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Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 110

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  4. Capítulo 110 - 110 Latidos que resisten
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110: Latidos que resisten 110: Latidos que resisten ** Jacob** Nunca había tenido tanto miedo.

Ni siquiera cuando los Vulturi pisaron nuestro territorio.

Ni cuando sentí por primera vez el rastro de Demetri rondando como una sombra venenosa.

Nada se comparaba con esto.

Porque esta vez no se trataba de luchar.

Se trataba de resistir.

Emma dormía inquieta.

Su respiración era regular, pero demasiado superficial para mi gusto.

Me senté a su lado, con cuidado de no despertarla, y apoyé el antebrazo en el borde de la cama, observándola como si pudiera protegerla solo con la mirada.

Su mano descansaba sobre su vientre.

Todavía era pequeño… pero ya no invisible.

Lo sabía.

Ella lo sabía.

Y yo también.

Quería a ese bebé.

No como una idea, no como una posibilidad futura, sino como una realidad viva.

Pero al mismo tiempo, una parte de mí deseaba algo imposible: que pudiera existir sin hacerle daño a su madre.

Que pudiera crecer sin exigirle tanto a su cuerpo, sin llevarla al límite.

Edward me entendía.

No hizo falta que lo dijera en voz alta.

Bastó una mirada compartida en el pasillo, ese silencio cargado de cosas que solo los que han pasado por lo mismo pueden comprender.

Él también había deseado lo mismo una vez: vida sin sacrificio, amor sin pérdida.

Pero la vida nunca negocia así.

Emma ya había elegido.

No con palabras, sino con su propio ser.

Su don ya no se desplegaba hacia el exterior.

No estaba pensando en amenazas, ni en Demetri, ni en el mundo.

Todo en ella se había volcado hacia adentro, hacia ese punto diminuto que ahora era el centro de todo.

No era un error.

No era una anomalía.

Era el fruto de nuestro amor.

De nuestra entrega.

Y aunque el miedo me mordía el pecho cada vez que la veía palidecer o perder fuerzas, jamás se me pasó por la cabeza pedirle que renunciara a eso.

Lo único que necesitaba… era que su cuerpo resistiera.

Y encontrar la forma de sostenerlos a ambos.

No estaba solo.

Carlisle no se apartaba del caso.

Ajustaba, probaba, calculaba.

Bella estaba pendiente de cada gesto, de cada cambio mínimo.

Rosalie, silenciosa pero constante, vigilaba como una guardiana.

Edward escuchaba lo que nadie decía.

Incluso la manada —mi manada— estaba volcada en cuidarnos.

La noticia cayó con cautela.

No hubo celebraciones, ni bromas, ni aullidos de alegría.

Solo respeto.

Silencio.

Y una decisión compartida sin necesidad de palabras: Ese embarazo no se interrumpiría.

Bajo ninguna circunstancia.

Todos queríamos el mejor desenlace, pero nadie era ingenuo.

Sabíamos lo difícil que era.

Sabíamos que la naturaleza no siempre juega limpio.

El nacimiento del hijo de Sam y Emily había llegado como una bofetada de realidad… y también como un rayo de esperanza.

Levi.

Así lo llamaron, en honor a su tatarabuelo.

Lo vi en brazos de Emily, tan pequeño, tan indefenso, respirando con esa fragilidad que te rompe algo por dentro.

Sam no dejaba de mirarlo, como si no pudiera creer que fuera real.

Y yo… yo sentí que algo se encendía aún más fuerte en mi pecho.

Quería conocer al mío.

Billy estaba feliz.

Preocupado, sí, pero feliz.

Se sentaba conmigo en silencio, apoyando la mano en mi hombro, con esa calma que solo los viejos sabios saben ofrecer.

—Va a salir bien —decía—.

Ya verás.

Tendremos a un mini Jacob corriendo por la casa antes de que te des cuenta.

Sonreía al decirlo.

Y yo quería creerle.

Pero no todos lo vivían igual.

Leah… Ella era la más afectada.

No lo decía abiertamente, pero su conflicto se filtraba en la manada como una corriente subterránea.

¿Por qué a ella no?

¿Por qué justo ella, la única mujer capaz de transformarse, tenía que cargar con la esterilidad como precio?

La vida parecía empeñada en burlarse de ella.

Primero Sam.

Luego su hijo.

Ahora Emma.

La rabia, la tristeza, la frustración… todo se mezclaba en su mente, y aunque intentaba contenerlo, la manada lo sentía.

No era mala intención.

Era dolor sin salida.

Y yo no sabía cómo ayudarla.

Solo sabía una cosa con absoluta certeza: Ese bebé no era un castigo.

No era una ironía cruel del destino.

No era un error que debía corregirse.

Era vida.

Y aunque el miedo me acompañaba cada segundo, aunque me despertaba en mitad de la noche con el corazón acelerado, una parte de mí estaba completamente segura de algo: Haría lo que fuera necesario.

Por Emma.

Por nuestro hijo.

Por esta familia que, contra toda lógica, seguía creciendo.

Solo necesitábamos resistir.

Un día más.

Una hora más.

Un latido más.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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