Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 11
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11: Lo que permanece en el aire.
11: Lo que permanece en el aire.
CAPÍTULO — JACOB El rastro no pertenece al presente.
Eso es lo primero que entiendo cuando el olor me golpea de forma inesperada, mezclado con la humedad del musgo y la resina de los pinos.
No es fresco, no es reciente, pero tampoco es tan viejo como para haberse desvanecido por completo.
Permanece atrapado en la tierra, en la corteza de los árboles, como una herida que cerró mal.
Me detengo en seco.
Aspiro con más fuerza, dejando que el aire llene mis pulmones y active cada parte de mí entrenada para detectar amenazas.
El olor es inconfundible.
Frío.
Metálico.
Antiguo.
Vampiro.
Mis músculos se tensan de inmediato y el pelaje de mi lomo se eriza sin que pueda evitarlo.
No es miedo lo que siento, es algo más primitivo.
Alerta.
Instinto.
Memoria.
No es uno de los de ahora.
No hay rastro reciente de caza, ni señales de vigilancia activa.
Es un olor que pertenece al pasado… pero no lo suficiente como para ser ignorado.
Y entonces lo percibo.
Entrelazada con esa esencia ajena hay otra fragancia que reconozco demasiado bien.
Más cálida.
Más viva.
Emma.
El choque de ambas me descoloca.
No debería estar ahí.
No juntas.
No mezcladas de esa forma.
Doy un paso atrás y luego otro, recorriendo el perímetro con cuidado, siguiendo el rastro como si fuera un hilo invisible.
En algunos puntos la esencia vampírica se intensifica, en otros casi desaparece, pero la de ella permanece constante, como si hubiera caminado junto a ese recuerdo sin darse cuenta… o como si no hubiera tenido elección.
Aprieto los dientes.
No sé por qué esa idea me irrita.
No tengo derecho a sentir nada al respecto.
No es asunto mío.
Apenas la conozco.
Apenas hemos intercambiado palabras tensas y miradas que duraron más de lo prudente.
Y aun así, la incomodidad se instala en mi pecho con un peso difícil de ignorar.
¿Quién fue?
La pregunta aparece sin permiso.
No intento responderla.
No quiero.
Porque la sola posibilidad de que ese olor pertenezca a alguien que fue importante para ella —alguien que estuvo demasiado cerca— me provoca una reacción que no reconozco del todo.
Frunzo el ceño, molesto conmigo mismo.
Esto no es celos.
No puede serlo.
Es simple sentido común.
Los vampiros no dejan rastros sin motivo.
Y si uno estuvo aquí antes que yo, cerca de ella, entonces no se trata solo de curiosidad o pasado… sino de riesgo.
Avanzo unos metros más, atento a cualquier cambio.
El bosque está en calma, pero ahora sé que esa calma es engañosa.
El aire guarda secretos, y este no me gusta.
Me detengo en una elevación desde donde puedo ver parte del valle.
Desde aquí también se alcanza a percibir, débil pero constante, la dirección que tomó el jeep cuando se fue.
Su ausencia pesa más de lo que debería.
Exhalo despacio.
No está aquí para confirmarlo.
No está para preguntar.
No está para negar nada.
Y eso me incomoda todavía más.
Me digo que lo que siento es responsabilidad.
Vigilancia.
Que si hay un vampiro involucrado, aunque sea un rastro viejo, alguien tiene que estar atento.
Alguien tiene que asegurarse de que no vuelva.
Pero incluso mientras lo pienso, sé que hay algo más debajo.
Algo que no nombro.
Algo que no admito.
Levanto el hocico una última vez y memorizo el olor antes de que el viento lo disperse.
No necesito decidir nada todavía.
Solo permanecer.
Observar.
Esperar.
Si ese vampiro regresa, lo sabré.
Y si Emma vuelve… también.
Me interno de nuevo en el bosque, con los sentidos alerta y una inquietud persistente instalada en el pecho.
Algo se ha movido.
Y ya no puedo fingir que no me importa.
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