y estaba cambiando.
No de forma sutil.
No de forma progresiva.
Era como si cada célula hubiera recibido una orden urgente y contradictoria al mismo tiempo.
Las náuseas no tardaron en llegar.
No eran las arcadas humanas comunes, esas que vienen y van.
Eran profundas, violentas, constantes.
Vomitaba todo: comida, líquidos, incluso la sangre que Carlisle había preparado con tanto cuidado para mí.
Mi cuerpo rechazaba ambas cosas.
Como si ninguna perteneciera ya a lo que necesitaba.
Jacob no se separó de mí.
Dormía poco, si es que dormía.
Me sostenía el cabello cuando me inclinaba sobre el lavabo, me cubría con mantas cuando el frío me recorría de golpe, me hablaba en voz baja cuando la madrugada parecía no terminar nunca.
—Tranquila, amor… estoy aquí —repetía, como si esas palabras pudieran anclarme a este lado del miedo.
Yo asentía, aunque por dentro solo podía pensar en una cosa: No me importa lo que me pase a mí.
Solo que él esté bien.
Fue entonces cuando lo sentí.
Mi don.
No como antes.
Ya no era una extensión de mí misma, ni una red que se desplegaba hacia el exterior para ocultar, desviar o confundir.
Ahora estaba… hacia adentro.
Volcado.
Protegiendo.
Era como una cúpula silenciosa alrededor de algo diminuto, frágil y sagrado.
Cada vez que mi cuerpo se debilitaba, esa fuerza respondía.
Cada vez que el mareo me hacía perder el equilibrio, algo en mi mente se tensaba, como si envolviera al feto en una capa invisible.
No sabía cómo explicarlo.
Solo sabía que ya no estaba sola dentro de mí.
Las noches eran lo peor.
No podía encontrar una posición cómoda.
Mi cuerpo dolía de maneras nuevas, extrañas.
Jacob me abrazaba con cuidado, como si temiera romperme, y aun así su sola presencia era lo único que lograba calmarme un poco.
—Tengo miedo —admití una madrugada, con la voz rota.
Jacob apoyó la frente contra la mía.
—Yo también —dijo—.
Pero no voy a dejar que nada te pase.
A ninguno de los dos.
A la semana, el cambio fue imposible de ignorar.
Mi vientre había crecido.
No un poco.
Demasiado.
Lo que en un embarazo humano habría tomado un mes… ocurrió en días.
Carlisle no lo dijo en voz alta, pero lo vi en sus ojos: preocupación contenida, cálculos mentales constantes.
—Esto corresponde a un embarazo de casi un mes —explicó—.
Y apenas ha pasado una semana.
Un mes.
Mi mano fue instintivamente a mi abdomen.
Había vida ahí.
Y estaba avanzando a un ritmo que nadie podía predecir.
La alimentación se volvió una batalla perdida.
Mi cuerpo apenas asimilaba pequeñas cantidades de comida humana, y la sangre —que antes me sostenía— ahora me provocaba un rechazo casi inmediato.
Todo lo que entraba parecía no quedarse.
Carlisle ajustó dietas, mezclas, cantidades.
Nada funcionaba del todo.
—Es como si el cuerpo estuviera priorizando al feto de manera absoluta —dijo una noche—.
Todo lo demás es secundario.
Y yo pensé: como debería ser.
El primer mes fue un infierno silencioso.
Cansancio extremo.
Debilidad.
Náuseas constantes.
Un cuerpo que ya no reconocía del todo.
Pero también fue el mes en que entendí algo con una claridad aterradora y hermosa a la vez: Mi vida ya no era solo mía.
Y aunque el miedo me acompañaba a cada instante —miedo a perderlo, miedo a no resistir, miedo a no saber qué estaba creciendo dentro de mí—, había una certeza que se imponía sobre todas las demás: Haría lo que fuera necesario.
Mi don lo sabía.
Mi cuerpo lo sabía.
Y mi corazón… ya había elegido.
Ese primer mes fue difícil.
Pero también fue el comienzo de algo que cambiaría mi existencia para siempre.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com