Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 114
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114: Interferencias 114: Interferencias **Carlisle** Había estudiado cuerpos imposibles durante más de tres siglos, y aun así, el de Emma lograba inquietarme como pocos.
Los registros estaban ordenados con pulcritud: frecuencia cardíaca, presión, respuesta neurológica, niveles de absorción, reacciones inmunológicas.
Todo parecía obedecer a una lógica… hasta que dejaba de hacerlo.
El patrón no era errático, pero tampoco lineal.
Era como observar dos fuerzas tirando del mismo tejido en direcciones opuestas, sin llegar a desgarrarlo del todo.
El crecimiento fetal seguía acelerándose, más allá de cualquier comparación razonable, incluso con el caso de Bella.
Pero lo verdaderamente alarmante no era la velocidad, sino la **inestabilidad**.
El cuerpo de Emma no encontraba un punto de equilibrio.
Se adaptaba por horas, quizá por un día, y luego colapsaba de nuevo.
Había algo más.
Algo que no aparecía en los monitores.
En el embarazo de Renesmee, Edward había sido una herramienta invaluable.
Su don nos permitió comprender la intención, la conciencia, incluso la ternura del feto.
Escuchar esa mente naciente había marcado la diferencia entre el miedo absoluto y la esperanza.
Ahora, sin embargo, el silencio era ensordecedor.
—Nada —dijo Edward por enésima vez, con el ceño fruncido—.
No es ausencia… es como si algo bloqueara la señal.
Le pedí que describiera con exactitud lo que percibía.
Edward cerró los ojos, concentrándose.
—No es una mente clara —explicó lentamente—.
Tampoco es confusa.
Es… ruido.
Como dos frecuencias superpuestas que no encajan.
Interferencia.
Tensión constante.
Eso fue lo que me inquietó de verdad.
Edward nunca había descrito una mente de ese modo.
—¿Dolor?
—pregunté con cautela.
—No —respondió—.
No exactamente.
Pero tampoco paz.
Bella apretó los labios, conteniendo el aliento.
Jacob permanecía inmóvil junto a la cama, como si cualquier movimiento pudiera romper algo invisible.
En mi mente comenzaron a formarse hipótesis que no me agradaban.
La genética de Emma ya era excepcional: semihumana, con un don defensivo de enorme alcance, cromosómicamente compatible con los metamorfos.
Jacob, por su parte, portaba una herencia antigua, no vampírica, sino mágica en su origen, ligada a la tierra, al cambio, a la furia contenida.
¿Y si no había un solo feto?
¿Y si aquello que Edward percibía no era una mente defectuosa, sino **dos conciencias en formación**?
No lo dije en voz alta.
Aún no.
Edward, sin embargo, parecía haber llegado a otra conclusión.
—Carlisle… —dijo en voz baja—.
¿Y si algo salió mal?
La pregunta quedó suspendida en la habitación.
—¿Mal en qué sentido?
—pregunté, aunque ya conocía el temor que se escondía detrás.
—Una combinación incompatible —continuó—.
Lobo y vampiro… no están hechos para mezclarse así.
Quizá… quizá la mente no logra organizarse.
Quizá el conflicto es interno.
Bella negó con la cabeza de inmediato.
—No —dijo con firmeza—.
Yo no siento eso.
Y era cierto.
El escudo de Bella seguía intacto, estable.
El de Emma, aunque debilitado, continuaba activo, ahora concentrado casi por completo en su vientre.
No había agresión, ni caos violento.
Solo… resistencia.
—Edward —intervine—, lo que percibes puede no ser patológico.
Puede ser **complejo**.
No pareció tranquilizarlo.
Esa noche, mientras revisaba nuevamente las imágenes poco claras del ultrasonido —sombras superpuestas, latidos difíciles de distinguir—, sentí algo que rara vez me permitía como médico: miedo.
No por lo desconocido, sino por lo que **creía conocer**.
Habíamos asumido demasiadas cosas basándonos en precedentes.
Pero este embarazo no era una repetición del pasado.
Era algo nuevo.
Algo que no encajaba en nuestras categorías.
Si Edward no podía escuchar con claridad… tal vez no era porque la mente estuviera rota.
Tal vez era porque **no era una sola**.
Y si eso era cierto, entonces el conflicto que estaba agotando a Emma no era una falla… sino una lucha silenciosa por existir.
Dos naturalezas.
Un solo cuerpo.
Y un tiempo que ya no jugaba a nuestro favor.
Cerré el expediente con cuidado.
Aún no era momento de decirlo.
Pero lo supe con una certeza incómoda: cuando la verdad saliera a la luz, nada volvería a ser simple.
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